Tribuna:TRIBUNA LIBRE

El coste del crédito y los beneficios de la banca

Profesor de Estructura Económica de la Universidad ComplutenseEl 30 de junio se publicó en estas páginas un trabajo de Rafael Termes, presidente de la Asociación Española de la Banca Privada, con el mismo título que encabeza éste. El tema fundamental era mostrar la imposibilidad de atender a la pretensión gubernamental de rebajar en dos puntos el coste del crédito. Para ello se realiza un análisis extraordinariamente hábil de los ingresos que obtiene la banca en las distintas partidas de activo, así como del coste de los recursos y los beneficios. Los resultados obtenidos le permite...

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Profesor de Estructura Económica de la Universidad ComplutenseEl 30 de junio se publicó en estas páginas un trabajo de Rafael Termes, presidente de la Asociación Española de la Banca Privada, con el mismo título que encabeza éste. El tema fundamental era mostrar la imposibilidad de atender a la pretensión gubernamental de rebajar en dos puntos el coste del crédito. Para ello se realiza un análisis extraordinariamente hábil de los ingresos que obtiene la banca en las distintas partidas de activo, así como del coste de los recursos y los beneficios. Los resultados obtenidos le permiten afirmar que el coste promedio para los que utilizan el crédito libre que asigna la banca en 1978 era del 13,6% (13,25 % en los créditos y 15,15 % en el descuento de efectos). Señalaba también que el crédito no puede ser barato en un clima inflacionista, que los recursos se han encarecido y, como consecuencia, ha tenido que elevarse el coste de los créditos, y que los principales culpables son las inversiones obligatorias a bajo rendimiento.

A continuación se presentaba un estudio del margen de transformación y de los beneficios de la banca mediante un análisis comparado con bancos americanos. La rentabilidad sobre recursos totales es superior en el caso español, pero resulta inferior la rentabilidad de los fondos propios, llegándose a la conclusión de que las diferencias realmente significativas están en los insuficientes ingresos de la banca española en concepto de cobro de servicios y en los superiores costes de personal que han de soportar.

El análisis realizado por el presidente de la AEB es minucioso, sugestivo y, como he dicho antes, extraordinariamente hábil. Está referido, además, a un tema fundamental para la problemática actual de la economía española y pensé que rápidamente surgirían comentarios al mismo. No ha sido así y considero que puede ser útil realizar una serie de matizaciones dentro de la correcta línea formulada por su autor; es decir, apoyándome en «hechos y cifras reales, documentalmente comprobables, más que en meras declaraciones verbales ».

Sobre el material estadístico utilizado

Según manifiesta el presidente de la AEB, en su análisis se impone los términos de comparación más dura, al tomar como referencia a la banca americana; deja sentado que «la comparación con bancos alemanes, ingleses, franceses e italianos, por ejemplo, dejaría mucho mejor parada a la banca española ... ». No comparto esta opinión. En cuanto al margen de transformación, el de la banca americana es inferior al de algunos países europeos y superior al de otros, y en promedio, muy parecido. Respecto al beneficio sobre los recursos totales utilizados, los de la banca americana son sensiblemente superiores a los de la banca europea. El presidente de la AEB escoge, pues, y me parece lógico que así sea, la comparación más favorable para sus objetivos.

El presidente de la AEB realiza una comparación entre la totalidad de la banca española y una muestra de los grandes bancos americanos (concretamente los que ocupan los siguientes lugares del ranking: uno, dos, tres, cinco, seis y catorce). En mi opinión, si se considera deseable establecer la comparación con la gran banca americana, lo adecuado es considerar los bancos españoles más importantes; en consecuencia, en el estudio que aquí se presenta se comparan los siete primeros bancos españoles con los seis primeros americanos.

El margen financiero y las comparaciones internacionales

En el cuadro n.º 1, se expone la comparación de resultados entre la banca americana y la española. Las cifras americanas, como puede comprobarse, son sensiblemente iguales a las que obtiene el presidente de la AEB, pero en los datos españoles las diferencias son considerables. En primer lugar, el margen bruto de los grandes bancos españoles es del 5,48 % del total activos, y esto significa, respecto al de la banca americana, que es del 3,45 %, que los costes de transformación de la banca española son un 60% superiores aproximadamente a los de la banca americana. En segundo término, lo que perciben los bancos españoles en concepto de «Productos de servicios y otros» es el 1,31% respecto de los activos (según los datos del presidente de la AEB son el 0,51%), en tanto que en la banca americana es el 0,71 %. No puede utilizarse, pues, el argumento de que la banca española ha de incrementar el cobro de los servicios prestados, en base a la comparación, puesto que ya percibe prácticamente el doble que la banca americana.

En cuanto al «saneamiento de activo», lo dedicado por la banca española es el 0,62% de los activos totales, en tanto la banca americana dedica el 0,27%, y la cota máxima a que llegaron con la crisis de las inmobiliarias, a que alude el presidente de la AEB, fue del 0,49 % en 1975. Los siete grandes bancos españoles destinaron 20.000 millones de pesetas en los dos últimos años a cubrir las minusvalías bursátiles de sus carteras, repercutiendo estas pérdidas sobre su clientela. Efectivamente, es una práctica contable conservadora aceptar las minusvalías como pérdidas, aunque, como puede comprobarse en las memorias de los bancos, no se siga el mismo procedimiento con las plusvalías. Las normas contables conservadoras las sigue quien puede, y estoy seguro que a la mayoría de los empresarios industriales les encantaría seguir esa línea de actuación. La banca española ha logrado ser la excepción respecto a ese mercado tan incierto como es la Bolsa, ya que cuando bajan las cotizaciones sólo tienen que repercutir las pérdidas, preservando la línea deseada de beneficios. Se podría establecer la hipótesis de que cuando las cotizaciones bursátiles bajan, el tipo real de interés bancario tiende a subir, porque es preciso compensar las minusvalías.

Las cifras de beneficios muestran también diferencias sustanciales respecto a las ofrecidas por el presidente de la AEB. El beneficio neto final de los grandes bancos españoles es del 0,74% de los activos totales; es decir, un 37% mayor que el correspondiente a la banca americana, pese a lo cual la rentabilidad de los fondos propios es del 12,54%, frente al 14,34% de la banca americana, ya que la relación entre fondos propios y ajenos es sensiblemente superior en nuestro país.

El lector habrá observado que figuran porcentajes entre paréntesis en los datos españoles del cuadro n.º 1 y paso a explicar su significado. Las dotaciones a amortizaciones del Banco de Santander, que eran de 498 millones de pesetas en 1977, ascendieron a 3.224 millones de pesetas en 1978; es decir, que esta entidad multiplicó por 6,5 veces, en un sólo año, la cifra destinada a amortizaciones de edificios, instalaciones, etcétera. Como parece un poco excesivo este salto, he estimado los porcentajes que hubieran resultado, si esta entidad hubiera incrementado las amortizaciones en la misma proporción que el resto de los bancos, o sea, en un modesto 50%. Los resultados del cálculo figuran entre paréntesis.

El presidente de la AEB toma como referencia el año 1978; creo que puede ser útil comparar la evolución de la banca americana y la española en los últimos cinco años, y para ello se exponen los cuadros números 2 y 3.

El examen de estos cuadros muestra de forma clara el contraste entre la estabilidad de los costes de intermediación en la banca americana y la continua progresión de la banca española. El interrogante que se plantea de forma inmediata es, ¿cuáles son las razones que explican el fuerte incremento, de los costes de transformación en la banca española? Creo que puede ser interesante, además, descender en el nivel de nuestro análisis y examinar, para 1978, datos de las entidades concretas porque, a veces, los promedios encubren situaciones muy dispares. Con este objeto se han elaborado los cuadros 4 y 5, que entiendo complementan la información y permiten juicios más matizados.

Causas del incremento de los costes de intermediación

Los cuadros anteriores han permitido mostrar que el elevado coste de intermediación de la banca española no ha sido algo que se haya producido súbitamente, sino que es el resultado de un largo proceso. En el cuadro número 2 se puede comprobar que en 1974 el margen bruto era del 3,98 %, llegando en 1978 al 5,48%. Conviene añadir que dicho margen, calculado sobre recursos a final de año, era en 1966 del 3,03 %, y en 1970, del 3,29 %. Se trata, pues, de un proceso largo, aunque, en favor de la brevedad, me limitaré a exponer las causas que han determinado el crecimiento en los últimos cinco años.

La razón fundamental del alza del margen es, en mi opinión, la modíficación, respecto a las posibilidades de expansión, que se produce a finales de 1974. Esta cuestión -ni siquiera mencionada por el presidente de la AEB- habría de tener una importancia considerable en la evolución de los costes de transformación de la banca. En los años de crisis de la economía española, es decir, en el periodo 1975/1978, la banca instaló 5.506 oficinas, lo que significaba duplicar las existentes a finales de 1974. Esta tremenda expansión iba a proporcionar una densa red de instalaciones bancarias, que el país no necesitaba en absoluto, e implicaría un crecimiento extraordinario de los gastos. Esa absurda carrera de aperturas no se hubiera emprendido sin la seguridad de que el aumento de costes sería trasladado a ahorradores y empresarios. Los datos son significativos: los gastos de personal, generales y amortizaciones eran en 1974 del 2,69 % de los activos medios y pasan a ser del 4,40 % en 1978 (cuadro n.º 2).

El coste del crédito

El presidente de la AEB considera como una de las razones fundamentales de que el coste del crédito sea alto el encarecimiento de los recursos para la banca. Esto se debe «a la actitud de los ahorradores, que, cada vez más conscientes de la erosión del poder de compra debida a la inflación, buscan intereses que se alejen lo más posible de ser negativos en términos reales». También sale al paso a la objeción de que en 1978 la tasa de inflación fue inferior a 1977, en tanto que el coste de los créditos se ha elevado, ya que esto se debe -según el presidente- a que «el efecto sobre el coste del dinero se produce con retraso porque, con la persistencia de la inflación y, sobre todo, ante la expectativa de que no quiebre en un plazo corto, cada día son más los que desean cubrirse de este riesgo». La inflación y sus expectativas son una especie de comodín que todo lo explica. Voy a examinar lo que se debe a la inflación y lo que debe imputarse a otras razones, para explicar el alto coste del crédito.

De acuerdo con el cuadro n.º 2, los productos totales sobre activos medios (no es posible exponer separadamente los ingresos procedentes de servicios, porque no todos los bancos publican estos datos con anterioridad a 1978) eran, en 1974, del 7,63 %, y en 1978, del 10,84 %. El incremento ha sido, pues, de 3,21 puntos. El coste de los recursos para la banca pasa del 3,65 % al 5,36 %), que supone un encarecimiento de 1,71 puntos. Los gastos se han incrementado en 1,71 puntos y el. beneficio ha bajado 0,21. Es decir, el mayor coste de los recursos para la banca explica un 53 % del incremento del coste de los créditos y el otro 47 % es imputable al crecimiento del margen bruto. No puede decirse que el incremento de los gastos se debe a la inflación, puesto que ésta se refleja en un crecimiento de los recursos bancarios y se está razonando siempre en términos relativos. Buena prueba de esta afirmación es el hecho de que la incidencia de los gastos en la banca americana permanezca constante en los últimos años (cuadro 3), en contraste con el aumento que se produce en la banca española.

El presidente de la AEB calcula el coste del crédito que se asigna libremente (13,25 % en los créditos normales y 15,15 % en los descuentos normales). Se trata, como indica, de una cifra media, y como expone con toda claridad: «Habrá bancos que habrán cobrado más y bancos que habrán cobrado menos», y «cada usuario de crédito hablará de su propio caso y, por lo general, hablarán los afectados por desviaciones al alza.» Es muy cierto que hay bancos que cobran más que otros y los datos del cuadro núm. 4 son una buena muestra. No es tan claro, sin embargo, que los empresarios pregonen su desacuerdo con el coste medio, al menos a través de los medios de comunicación. Estoy de acuerdo en que el tipo de interés real depende de la cuantía de las inversiones obligatorias a bajo rendimiento, ya que es preciso obtener la rentabilidad necesaria de los recursos que se asignan libremente, pero, lo que también es cierto, es que la media encubre un abanico que debe ser bastante amplio. En todo el examen que realizo no hay ninguna afirmación que no esté apoyada en estadísticas, pero limitar el campo de análisis a los datos existentes es peligroso, porque, en ocasiones, la inexistencia de estadísticas adecuadas no supone que no existen problemas, sino que faltan las cifras.

El abanico de tipos de interés reales en nuestro país debe ser bastante amplio, por varias razones: en primer lugar, porque, como ya se ha señalado, unos bancos cobran más que otros; en segundo término, porque existen economías de escala en la asignación de los créditos y no pueden ser iguales las condiciones que negocie la gran empresa que la pequeña y mediana; por último, porque la peculiar vinculación de la gran empresa a la banca hace suponer que las condiciones que obtengan sean muy diferentes a las del «empresario de a pie». Insisto, sin embargo, en que no dispongo de datos para cuantificar este abanico, pero en mi opinión, el coste actual del descuento para el pequeño empresario debe situarse en torno al 20%. No se trata de exponer casos particulares, que los hay, y los conozco, de costes muy superiores a este 20 %, como los habrá inferiores, pero estoy convencido de que la mayoría de los pequeños y medianos empresarios se habrán sorprendido del coste medio que obtiene el presidente de la AEB y habrán constatado que los suyos se sitúan muy por encima. Sería muy deseable que una institución responsable e independiente elaborara periódicamente encuestas entre los empresarios, para conocer algo tan básico como el coste real de los recursos que asignan las instituciones del sistema créditicio.

Una última observación en relación al coste del crédito. El presidente de la AEB señala que «el clamor de los empresarios no se dirige, prioritariamente, contra el coste del crédito, sino más bien contra la escasez del mismo». Convendría aclarar que una buena parte de la empresa española necesita imperiosamente el crédito para subsistir y, cuando no se tienen alternativas, el coste pasa a un segundo plano. No creo que el coste del crédito tenga esa importancia secundaria cuando se trate de acometer nuevas inversiones, y este coste y la incertidumbre respecto al mantenimiento de los créditos o descuentos debe estar influyendo negativamente en la puesta en marcha de nuevos proyectos de inversión.

Los beneficios de la banca

El presidente de la AEB, después de considerar la cifra de beneficios de la banca en conjunto, señala que «la cifra en sí no puede considerarse ni grande ni pequeña, puesto que la calificación del tamaño sólo puede ser resultado de una comparación ». Esto es muy cierto y vamos a proceder a efectuarla. Considerando la rentabilidad sobre activos totales medios, como hemos reseñado, la de la banca española es un 60% superior a la americana. Si tomamos la rentabilidad de los fondos propios, es ligeramente inferior (13,29 % en España y 14,34 % en América). La razón de esta discrepancia está en la mayor proporción de fondos propios en la banca española. Por último, en el año 1978, los siete grandes bancos españoles han incrementado su beneficio neto en un 15,30%, o en un 25,43% si consideramos la corrección apuntada sobre las amortizaciones del Banco de Santander.

Estoy totalmente de acuerdo con el presidente de la AEB de que «la única comparación válida para enjuiciar un beneficio es la comparación con los recursos propios», pero los datos de rentabilidad es preciso situarlos en su entorno. Los beneficios de la banca americana o española habrá que juzgar si son altos o bajos tomando como referencia los de otros sectores. Esto lo hemos realizado en los cuadros números 6 y 7, y los resultados de la comparación entre banca e industria son elocuentes: la rentabilidad de la banca americana es inferior a la que obtiene la industria americana, en tanto que la que obtiene la banca española es, en promedio, tres veces superior en 1977 y 3,4 veces en 1976.

Aún más: en América, la rentabilidad de la banca es inferior a la que obtienen la mayor parte de los sectores industriales. En nuestro país, en el año 1976, ningún sector superaba a la banca, y en el año 1977, sólo el sector «neumáticos», íntegramente poseído por la inversión extranjera, superaba la rentabilidad de la banca. Siento no disponer de los datos de 1978 para España, pero no creo que sea una hipótesis aventurada suponer que estas relaciones al menos, se han mantenido.

Sin embargo, pese a todo lo anterior, creo que es un error considerar la actuación de la banca fijando la atención solamente en el beneficio. De hecho, éste ha ido perdiendo importancia relativa en relación a los costes de funcionamiento de la banca. Así, en 1974, el beneficio respecto al margen bruto era del 23,87%, y en 1978, del 13,57%. El auténtico problema está en que la banca mantiene unos márgenes de beneficio deseados con una eficacia cada vez menor como intermediador. Esto es posible por la posición que ocupa en el mercado como distribuidor fundamental de una mercancía es casa -el crédito- entre unas empresas totalmente dependientes del mismo, y en estas condiciones resulta sumamente fácil repercutir cualquier incremento de costes entre su clientela.

Comprendo que hacer referencia a porcentajes no da una idea clara de lo que ha supuesto económicamente el incremento de los costes de funcionamiento de la banca. Quizá sea más elocuente decir que, si estos costes se hubieran mantenido al nivel relativo de 1974, los utilizadores de los servicios bancarios, esto es, empresarios y/o ahorradores, se habrían beneficiado en 64.000 millones de pesetas en 1978, considerando solamente los siete grandes bancos. Esta cifra es más del doble de los beneficios de dichos bancos en el mismo año.

El fenómeno que hemos apuntado es general en la gran banca española, pero no sería justo considerar que todas las entidades se comportan de la misma forma. El margen bruto en bancos como el Central o Hispano (véase cuadro número 4) es bastante inferior al existente en el Popular y, sobre todo, en el Santander, donde llega a suponer en 1978 un 6,43% de los activos medios totales. Quizá sea conveniente comentar brevemente la política de esta última entidad, a la que ya hemos aludido al hacer referencia a las amortizaciones. Este banco ha incrementado su beneficio neto en 1978 en un 30% respecto al año anterior, pese a multiplicar por 6,5 su cifra de amortizaciones. Si ésta hubiera aumentado en un porcentaje similar al del resto de la banca, el beneficio neto habría aumentado un 108%. Todo esto a pesar de destinar el 1,10 % de los activos medios a saneamiento de activo, de los cuales 3.034 millones corresponden a la cobertura de minusvalías en su cartera de valores. Paralelamente, en 1978 aportó a reservas casi 7.000 millones procedentes de la plusvalía de sus activos, y en 1979 procede a una fuerte ampliación liberada, es decir, con cargo a reservas, en la proporción de una por tres, por un importe de 5.000 millones, aproximadamente. Toda una exhibición. La consecuencia de todos estos «juegos financieros» no puede ser otra que el aumento del tipo de interés para cubrir las mayores amortizaciones de los activos revalorizados y el mantenimiento de la rentabilidad de unos recursos propios fuertemente crecientes.

Todo lo anterior lleva a considerar lo que, en mi opinión, constituye la clave del problema. La banca española presiona progresivamente sobre un sistema económico muy deteriorado, preservando su beneficio dentro de un esquema de costes de funcionamiento crecientes. Es evidente que la situación de las empresas industriales es francamente delicada y también resulta claro que la de la banca es saneada. Sin embargo, no se trata de cuestiones independientes. La espléndida situación de la banca, pese a sus costes de gestión crecientes, constituye la contrapartida de la mayor presión de los costes financieros para la empresa.

El objetivo de rebajar el coste de los créditos

El análisis realizado proporciona una plataforma suficiente para planteamos la viabilidad de la pretensión gubernamental de reducir el coste del crédito al sector privado en dos puntos. Muy esquemáticamente, las vías posibles, salvaguardando el beneficio bancario a sus actuales niveles, que es la única hipótesis realista, serían las siguientes: reducir la remuneración de los recursos ajenos; rebajar los coeficientes obligatorios, fundamentalmente el de inversión, o incrementar la rentabilidad de los

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activos incluidos en el mismo; compensar la hipotética rebaja del coste del crédito con el establecimiento o subida de las comisiones por servicios prestados; rebajar el coste de intermediación. Examinemos muy brevemente cada alternativa.

Disminuir la remuneración al ahorro depositado en la banca daría el golpe de gracia a la muy exigua protección que encuentra el ahorrador en la banca frente al proceso inflacionista. La rebaja de los coeficientes obligatorios o el incremento de la rentabilidad de los activos incluidos es la solución preferida por la banca. Como señala el presidente de la AEB, «el crédito normal hubiera sido casi dos puntos más barato si no hubiesen existido las inversiones obligatorias, que han representado casi el 30% del crédito libre». Realmente no sabemos si el crédito hubiera sido más barato o los bancos hubieran decidido mejorar sus beneficios; pero, en cualquier caso, no es una solución viable a corto plazo, como tampoco lo es incrementar la rentabilidad de los fondos públicos, incluidos en el coeficiente de inversión, hasta igualar las emisiones que se realizan en el mercado libre, y esto por dos motivos: la rebaja del coeficiente de inversión en la banca implicaría una reducción también en las cajas, que, dicho sea de paso, soportan un peso superior que la banca, o el olvido de los proyectos de equiparación entre ambas instituciones, cosa que, por otra parte, no me sorprendería en absoluto. Además, buena parte de los beneficiarios actuales de estos circuitos privilegiados tendrían que recibir estas subvenciones encubiertas con cargo a un déficit presupuestario mayor o se produciría una crisis notable en sectores fundamentales. El tema de incrementar el déficit presupuestario, después de la reciente «sorpresa» de los 500.000 millones, no requiere comentarios adicionales. Compensar con mayores ingresos por servicios prestados es una solución factible, no porque en España no se cobren, ya que, como se ha demostrado en este trabajo, los grandes bancos perciben casi el doble qué los americanos, sino porque es la vía de menor resistencia. Habría que saber qué clase de servicios se cobrarían, pues pudiera suceder que se cobraran a los que utilizan el crédito lo mismo, pero con denominaciones diferentes. Por último, la rebaja del coste de intermediación no es fácil, porque los gastos operativos de la banca responden a un montaje excesivo, pero dificil de reducir. Un alivio podría ser que la Bolsa no bajase más y que los bancos no repercutieran, como han hecho en los dos últimos años, las pérdidas entre su clientela.

La pretensión gubernamental sigue la línea tradicional de la política económica española: alarmarse de los efectos olvidándose de las causas. Si el crédito se ha encarecido en los últimos años, sin que la contrapartida total haya sido una mayor remuneración al ahorro, es porque se han incrementado los costes de intermediación; este fenómeno no se ha producido en un año, sino que es el resultado de un proceso. En los últimos años hemos pasado de una situación de precios administrados, que perjudicaba al ahorro en favor de los demandantes de crédito, a otra que castiga simultáneamente al ahorrador y al empresario. Dicho esto, podría pensarse en culpar a la progresiva liberalización del sistema, pero, en mi opinión, sería erróneo. Lo que efectivamente necesita nuestro país es un sistema financiero con la suficiente dosis de competencia real, para que la ineficacia de cualquier institución se traduzca en resultados negativos que obliguen a un replanteamiento de la situación.

Pretender sin más que la banca rebaje el coste del crédito en dos puntos supone desconocer nuestra realidad económica. Este objetivo no puede conseguirse a corto plazo y, en este sentido, estoy completamente de acuerdo con el presidente de la AEB. La consecución de este objetivo a largo plazo habría que enmarcarla dentro de la necesaria reforma del sistema financiero, y si ésta ha de ser efectiva, su línea clave debe ser la reducción de la prepotencia de la banca privada en favor de un mayor equilibrio e independencia entre las distintas instituciones del sistema, de forma que haga posible una competencia real en la asignación de recursos al sector privado. Como es evidente, para realizar esa reforma es preciso tener voluntad política de llevarla a cabo y poder hacerlo. Cuando se contempla el tema en profundidad no se puede ser optimista. La experiencia del pasado nos muestra que las medidas legislativas aisladas, que no alteran la relación de fuerzas, son rápidamente manipuladas por quien tiene el poder económico, y, en este sentido, el resultado final de las pretensiones de especialización bancaria constituye un buen ejemplo.

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