Cartas al director

Partido regional murciano y biprovincialidad

El éxito de los partidos catalanes y vascos en la consecución de sus respectivos estatutos subraya la necesidad, para las comunidades, de contar con partidos propios que concedan prioridad a la defensa de sus intereses. La solidaridad intercomunitaria proclamada en la Constitución paliará carencias flagrantes en regiones deprimidas, pero cada territorio autónomo tendrá, fundamentalmente, que valerse por sí mismo. Ni el poder central, evidentemente minorado, ni los partidos de ámbito nacional, por su propia naturaleza predispuestos a supeditar lo local a lo general, asumirán con idéntica eficac...

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El éxito de los partidos catalanes y vascos en la consecución de sus respectivos estatutos subraya la necesidad, para las comunidades, de contar con partidos propios que concedan prioridad a la defensa de sus intereses. La solidaridad intercomunitaria proclamada en la Constitución paliará carencias flagrantes en regiones deprimidas, pero cada territorio autónomo tendrá, fundamentalmente, que valerse por sí mismo. Ni el poder central, evidentemente minorado, ni los partidos de ámbito nacional, por su propia naturaleza predispuestos a supeditar lo local a lo general, asumirán con idéntica eficacia y calor los intereses regionales.Ante este planteamiento, ¿cuál es la situación de la región murciana? Definitivamente olvidado el sueño de convertirse en el centro de una gran comunidad territorial, el Sureste, cuya extensión en algún proyecto casi recordaba la Carthaginensis romana, y en el IV Plan de Desarrollo abarcaba cuatro provincias, Murcia, perdida Albacete, ha quedado reducida a sus estrictos límites provinciales. En ella, el sentimiento popular autonómico desciende a la mínima cota.

El único sentimiento autonomista fuerte, aunque intensamente localista, se encuentra en Cartagena y ha surgido, primordialmente, para defenderse del centralismo de, Murcia-capital. El problema fundamental de la región murciana es la secular falta de entendimiento y recelo entre murcianos y cartageneros. Podría decirse que algo similar ocurre en otras provincias en las que existe bipolaridad urbana, Oviedo-Gijón, Pontevedra-Vigo. No es cierto. En esos casos se lucha por la capitalidad, pero se respeta la integridad provincial. Cartagena, al menos un porcentaje muy importante de sus habitantes, es secesionista y no disputa la capitilidad de la provincia de Murcia, sino la de la provincia que se constituiría con los municipios de la zona. Obviamente, en tanto Murcia fuese exclusivamente provincia, la aspiración cartagenera tenía que provocar una reacción negativa, puesto que la partenogénesis se haría en detrimento suyo, empequeñeciéndola. Ahora, sin embargo, se dan las condiciones propicias para la superación definitiva del problema al perder la provincia, en beneficio de la región, su carácter de división territorial básica.

Cartagena, en un estado regionalizado, aunque lograse su aspiración de convertirse en provincia, necesariamente, por exclusión lógica de cualquier otra alternativa, tendría que integrarse «voluntariamente» en la región murciana, sentirse parte no discriminada de ella y colaborar activamente en su destino. Murcia debiera ser consciente de la oportunidad histórica que se le brinda y actuar con generosidad en el reconocimiento de la personalidad de Cartagena.

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El futuro de la región pasa por el entendimiento de murcianos y cartageneros, previo a la creación y desarrollo de un sentimiento comunitario homogéneo, que cale en el pueblo y permita la formación del partido regional numeroso y fuerte, capaz de alcanzar representación parlamentaria, que se precisa en el proceso preautonómico primero, y en la defensa constante de los intereses regionales, después.

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