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Lista de imposibles / 1

¿Quieren que les diga unas cuantas cosas que ningún Gobierno va a hacer? ¿Cosas que ningún partido de oposición ha prometido siquiera en sus campañas? ¿Unos cuantos eslóganes electorales imposibles? Sean por hoy unas pocas sólo; las primeras que se me vengan a los dedos. Seguramente van a decir ustedes que son menudencias locales y cotidianas, pero su enjundia metafísica debe de tener pegada, cuando tan difícil es que Gobierno ni Oposición se hagan cargo de ellas. Ea, vamos a ver.Teléfonos: El proceso conocido de toda tecnocracia: se suprimen, por Corte y villas, centrales y oficinas, s...

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¿Quieren que les diga unas cuantas cosas que ningún Gobierno va a hacer? ¿Cosas que ningún partido de oposición ha prometido siquiera en sus campañas? ¿Unos cuantos eslóganes electorales imposibles? Sean por hoy unas pocas sólo; las primeras que se me vengan a los dedos. Seguramente van a decir ustedes que son menudencias locales y cotidianas, pero su enjundia metafísica debe de tener pegada, cuando tan difícil es que Gobierno ni Oposición se hagan cargo de ellas. Ea, vamos a ver.Teléfonos: El proceso conocido de toda tecnocracia: se suprimen, por Corte y villas, centrales y oficinas, se acortan y dificultan los servicios en las que quedan, se quitan teléfonos públicos de establecimientos, ¿a cambio de qué? A cambio de que se van montando por las esquinas cajones de cristales con su aparatito de monedas, que se supone que, automáticamente, van a reemplazar a los servicios de las oficinas. ¿Los hechos? Confío en que mi experiencia y la de amigos consultados dan el tono de la situación: es mucho más incómodo y difícil que hace unos años dar un telefonazo; las cabinas, en Madrid por ejemplo, no suelen funcionar, en un momento dado, más allá de un término medio de una cada cuatro o cinco; es normal, para un aspirante a comunicación, que previamente ha tenido que acordarse de hacer acopio de moneditas, lo siguiente: entrar en una que no hace ni ruidito; pasar 300 metros más allá a otra que llega hasta a hacer sonar el timbre del contrario, pero que, en el momento que éste descuelga, corta; alcanzar a medio kilómetro otra con el cordón suelto y el auricular tirado por el suelo, sea por un acto gratuito de barbarie, sea por rabia de amante despechado tras conversación ingrata, sea, más probablemente, por venganza de anterior aspirante a comunicación, desesperado a la séptima tentativa; llegar por fin a la única cabina del distrito que funciona, como se ve por la cola de cinco o seis que hay, naturalmente, delante de su puerta, esperando a viento y lluvia; cambiar de distrito en metro o taxis; meterse en una que, mientras está marcando el número, le come irremisiblemente la moneda; lanzarse a otra que tampoco llega a ofrecerle comunicación, pero - i oh, maravilla! -, al colgar el chisme con un golpe, ya un poco descontrolado, le echa por el agujerito un chorro de monedas, acumuladas por no se sabe qué otras calamidades en el buche del aparato; renunciando a las cabinas, meterse en el primer establecimiento que encuentra abierto, donde no hay teléfono para el público; buscar una taberna, donde él recuerda que lo había, pero acaban de quitarlo; entrar ya aunque sea en una discoteca, donde, como no es cliente, ¿por qué van a dejarle hablar?, pero donde, en cambio, en su desazón, le guiña el ojo a una chica por allí sentada que lo entiende a su modo y se lo devuelve, y al fin el hombre se va a reposar con ella, renunciando a la novia imposible con quien quería comunicar.

Nostalgia de la Central

¿Dónde están aquellos despachitos de teléfonos desparramados sabiamente por donde hacía falta, aquellos,abiertos hasta altas horas de la noche, aquellos donde podías reclamar y discutir con telefonistas, más o menos simpaticas o gruñonas, pero siempre capaces de entender y manipular y hacerte esperar en el banco lo que hiciera falta? ¿Por qué, en vez de este plan desastroso de automatización, no se ha procurado mejorar aquellos servicios en el propio sentido de sus ventajas? ¿Se confía acaso, a estas horas, en que las cabinas automáticas lleguen a ser cada vez más perfectas? ¿Cuenta el plan de automatización con un subproyecto de educación cívica de usuarios de teléfono y supresión de gamberrismo?

Fuera de mandangas, ¿cuáles son los beneficios para el público que justifiquen este plan?, pregunto. Y pregunto más: ¿cuáles son los beneficios para la propia Compañía Telefónica? ¿Es que los enormes gastos de la automatización, instalación de cabinas, renovación de aparatos cada semana y de modelo cada pocos años, defraudación por ágiles telefoneadores que a cada modelo saben buscarle las vueltas para hablar gratis (he visto una panda de venezolanos que, noche tras noche, se tiraba horas hablando con Caracas desde una cabina que funcionaba), es que se supone que todo eso está compensado por la supresión de oficinas y disminución de personal o número de horas? Ya me gustaría que algún directivo les echara a los accionistas esa cuenta.

Bueno, pero es que están también los empleados de la Telefónica; es que la automatización disminuye el trabajo y acorta la jornada: ¡la máquina reemplaza el esfuerzo de los hombres! Ahí te esperaba, camarada. Está bien que hayas dicho semejante tontería, porque ello me da pie para pasar a otro item de la lista.

Horarios: ¿Puede alguien explicamos, a mí y a la gente corriente como yo, a qué viene, lo mismo aquí que en cualquier democracia progresada, que los horarios de establecimientos, en vez de escalonarse y diversificarse cuanto haga falta, para que los clientes encuentren siempre uno u otro local del ramo abierto y los empleados tengan algo de alternativa y variedad en sus descansos, deban, por el contrario, hacerse cada vez más rígidos y coincidentes, sometidos todos a una disposición general, gubernamental o sindical, o lo que sea? ¿Qué beneficio de los trabajadores, o ni siquiera de la empresa, puede compensar el aumento de deficiencias de servicio, de aglomeraciones y de vacíos alternativos, que el régimen de horarios unificados nos impone? ¡Días laboralísimos y noches muertas para todos! El ideal de la colmena. ¿Qué motivos, económicos y no ideales, impiden que las tiendas abran los días y las horas que vaya haciendo falta, que las fábricas trabajen cuando y como disponga, no la ley general, sino la mudable conveniencia del personal y del mercado, que los oficinistas vayan a la oficina cuando tengan algo que hacer en ella? Y, más aún: ¿cuál es la ventaja o necesidad de que haya jornadas de número de horas de cuyo cumplimiento, valga para lo que valga, dependan los salarios?

¿Dónde está el valiente partido de izquierdas que haya propuesto solucionar el problema del paro por este simple procedimiento: cambiar las jornadas de 8 horas por jornadas de 4, más o menos, cosa que absorbería sin más el paro, compensando generosamente a las empresas con el ahorro de lo que se gastan en pagar el subsidio de los desocupados?

Pero, hombre, no seas ingenuo: es que hay razones mucho más profundas que no permiten soluciones tan simples. Ya, ya. Pues ésas, esas razones profundas son las que querría yo que se sacaran a la luz para el público, trabajadores y clientes.

Y, ya que estamos de horarios, también lo de las fiestas. ¿Por qué tienen los trabajadores que tener todos (quitando, algunos del ramo de hostelería), sus días festivos y su fin de semana y casi sus vacaciones al mismo tiempo? ¿Por qué no pueden las fábricas y tiendas cerrar un día cualquiera que no sea precisamente sábado ni domingo? ¿Es acaso para que puedan los felices descansantes espachurrarse todos juntos en los campings y las autopistas? ¿O cuáles son también para esto las razones profundas que impiden la solución inmediata y ventajosa para todo el mundo, pero que ningún Gobierno ni partido tendrá jamás en sus programas?

Trenes: Y sigo preguntando a quien corresponda. El deterioro y la mengua de abundancia y facilidad de los servicios ferroviarios, ¿con qué ventajas palpables, y no abstractas, de los trabajadores se compensa? ¿Con qué beneficios, por lo menos, de la propia RENFE? Me refiero -ya saben ustedes- a cosas como el progresivo reemplazamiento de los trenes verdaderos por todos esos semiautobuses ferroviarios de luxe, los Teres, y los Tafes, y todo eso, escasos, limitados de plazas, caros, llenos de pejigueras pedantescas, sin compartimentos, sin ventanillas manejables por los usuarios, bajo un control general y automático del clima interno, que igualmente decide de las musiquillas en cuatro idiomas que amenizan la tristeza de estos sustitutos de los alegres expresos, rápidos y correos. El ferrocarril, paralizado en el desarrollo y mejora que apetecía por culpa del automóvil y el avión, por fuerza de las empresas gasolineras, ¿no encuentra otra manera de luchar contra esos competidores que imitarlos en sus inferiores condiciones de estructura y de uso, en vez de mantenerse fiel a las incontables ventajas que, frente a cualquier carretera y cualquier auto y camión, tenía por su propia naturaleza, y mejorarse y aumentarse en ese mismo sentido?

Factor de despoblamiento

Me refiero también alabandono, por Decreto y plan superior, de tantas estaciones pequeñas que se ven desoladas derruyéndose por esos campos (porque, claro, para un par de correos que iban a parar en ellas...), ellas, que eran a lo mejor gran parte de la vida de uno o varios pueblecillos que acaso no se hubieran despoblado tanto si la supresión de la estación y de la escuela local desde lo alto no hubiera confirmado el despoblamiento. Me refiero a la introdución, en cambio, de señales y controles automáticos de tráfico (con computadoras -supongo-, que en algo tienen que emplearse, ya que se producen), controles que he visto fallar más estrepitosamente que fallaban antaño, ocasionalmente, jefes o guardagujas; y, tocando al tema sangriento, querría que alguien se atreviera a reclamar, cuando se trate de alguno de los aparatosos choques de estos últimos tiempos, que se nos explicara claramente cuál ha sido la intervención de las computadoras y controles automáticos en el error que haya dado lugar al accidente.

Otra vez más: ¿qué se cree que se gana? ¿Un ahorro de personal, seguramente más que cubierto por lo gastado en esas trágicas pedanterías? Pero y ¿a qué ahorrar personal cuando sobra por todas partes? ¿Para cuándo los turnos de horas o de días según el tráfico lo requiera? iAh, hasta que lleguen allá arriba, al centro de las decisiones, estas reclamaciones que suben de abajo, de los tristes enamorados del ferrocarril! Hombre, y ya que hablo de centro...

Estación de Chamartín: ¿Quién ha pedido, de qué necesidad popular, o por lo menos renferiana, ha surgido esta idea de la estación única de Madrid, con que me he encontrado al volverme de la Francia?, donde también se cuecen habas, y cómo de gordas (no hay más que recordar el aeropuerto De Gaulle, y el escándalo gigantesco del Concorde, y hasta la supresión de la estación de Orsay), pero aquí progresamos más todavía; ahí está plantado el costoso tinglado de Chamartín, a un kilómetro del metro más cercano, a media hora y trescientas pesetas de taxis para la mayoría de la población (en fin, casi como un aeropuerto: ¡vaya pisto!), ahí está la magnífica estación del Norte, pudriéndose, abandonada en plena juventud; de la de Atocha, reducida casi a estación de paso y cercanías, olvidadas las otras pequeñas que tan agradecidamente se habrían desarrollado... Pero, eso sí, tenemos una estación centralizadora, un monarca, un imperio y una espada, de donde el cerebro de la empresa pueda controlar en sus pantallas y demás automatismos el tráfico de toda la capital.

Ante las maldiciones míllonarias de los usuarios (y de los taxistas, que se pasan en pelotones de kilómetros una hora aguardando a coger un pasajero de algún tren con retraso), ante nuestras incomodidades y reclamaciones, ¿qué cuentas de beneficios puede presentar la empresa que le hayan venido de la idea de la estación única?

Suma y sigue. Confío en tener humor para seguir otro día sacándoles a ustedes más items a la lista, y acaso razonarles también un poco de por qué no puede Gobierno ni partido alguno atacar a nada que toque al Plan de Automatización progresiva (y centralización y programacion, que la acompañan necesariamente), por desastroso que en la práctica resulte. Entre tanto, no se priven ustedes, a su vez, de plantearse cuestiones semejantes, que se les ocurrirán a cientos, en cuanto intenten dejar de creer en ese credo. Ah, y si ven ustedes que ningún hombre responsable de empresa, Gobierno ni partido (o a lo mejor no hay nadie ya que quiera hacerse responsable de tales desastres y locuras) que ninguno sale a contestar a las ingenuidades que aquí profiero, no crean ustedes que será porque menosprecien la torpeza de mi planteamiento de las cuestiones, ni la importancia de un ataque publicado en este diario respetable.

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