Tribuna:DIARIO DE UN SNOB

Fábula

La fábula municipal es un género literario que he descubierto yo, que me he sacado yo, y pienso explotarlo hasta el límite de sus posibilidades, como Azorín explotó el punto y seguido hasta inventar la telegrafía y el telegrama.La fábula del caballero y el dragón, que se repite heráldicamente sobre el plano de Madrid miniado por Texeira, es la fábula del alcalde y la cosa, aparato, obra o suceso que ese alcalde se traga o le traga a él. Ahora es el señor Alvarez y la Vaguada. La Vaguada ya se ha tragado al señor Alvarez.

Madrid, castillo famoso, que ya al moro le da...

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La fábula municipal es un género literario que he descubierto yo, que me he sacado yo, y pienso explotarlo hasta el límite de sus posibilidades, como Azorín explotó el punto y seguido hasta inventar la telegrafía y el telegrama.La fábula del caballero y el dragón, que se repite heráldicamente sobre el plano de Madrid miniado por Texeira, es la fábula del alcalde y la cosa, aparato, obra o suceso que ese alcalde se traga o le traga a él. Ahora es el señor Alvarez y la Vaguada. La Vaguada ya se ha tragado al señor Alvarez.

Madrid, castillo famoso, que ya al moro le daba que pensar, es un valle cuaternario en el que vivían apacibles los mamuts, que se fueron extinguiendo porque no encontraban piso Algún mamut se colocó de portero en una urbanización, como los extremeños quevedescos, cerrados de barba y de mollera, que efectivamente no pasan de una portería en el paseo de Extremadura: no llegan a entrar en Madrid. Algún otro mamut condescendió a trabajar en las tareas de carga y descarga mañaneras, por las calles industriosas de la ciudad, o sea en las faenas de reparto de cocacolas y mirindas, pero eso tiene mala prensa, se dice que entorpece el tráfico, y entonces el laborioso mamut, deprimido por las constantes diatribas de Juan Antonio Cabezas y otros mentideros, decidió también extinguirse, autodonándose al museo de Ciencias Naturales, donde se presentó una mañana:

- Que vengo a donarme para que los niño toquen mis colmillos los jueves por la tarde.

-Le faltan a usted tres pólizas.

Volvió con las tres pólizas.

-Vuelva usted mañana.

Por esta última frase, que lleva el cuño de Larra, habrán comprendido ustedes que estamos ya, el mamut y nosotros, en pleno siglo XIX. Que es justamente cuando comienza, con la pasión romántica por el medievalismo, la sucesión de estampas guerreras entre el caballero y el dragón (el mamut es un semoviente poco heráldico, porque ocupa él solo todo el campo de gules).

El caballero y el dragón. El alcalde o alcaide y los monstruos del castillo famoso. El monstruo en su laberinto. El dragón largo y serpeante de los bulevares se tragó a Arias Navarro, lo devoró con voracidad capitalista. El que podía haber sido un buen señor particular, un funcionario ileso y un alcalde apadrinador de niñas en punta, fue crudelísimamente devorado por el pluridragón de los bulevares, que dejaron de ser tales, se hicieron de cemento sin flores y guardan en su intestino de asfalto el recuerdo de la -víctima, el buen alcalde que pudo ser, y que a veces se reincorpora por la tele para leernos algo de otro y que creamos que sigue vivo (él y el otro).

Previamente, a don Luis Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, le había devorado el dragón de las inmobiliarias, y eso que él era buen alanceador. Hubo un señor feudal llama do García Lomas, caballero de horca y explosión controlada, al cual le devoró la sierpe de una plaza, la plaza de Olavide, serpiente enroscada, maligna, decorada de ultramarinos y miradores que lucían en la escama de su piel. Un día fue García Lomas con su caja de voladuras, que era algo así como el tambor inseparable de Günter Grass, a volar un mercado a Olavide, y la serpiente de la plaza, el culebrón que se enrosca en cada plaza, se tragó el buen nombre de un varón, la memoria digna que podía habernos dejado, el respeto que le debíamos. Ya no es nada para la historia., el caballero García Lomas.

Dragón otra vez fue el que quiso devorar a tan enjuto caballero como Arespacochaga, dragón racional en figura de Viaducto, alto de chepa y soberbio de miras. Se echaron un pulso y, como estábamos pasando del romanticismo fascista al populismo municipal y espeso, la estampa quedó quieta, fija en el tiempo. Ahora, hoy mismo, de entre el corazón isidril de las gentes, el monstruo surge otra vez dragónico y devora a un alcalde con cara de monje de los que miniaban dragones. La Vaguada, hidra espantable, toda intestino grueso, ha devorado, cuando mejor ardía la fiesta tornamadriles, el prestigio municipal de un recién llegado. Habrá centro comercial en la Vaguada, la Vaguada no es nuestra, el horror especulativo-estadístico se ha consumado y el penúltimo dragón madrileño, que acampaba en una vaguada hacia el Norte, ha devorado la carrera, el decoro, la fama y el chaleco de un alcalde que ya no es nada, nadie. Madrid arde en fiestas.

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