Editorial:

El Papa, una gran fuerza mundial

NO SE puede decir que las grandes palabras pronunciadas por el papa Wojtyla en Irlanda y en las Naciones Unidas supongan una novedad: son los términos de paz, renuncia a la violencia y busca de la concordia que emiten diariamente las voces de la conciencia mundial. Lo importante en este caso es la persona que las pronuncia, el contexto en que se dicen, las consecuencias políticas que pueden tener. Y la letra pequeña.

En un año de pontificado, Wojtyla ha llegado a tener una audiencia casi desconocida en los últimos años de actividad de la Iglesia; habría que retrotraerse a Juan XX...

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NO SE puede decir que las grandes palabras pronunciadas por el papa Wojtyla en Irlanda y en las Naciones Unidas supongan una novedad: son los términos de paz, renuncia a la violencia y busca de la concordia que emiten diariamente las voces de la conciencia mundial. Lo importante en este caso es la persona que las pronuncia, el contexto en que se dicen, las consecuencias políticas que pueden tener. Y la letra pequeña.

En un año de pontificado, Wojtyla ha llegado a tener una audiencia casi desconocida en los últimos años de actividad de la Iglesia; habría que retrotraerse a Juan XXIII para encontrar algo parecido, aunque en un sentido diferente. Un mundo que había renunciado a los jefes carismáticos -por el daño que le trajeron- parece devolver ahora esa confianza a un hombre, al Papa. No son sólo los católicos los que vibran ante la actividad incesante de Wojtyla, sino el gran bloque de los conservadores, nuevos y antiguos, del mundo occidental, que consideran complacidos su eficacia frente al comunismo, respuesta a la presión comunista contra la religión que él ha visto ejercer durante toda su vida eclesiástica en Polonia. Toda esta reserva, todo este afianzamiento en los valores tradicionales, todo este regreso a las formas antiguas de canalizar la fe, aparecen en la letra pequeña, en el subtexto de los discursos de Wojtyla. En estos momentos en que todo el mundo occidental, por razones materiales -la crisis profunda de carácter social y económico-, busca una postura conservadora, Juan Pablo II les da datos espirituales para sus problemas.

Las consecuencias políticas de los viajes de Juan Pablo II, por los puntos en que actúa su fuerza carismática y la extraordinaria capacidad de expresión que posee, son importantes. Los viajes a Polonia y a Irlanda tienen una misma profundidad. Son dos países en los que la religión católica, es militante, y forma parte de un contexto nacionalista. En Polonia representa una lucha simultánea contra Rusia, por viejas y nuevas razones, y contra el comunismo imperante; en Irlanda es el nacionalismo independentista enfrentado contra el anglicanismo, que ha tomado una forma de opresión en el Ulster; una forma de opresión que hiere al mismo tiempo los sentimientos de unidad patria, los económicos y sociales y los religiosos. Toda la pasión sincerísima con que el Papa combatió la violencia en su discurso junto al Ulster no tiene tanto vigor como el fortalecimiento que infunde a los viejos y a los nuevos luchadores, la sensación de razón y fe que les da para no abdicar de su postura y no ceder ante los británicos. Puede que sus diatribas contra el terrorismo modifiquen en algo la actitud beligerante del IRA, aunque no es muy creíble. Pero van a tener, sobre todo, un peso grande en el desarrollo del futuro. Tienen razón los irlandeses cuando consideran la visita como histórica.

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El viaje a Estados Unidos significa una recogida de votos importante para el presunto optante a la candidatura demócrata, el católico Edward Kennedy, en un momento de caída de prestigio de Carter. La influencia de Juan Pablo II no sólo se ejerce sobre todos los católicos en general, sino sobre minorías emparentadas: los irlandeses, los polacos, los «españoles» -como llaman a los latinoamericanos-, los negros, todos aquellos para quienes la palabra wasp -con la que se designa a los blancos anglosajones protestantes- es un símbolo de opresión. La alusión contínua a los «verdaderos» derechos del hombre, incluyendo en éstos el reparto más justo de la riqueza, mezclada con la alusión a las injusticias que existen en el mundo marxista en la valoración del trabajo, ofrecen una lectura provisional que no se podrá confirmar hasta que se conozca el texto íntegro (en la ONU leyó solamente una parte de lo que se supone que será una gran encíclica).

Prepara ahora el Papa lo que puede ser el viaje más significativo de todos los emprendidos por él: la visita a la Unión Soviética el año próximo, coincidiendo con la enorme afluencia mundial que acudirá a los Juegos Olímpicos de Moscú. Un escenario enormemente aprovechable. No va a ser fácil para las autoridades soviéticas contener este viaje si el tenaz polaco se propone llevarlo a cabo. Y la audiencia y la influencia no se limitará a las minorías religiosas perseguidas, sino que servirá de apoyo a los disidentes del régimen; hay mucho más «espíritu de Soljenitsin» -que por tantas razones concuerda con el de Wojtyla- en la URSS de lo que parece.

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