Tribuna:DIARIO DE UN SNOB

Clara, mi amor

La vida está tan llena de temas y de cartas que lo último que debe hacer un columnista es recurrir a las cartas de su propio periódico, aunque sean buenas, como las de éste -las cartas de los lectores, me refiero-, pero hoy no puedo menos de contestarte, Clara, mi amor, porque tienes catorce años y has escrito a Juan Luis Cebrián quejándote de que quedaste la última en el maratón municipal e isidril del otro día, y que a los últimos ya no os hacían ni caso.Clara, Clara Cosíals, Clara, mi amor, mi desconocido amor, a quien tenías que haber escrito no es a Juan Luis, sino a mí. Cad...

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La vida está tan llena de temas y de cartas que lo último que debe hacer un columnista es recurrir a las cartas de su propio periódico, aunque sean buenas, como las de éste -las cartas de los lectores, me refiero-, pero hoy no puedo menos de contestarte, Clara, mi amor, porque tienes catorce años y has escrito a Juan Luis Cebrián quejándote de que quedaste la última en el maratón municipal e isidril del otro día, y que a los últimos ya no os hacían ni caso.Clara, Clara Cosíals, Clara, mi amor, mi desconocido amor, a quien tenías que haber escrito no es a Juan Luis, sino a mí. Cada día estoy más paralizado literariamente por el convencimiento de que la literatura está en la vida y de que la novela está en crisis porque la naturaleza imita al arte, pero superándolo, y nada como esa novela, ese relato corto de un domingo por la mañana en que una clara niña Clara, de catorce años, madrugando pura al reclamo municipal de un alcalde que quiere quedarse, se vige el short eucarístico de los maratones infantiles y sale corriendo por el Retiro, con el día en los ojos y la vida en el pecho, y llega -ay- la última.

«Sólo llegué hasta el kilómetro treinta», dices en tu carta, Clara, claro amor. Eso nos pasa en la vida niña, que creemos que nos vamos a pegar la gran cabalgada en solitario hasta el infinito y luego sólo llegamos hasta el kilómetro treinta, que no es nada, y vuelta a casa. Esto nos pasa, Clara, claro amor, por creer en alcaldes, maratones, convocatorias, patronos y padres paorones. «No se ocuparon de los, últimos, entre los que estaba yo; cuando llegábamos a los puestos de bebidas se habían acabado todas, excepto el agua; por la calle los coches se nos echaban encima, los puestos de control los empezaban a quitar a la una, con lo cual era inútil continuar.»

Qué novela corta de un domingo largo, Clara, amor, la de la niña que madruga victoriosa -cuando uno esjoven tiene mañanas triunfales, decía Víctor Hugo-, y vuelve a casa truncada, troceada, tronchada de sed, controles, automóviles y fracaso.

Yo pienso, Clara, que los alcaldes organizan estas cosas para lucirse ellos, no para que os luzcáis vosotras, y os dejan en vuestra soledad de dulces corredores de fondo, porque ellos tienen ganada la carrera y el señor Alvarez ya ha dicho por ahí:

-Tierno y Tamames no tienen nada que hacer.

Cuando el maratón popular, yo pensé que, como coincidía con los desastres del Metro, quizá el señor Alvarez había decidido resolver el transporte urbano deportivamente, entrenándonos para que dos o tres millones de madrileños vayamos y vengamos todos los días de la oficina, en calzoncillos y a paso gimnástico, lo cual alegraría mucho el paisaje de Madrid, animaría la vida local e incluso podría dar lugar a que se nos cobrase un canon a los corredores, por el derecho a correr, o una multa por ir en calzoncillos, para repartir ese dinero como dividendos entre los pobres accionistas del Metro, que ahora se van a ver desprivatizados.

Es lo más probable que se haya hecho el maratón,por eso, Clara, claro amor, como un ensayo general para resolver el transporte urbano, lo cual tiene el único inconveniente de que en el Metro se leía el Abc hasta la página del choque, y en cambio es difícil leer los editoriales de Abc, profundos de por sí, mientras se cubren los mil metros accidentados en calzoncillos.

Y tú, Clara, claro amor, ignorante de todo esto, terminas tu carta: «Mi intención es colaborar para que el año que viene, que también pienso participar, se superen todos estos pequeños fallos. Pienso que los últimos necesitamos más ayudas, pues esdr indica falta de entrenamiento.» Adoro tu sintaxis impúber, Clara, y espero que de aquí a un año te hayas convencido de que no vale la pena: que los maratones los corran los alcaldes con sus concejales, que dan mucha risa en braslip-ocean. En este año que falta, date al porro, al sexo, al rollo, al novio, a algo, pero no madrugues en las cívicas competiciones deportivas de la vida, porque, al final, a los últimos siempre nos dejan sin mirindas.

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