Editorial:

El regreso de Stalin

SI EN la República Federal de Alemania hay una cierta tendencia a considerar la figura de Hitler con «una nueva óptica», en la Unión Soviética parece que está reapareciendo un pequeño culto clandestino a Stalin. Algunos viajeros de Moscú relatan que se están vendiendo, de una manera nada más que relativamente oculta, calendarios para 1979 con el retrato de Stalin, que en ese año -diciembre- cumpliría cien años; y que se distribuyen por los canales paralelos algunos de sus textos. El culto a Stalin es más acentuado en su república -Georgia-, donde a veces representa un nacionalismo y se retiene...

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SI EN la República Federal de Alemania hay una cierta tendencia a considerar la figura de Hitler con «una nueva óptica», en la Unión Soviética parece que está reapareciendo un pequeño culto clandestino a Stalin. Algunos viajeros de Moscú relatan que se están vendiendo, de una manera nada más que relativamente oculta, calendarios para 1979 con el retrato de Stalin, que en ese año -diciembre- cumpliría cien años; y que se distribuyen por los canales paralelos algunos de sus textos. El culto a Stalin es más acentuado en su república -Georgia-, donde a veces representa un nacionalismo y se retiene de él una sola parte de su biografia: el georgiano que logró gobernar por su propia mano toda la Unión Soviética e impresionar al mundo, el hombre que supo vencer en la guerra contra los invasores alemanes.La reaparición de los hombres que nuestra crónica contemporánea ha convertido en «monstruos» podría tener algo de justicia si se conservara la objetjvidad suficiente como para comprender que Hitler y Stalin no han sido los únicos culpables de las épocas que han tomado sus nombres. Unas apreciaciones más políticas que reales, más de conveniencia inmediata que de verdadero análisis histórico, tendieron a centrar en hombres únicos el mal de un tiempo. A los historiadores occidentales -y, sobre todo, alemanes- nunca les interesó explicar convenientemente que Hitler fue primero fruto. de un sistema que comenzó a formarse cuando él era simplemente un cabo, y que reunía militares despechados por la democracia a la que atribuían su derrota -aludiendo al «cuchillo en la espalda» clavado por los políticos para justificar la caída de Alemania en 1918- e industriales temerosos de la revuelta comunista que podía cundir desde la URSS, y dentro del país por los espartaquistas y los socialdemócratas -entonces, revolucionarios- a la que se sumaba una amplia burguesía nacionalista y amante de la ley y el orden: interesaba, por razones políticas, que.Alemania como nación se rehabilitase rapidamente, y que todo el espíritu del mal se centrase sobre un solo hombre, preferiblemente «un loco». Por su parte, a los soviéticos y a los comunistas occidentales les interesaba igualmente centrar en Stalin -y se expuso nuevamente la teoría del «loco», del enfermo, del hombre que no pudo resistir sano de espíritu la «soledad del poder»- los problemas del sistema. Esta subjetividad ha privado, sobre todo en los países afectados, de una verdadera revisión de lo que supuso el nazismo en la época de Hitler y el comunismo en la época de Stalín.

Hay naturalmente otros factores para estas reapariciones insólitas. No hay por qué llegar al esquematismo de homologar los dos casos, pero tanto en uno como en otro representan un disgusto de una parte aún pequeña -minúscula- de las poblaciones por una política actual, mezclada con esa vieja ley ya descrita por Dante Alighieri de que todo tiempo pasado fue mejor. Los españoles la conocemos bien y sabemos lo que tiene de fantástico, y las manipulaciones políticas que se pueden hacer a partir de ella.

En la Unión Soviética la disidencia esencial, porrazones naturales de fatiga de un régimen duro y por el aliento que recibe desde Occidente, es la disidencia que llamamos liberal, aunque pueda llegar a exageraciones aisladas que van más atrás del liberalismo, hasta la mística zarista, religiosa y de «vieja Rusia», como el caso aislado -y ya casi marginado- de Solyenitsin. La aparición de la disidencia estalinista es una consecuencia de la falta de depuración mental del fenómeno: del pudor con que se ha llevado la desestalinización iniciada en 1956 por la denuncia de Kruschev y luego retraída, por la imposibilidad de negar las consecuciones y los logros realizados durante la época estaliniana sin mantener, por lo menos, una apariencia de respeto al hombre que presidió la época. La contradicción no se ha sabido resolver. En las clases -desde la primaria a la universitaria- la figura de Stalin se roza apenas, se deja entre nebulosas y -vacíos, que puedan permitir a muchos el deseo de una revisión del personaje.

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Pero probablemente lo peor del problema es que hay todavía una clase estalinista infiltrada en los engranajes del poder -y este fenómeno también lo conocemos bien en España- que considera que la actual situación soviética, en el interior y en el exterior, es mala: y lo es por la caída del stalinismo. Culpan a un régimen demasiado. blanco, demasiado «liberal», de la retracción internacional sufrida a partir de la separación de China, del florecimiento de los eurocomunismos y de la nueva política de cerco de Estados Unidos, al mismo tiempo que lo ven como un desmoronamiento de la sociedad interior. El soviético -disidente- Mevdevev cuenta que ya hace nueve años, con motivo del noventa aniversario del nacimiento de Stalin, estos «duros» pretendieron una especie de rehabilitación y habían, conseguido incluso que se publicara en la Pravda un artículo editorial recuperando la figura de Stalin aunque fuera relativamente; fueron las protestas de países clel bloque -concretamente de Polonia y de Hungría-, por el efecto que podría hacer en sus países, lasque impidieron la publicación del editorial y otras conmemoraciones.

Pero existe la posibilidad de que de aquí a diciembre de 1979, cuando llegue la fecha del centenario del nacimiento, la figura de Stalin haya vuelto a crecer. Incluso se especula con la posibilidad de que este movimiento clandestino no sea fruto de un grupo más o menos numeroso de disidentes nutridos por la antigua ortodoxia, sino que esté alimentado por personajes del Ejército y del partido, para ir preparando la nueva campaña.

No habría que considerarla solamente como un movimiento sentimental o nostálgico, sino como una forma de respuesta de parte del poder soviético -que no es tan homogéneo como se suele creer- al cerco de Estados Unidos y de China, que denuncian continuamente. Una vuelta a los orígenes es siempre un cierto sueño, imposible aún en los países comunistas -ya Marx decía que la historia no se repite nunca, sino que se caricaturiza-; pero la adopción de una nueva política cerrada y dura como respuesta a la situación actual podría empezar por el símbolo de Stalin, que dejaría de ser clandestino para ser, por lo menos, oficioso.

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