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El desempeo: un problema abierto

Los economistas españoles debemos agradecer al denominado equipo del profesor Fuentes Quintana la reciente publicación, en el diario EL PAIS, de dos documentados trabajos sobre el empleo. Gracias a ellos, el grave problema de desempleo que padecemos puede ser afrontado con más rigor, lo cual no es poco dentro de un contexto intelectual en el que existe una cierta propensión a convertir lo que debe ser un serio debate especializado en una simple charla de casino.Pero estos elogios, por lo demás merecidos, son y deben ser compatibles con esa obligada crítica constructiva que constituye la verdad...

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Los economistas españoles debemos agradecer al denominado equipo del profesor Fuentes Quintana la reciente publicación, en el diario EL PAIS, de dos documentados trabajos sobre el empleo. Gracias a ellos, el grave problema de desempleo que padecemos puede ser afrontado con más rigor, lo cual no es poco dentro de un contexto intelectual en el que existe una cierta propensión a convertir lo que debe ser un serio debate especializado en una simple charla de casino.Pero estos elogios, por lo demás merecidos, son y deben ser compatibles con esa obligada crítica constructiva que constituye la verdadera base del progreso del conocimiento. Por ello, me permito en este artículo apuntar algunas matizaciones en tomo al modelo y a los resultados cuantitativos que configuran la aportación de mi colega, el profesor Bará -según declaran los habituales componentes del equipo Fuentes-, al segundo de los trabajos citados. Tengo la absoluta seguridad de que esta modesta contribución será tomada como lo que realmente es: como un simple intento de esclarecer todavía más la naturaleza de un problema ante el cual todos los esfuerzos son pocos y todas las colaboraciones necesarias.

Mi exposición está dividida en dos partes. En la primera se formulan algunas críticas de carácter estrictamente técnico al modelo presentado por el profesor Bará y se discute la verosimilitud de sus resultados. En la segunda se presenta una «visión del mundo» que aporta nuevos elementos de análisis susceptibles de ser tenidos en cuenta a la hora de diseñar una estrategia eficaz frente al desempleo.

Desde un punto de vista formal, y renunciando de antemano -pues no ignoro las dificultades- a criticar la ausencia de una desagregación sectorial que hubiera sido más consecuente con el planteamiento global del artículo, el análisis detenido del modelo de referencia me sugiere las siguientes puntualizaciones:

Subempleo y errores de prediccción

1. Es discutible nmero de trabajadores empleados pue da ser explicado directamente. Es más, i algo claro muestra la investigación sobre el empleo en los últimos quince años, es que los parámetros de las funciones como la que comentamos, sobre los cuales se pretende fundamentar en la práctica una política, infraestiman el fenómeno del subempleo y dan lugar a errores de predicción del tipo de los co metidos en los pactos de la Moncloa (1). La demanda de trabajo es esencialmente una demanda flujo de servicios de trabajo, y no una demanda-stock de empleo. No se puede explicar directa mente el comportamiento del empleo sin resolver al propio tiempo el problema -tan trascendental en nuestro país- de la asignación de un determinado flujo de servicios de trabajo entre un stock -hombres-, por una parte, y una tasa de utilización -horas trabajadas por persona-, por otra. Considerar constante la relación existente entre el flujo de servicios de trabajo y el stock de empleo significa renunciar a una buena parte de las políticas que pueden contribuir a mitigar el problema del desempleo.

2. También es discutible -y sobrarían referencias de primera fila en apoyo de esta afirmaciónque el producto industrial bruto pueda figurar conjuntamente con el salario real como variable explicativa en la función de demanda de empleo. Si aceptamos que el verdadero conocimiento de un fenómeno consiste en algo más que en una mera obtención de correlaciones estadísticas, debemos también estar dispuestos a aceptar sus servidumbres. Y las servidumbres son en este caso muy claras: I) si la función de demanda de empleo es una derivación de la función de producción, el salario real sobra; II) si es una condición de equilibrio obtenida a partir de un esquema de maximización de beneficios, es el PIB el que sobra. La justificación de la introducción del salario real en base a que mide el coste relativo del factor trabajo tampoco es admisible: en tal caso estaríamos suponiendo que los empresarios minimizan costes, y entonces la pregunta relevante es: ¿Por qué no incluir directamente los costes relativos del factor trabajo y del factor capital?

3. Sin embargo, la dificultad principal que plantea la aceptación del modelo objeto de este comentario sobreviene cuando dicho modelo se utiliza como base para la formulación de una política en, un contexto macroeconómico. En efecto, ¿cómo es posible conciliar una expansión del PIB a un ritmo del 5% con un crecimiento -en el mejor de los casos- de un 1% en el salario real? Si el consumo representa el 70% de la demanda global, y si la masa real de salarios es el principal determinante del consumo, ¿cuál tendría que ser el crecimiento de los restantes componentes de la demanda para inducir un nivel de gasto que garantizase la absorción del PIB a un ritmo de crecimiento del 5%? La respuesta, calculada a partir de la estructura actual de la demanda global, invalida inmediatamente lo que en apariencia es una proposición factible de política económica, ya que los restantes componentes de la demanda -es decir, gasto, público, inversión privada y exportacionestendrían que crecer a ritmos anuales desde muchos puntos de vista totalmente inalcanzables.

Compás salario real-productividad

Podría argúirse -y ésta parece ser, desde luego, la única línea aceptable de defensa- que un crecimiento del salario real de tan sólo el 1% puede ser compatible con una expansión satisfactoria de la masa real de salarios -y, por consiguiente, del consumo-, siempre que la elasticidad del empleo, con respecto al salario real, fuese leí suficientemente elevada. Sin embargo, esta no parece ser la hipótesis que late en los cálculos a los que nos estamos refiriendo, ya que con la combinación propuesta -5% para el crecimiento del PIB y 1% para el crecimiento del salario real- apenas se lograría una expansión del empleo a un ritmo del orden del 1%, y ello aun admitiendo hipótesis muy dudosas acerca del comportamiento futuro de la productividad. Cuando se establecen proposiciones normativas del tipo de las que comentamos .no debe olvidarse, por tanto, que el sistema económico es sobre todo, un gran mercado en el que se intercambian esfuerzos por bienes que producen satisfacción, y que, en último término, el funcionamiento eficiente del macromercado depende de la medida en que esta transacción vital, que condiciona a todas las demás -al fin y al cabo, ni las máquinas demandan bienes ni las exportaciones son un fin en sí mismas-, pueda ser realizada a un precio real satisfactorio.

De lo anterior se deduce -y estoy entrando ya en la segunda parte de mi artículo- que si la eliminación o atenuación del desempleo es un objetivo político, el necesario proceso de crecimiento que lo haga factible debe contemplar un aumento del salario real a un ritmo aproximadamente similar al de la productividad, si bien es inevitable que se produzcan desfases temporales -muchas veces deseables- entre las velocidades de ajuste de dichas variables. Si no fuese así, ¿en qué podría fundamentarse una expansión sostenida, como la que experimentó nuestro país en el período 1960/1970 ¿Acaso no coincidió este periodo de espectacular crecimiento en el salario real con la época dorada de los negocios?

En mi opinión, proponer un descenso o un estancamiento del salario real como soporte -aunque sólo sea complementario- para atenuar el desempleo comporta -al menos como norma de política económica- el grave riesgo inherente a las armas de doble filo. Esto es algo que debe ser destacado, porque la solución del problema del desempleo no estriba tanto en moderar el salario real como en lograr un trade-off entre salarios nominales y precios, de manera que, garantizándose un satisfactorio crecimiento del salario real, se logre al mismo tiempo esa desaceleración sustancial en la tasa de inflación, que constituye la condición necesaria para fundamentar en las circunstancias presentes. de nuestra economía un proceso de crecimiento económico satisfactorio. Aquí es donde verdaderamente radica la solución del problema, como espero poner de manifiesto en lo que sigue.

Si se acepta que en el sistema económico prevalecen las decisiones racionales -y los economistas no tenemos otro clavo donde agarramos-, ¿cuáles son los factores que toma en cuenta un empresario que trata de minimizar sus costes de producción? La respuesta es bastante fácil. Para cada nivel de producción, el empresario adopta dos decisio.nes simultáneamente: por un lado, asigna los flujos de los- factores productivos -trabajo y capital- en función de sus precios relativos y, por otro, busca aquella combinación entre stock y tasa de utilización, que minimiza el precio de cada flujo de servicios. En consecuencia, y planteando el problema en términos de factor trabajo, el nivel de empleo depende, en cada momento del tiempo, de dos tipos de factores: I), de las variables que determinan el flujo de servicios de factor trabajo que será demandado por los empresarios en una eventual situación de equilibrio, y II), de las variables que condicionan, dado I, la distribución de ese flujo de servicios de trabajo entre hombres y horas.

Pues bien: ¿cuáles son estas variables? Los precios relativos de los factores trabajo y capital son los que determinan la combinación flujo de servicios de trabajo -flujo de servicios de capital que será seleccionada para producir cualquier nivel de output dado. A su vez, el flujo requerido de servicios de factor trabajo es compatible con infinitas combinaciones empleo-horas, dependiendo la elección óptima bien sea de parámetros institucionales -tales como la duración de la jornada normal de trabajo- o, en el caso más general, de parámetros estrictamente económicos, como la tasa de cotización a la Seguridad Social y el vector de tipos marginales de retribución por horas extraordinarias. Por tanto, si este esquema de análisis se aplica en un contexto de crecimiento del PIB, las variables que condicionan la demanda de empleo son fundamentalmente cuatro: I), el propio crecimiento del PIB; II), los precios, relativos de los servicios de trabajo y capital; III), la tasa de cotización a la Seguridad Social o cualesquiera otras cotizaciones fijas, y IV), la pendiente de los tipos marginales de retribución por horas extraordinarias.

Cuatro respuestas a un proceso expansionista

Cuando se analiza el proceso de crecimiento del período 1960-1974 desde el punto de vista del empleo, dos conclusiones saltan inmediatamente a la vista: I) durante este período nuestro país experimentó un proceso de expansión que se ha traducido en un ritmo de crecimiento del PIB -insólito desde la actual perspectiva energética- del 7,2% acumulativo anual; II) sin embargo, y no obstante I), la capacidad de absorción de empleo inherente a este proceso de crecimiento ha sido muy escasa, hasta el punto de que, de no haber mediado la válvula de escape de la emigración, incluso en el período álgido del desarrollo podría haberse planteado un grave problema de desempleo. Y la pregunta inmediata es: ¿por qué ha sucedido este fenómeno? ¿Acaso por un crecimiento excesivo del salario real o, al menos, sólo por ello? Una interpretación distinta de las causas del fenómeno, que taffipoco tiene por qué ser excluyente, es la siguiente:

Primero. Durante el período que comentamos el progreso tecnológíco ha sido muy intenso, locual ha supuesto un descenso continuado -posiblemente neutral, desde el punto de vista de la asignación de factores productivos- en las cantidades requeridas de factores -trabajo y capital- por unidad de producto.

Segundo. El fuerte crecimiento del período 1960-1975 ha ido acompañado por un proceso de sustitución acentuado de trabajo por capital, bajo la influencia de unos precios relativos, que han inducido al, empresario a seleccionar esquemas productivos muy intensivos de capital. Con unos salarios monetarios creciendo a ritmo desmesurado y con un coste.de los servicios de capital favorecido tanto por los bajos precios de adquisición deunos bienes de equipo en fran parte importados como por la política de bajos tipos de interés, ¿qué empresario racional no se habría comportado de esta forma?

Tercero. Por si el alza en el coste relativo de los servicios de factor trabajo no fuera suficiente para deprimir el empleo a una tasa constante de utilización, el crecimiento espectacular en los tipos de cotización a la Seguridad Social, en conjunción con unos tipos marginales de retribución por horas extraordinarias que no parecen haber sido lo suficientemente de since ntiv adores, han determinado una combinación hombres-horas en la que el mínimo coste se lograba elevando en la medida de lo posible la duración de la jornada de trabajo y, consiguientemente, reduciendo, para cualquier flujo requerido de servicios de factor trabajo, el nivel de empleo.

Cuarto. Por otro lado, los elevados costes de ajuste asociados a los cambios en el empleo, derivados de una rigidez institucional que no favorecía la necesaria movilidad que debe presidir el funcionamiento de los mercados de trabajo, imponía una pesada carga adicional sobre los costos de la mano de obra y hacía, en un sentido dinámico, más atractiva la máxima utilización del empleo existente que la contratación de nuevos trabajadores.

Naturalmente, resulta muy difícil -en razón de las graves lagunas estadísticas existentes- cuantificar cuál ha sido la contribución de cada uno de los factores mencionados a la gestación de esa baja propensión al empleo, que constituye uno de los males endémicos más preocupantes de nuestra economía. Pero no resul ta aventurado afirmar que estos factores -ninguno de los cuales hace referencia al salario real- han debido ejercer una poderosa influencia negativa sobre el empleo, cuya eliminación resulta imprescindible si queremos abordar el problema del desempleo con realismo. Esto es algo que deben tener muy presente los distintos agentes económicos, porque es vital que puedan asu mir en el futuro, desde una plataforma de mejor conocimiento, sus respectivas posibilidades. Las centrales sindicales, siendo conscientes, por si las propias cifras de paro no tuviesen todavía elocuencia suficiente, de que el encarecimiento relativo de los costes del factor trabajo actúa irremisiblemente en su contra en el contexto de una economía de mercado; los empresarios, comprendiendo que la apetencia de consumir bienes por parte de la población trabajadora es, al fin y al cabo, la mejor garantía para la continuidad de sus propios negocios -«El consumo es el único objeto y fin de la actividad económica», decía Keynes-, y el Estado, finalmente, haciendo ver a unos y otros que sólo perjuicios podrán derivarse de esa actitud inútil que consiste en ponerse de pie en la grada al mismo tiempo. Espero que estos comentarios, surgidos tras la atenta lectura de los artículos del equipo Fuentes, sirvan al menos para estimular nuestra imaginación y para sugerir nuevas vías de solución al problema -por desgracia, todavía abierto- del desempleo.

(1) Estos errores provienen, sobre todo, de la inadecuación del modelo para captar el comportamiento cíclico de la productividad aparente del empleo. Creo recordar que este aspecto ya fue tratado en una réplica de Julio Rodríguez -publicada por EL PAIS- a un trabajo anterior del equipo Fuentes.

(2) Sobraría el salario real y faltarían otras muchas cosas, como, por ejemplo, el flujo efectivo de servicios de capital y la duración de la jornada normal de trabajo.

Doctor en Ciencias Económicas

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