Cartas al director

Palos en el Rastro

El domingo 5 de marzo último fui a pasear al Rastro. Al llegar a Cascorro acababan de producirse los asaltos de los grupos de extrema derecha de todos conocidos (léase FN, Guerrilleros de Cristo Rey y FET y de las JONS). Había una numerosa dotación de policía (especiales) custodiando la plaza. Vi los destrozos que causaron en un coche de los vendedores; cristales rotos y diseminados por el suelo. Naturalmente, los «guerrilleros» habían desaparecido como por encanto y sólo la presencia de la policía (luego lo comprobé) y el miedo sembrado ocupaban el lugar de la diversión y la alegría que un dí...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El domingo 5 de marzo último fui a pasear al Rastro. Al llegar a Cascorro acababan de producirse los asaltos de los grupos de extrema derecha de todos conocidos (léase FN, Guerrilleros de Cristo Rey y FET y de las JONS). Había una numerosa dotación de policía (especiales) custodiando la plaza. Vi los destrozos que causaron en un coche de los vendedores; cristales rotos y diseminados por el suelo. Naturalmente, los «guerrilleros» habían desaparecido como por encanto y sólo la presencia de la policía (luego lo comprobé) y el miedo sembrado ocupaban el lugar de la diversión y la alegría que un día cualquiera hay sobre el Rastro. A pesar de lo siniestro del asunto seguí paseando mientras la gente, acobardada e indignada ante la inoperancia en protegerles, recogía sus artículos y tenderetes. Todos coincidían en la indignación que les producían estos asaltos impunes. La policía, nerviosa, disparó bombas de humo otra vez, sobre las dos y cuarto, en la plaza de Cascorro, y la vaciaron de la gente que pasaba tranquilamente hacia el Metro con sus bártulos. Y aquí está lo grave del asunto, a los ciudadanos se les dispersa y atosiga mientras los asaltantes desaparecen y no se les detiene. Mucha gente me contó que los «guerrilleros» venían armados con palos y pistolas y portaban escudos, cascos e indumentaria paramilitar, lo cual los hacía fácilmente identificables. Luego se repartieron unos palos ante mi presencia a un extranjero, africano del Norte, que preguntó ingenuamente qué estaba pasando, y fue golpeado en la cabeza (que llevaba rapada), por lo que tuvo que salir corriendo y yo también y varios más que lo vimos, por si acaso. Alcancé al hombre y me dijo que no lo entendía, que era extranjero, pero lejos de estar indignado se reía y parecía como acostumbrado. Claro, los tercermundistas están acostumbrados a recibir palos injustificados por todas partes.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En