Tribuna:DIARIO DE UN SNOB

Juan Carlos Onetti

Félix Grande, en su casa de siempre, laberinto de libros; Félix Grande, denso de guitarras y afilado de verso. Francisca Aguirre, Paca, y la hija, y la gata, que se llama Tristana y tiene como irna máscara de gata fatídica. En el televisor, un partido preparatorio de los mundiales esos de Argentina.Y en esto que llaman y es Juan Carlos Onetti, para mí el escritor más calladamente lírico, más naturalmente universal -o sea local, individual- del hoy latinoamericano. Primero entra su mujer. Qué mujer tan joven tiene Onetti, me digo. Pero luego entra él y deb...

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Félix Grande, en su casa de siempre, laberinto de libros; Félix Grande, denso de guitarras y afilado de verso. Francisca Aguirre, Paca, y la hija, y la gata, que se llama Tristana y tiene como irna máscara de gata fatídica. En el televisor, un partido preparatorio de los mundiales esos de Argentina.Y en esto que llaman y es Juan Carlos Onetti, para mí el escritor más calladamente lírico, más naturalmente universal -o sea local, individual- del hoy latinoamericano. Primero entra su mujer. Qué mujer tan joven tiene Onetti, me digo. Pero luego entra él y debo rectificar: qué joven es Onetti, qué jóvenes son los dos. Yo creía que este gran escritor uruguayo, por cuya obra pasa un tiempo que no pasa, estaba del lado de, allá del tiempo.

Y no. Felizmente, está muy dellado de acá. «Dicen que me parezco físicamente a Nabokov», me confiesa. Y sí que se parece, aunque Nabokov eligió el cosmopolitismo internacionalista como género literario, y Onetti ha hecho de su invencionada Santa María el eterno pueblito americano (ellos dicen pueblito) tan universal como Macondo, pero anterior. Ya puestos en Nabokov me confiesa:

-Lolita empieza siendo una adorable ninfa de doce años y acaba siendo una lamentable vieja de catorce. Qué pena.

Onetti es alto, lento, denso, algo' así como un umbrío valle de estatura junto a la catarata jovial de la risa fácil de su mujer. Entre los dos componen un paisaje que no sé si puede ser uruguayo. Nabokov se exilió de una dictadura de izquierdas, la soviética, y Onetti se ha ex¡líado de una dictadura de derechas, la uruguayo /argentina:

-No estoy ya para dictaduras-me dice-. Ni de derechas ni de izquierdas ni bajadas del cielo.

Sé que se ha salvado hace unos meses de los alcoholes de Apollinaire, y eso le tiene joven, irónico, macizo muy interesado por el gol al ralentí que nos da la tele, mientras Paca Aguirre habla del último Sartre anarquista y como bakuniniano. Somos todos cultísimos.

El gran escritor bebe lentamente, concienzudamente, una botella de vino tinto español. Fuma Merit,sin nicotina. Le cuento que la otra madrugada, en una discoteca, un joven uruguayo y crecido me preguntó si Onetti tenía aquí actividades comunistas o anticomunistas o qué. Y yo qué rayos sé.

-Mire usted joven: Onetti tiene actividades onettianas, mayormente.

Mientras escribo esta crónica, recibo cartas y llamadas de Alicia y Gladys, uruguayas madrileñizadas. Deben ser miles los que andan, las que andan por España.

-¿Has escrito algo sobre España? -le pregunto a este recio maestro, que luce impecables puños de camisa, con la nota de un sobrio dandismo que supone el sencillo botón en lugar de gemelos.

-He escrito un cuento que comienza en Madrid y termina en Santa María. No sé si volveré yo a Uruguay, ya, alguna vez. Me temo que no. He tomado contacto con el castellano de acá, pero naturalmente no voy a incorporarlo a mi literatura. Yo sigo escribiendo como siempre.

Y hay que interrumpir el diálogo porque la televisión va a ralentizar otro gol de unos extranjeros contra otros extranjeros. En algún momento, Onetti recuerda aquella cosa estremecedora de Trotski:

-Si la vida humana es sagrada, entonces son imposibles las revoluciones.

Y aún esta otra cosa, que es de él mismo:

-La violencia engendra violencia, claro, pero, entonces, que los pueblos colonizados, sometidos, se estén quietos.

Habla desde la libertad, la independencia y el exilio. Bebe despacio un concienzudo vino español en las hospitalarias copas de Francisca, y me pregunto si los españoles saben, sabemos, que está entre nosotros, salvado por esta democracia tan deficiente, pero tan incesante, uno de los hombres que más misteriosa dimensión le han dado al castellano musicalizado de América. En el vino que bebe se le transfiere lentamente una España bebediza y continua. Gracias a este vino nos le vamos apropiando un poco, los españoles, nos vamos apropiando, con emocionado robo, de uno de los más grandes escritores del castellano vivo. Ese vino, sabiamente bebido, le hace un poco más nuestro. «Necesito su artículo todas las mañanas, Unibral.» Demasié, maestro.

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