Tribuna:DIARIO DE UN SNOB

La tapia

Que no, que no me quiten la tapia, que no me tiren la tapia del cementerio, esa tapia que separa a los muertos creyentes de los agnósticos (aunque yo creo que todos los muertos son un poco agnósticos), que no me quiten la tapia, que no, que no quiero verlo, que ya he aguantado bastante a mis contemporáneos en vida y no quiero seguir aguantándoles después de muerto.Esté yo a un lado u otro de la tapia, esté yo con los buenos o con los malos, que eso a ustedes no les importa, de ningún modo deseo soportar por toda la eternidad a mis paredaños ni que dejen de serio, sino que sigan siendo paredaño...

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Que no, que no me quiten la tapia, que no me tiren la tapia del cementerio, esa tapia que separa a los muertos creyentes de los agnósticos (aunque yo creo que todos los muertos son un poco agnósticos), que no me quiten la tapia, que no, que no quiero verlo, que ya he aguantado bastante a mis contemporáneos en vida y no quiero seguir aguantándoles después de muerto.Esté yo a un lado u otro de la tapia, esté yo con los buenos o con los malos, que eso a ustedes no les importa, de ningún modo deseo soportar por toda la eternidad a mis paredaños ni que dejen de serio, sino que sigan siendo paredaños hasta el fin de los tiempos, o sea separados por una pared. Decía Julio Camba que cuando Azaña decidió tirar la tapia que separaba los cementerios civiles de los religiosos hubo que levantar tapias por la noche, en todos los cementerios de pueblo, para tirarlas airadamente a la mañana siguiente, porque en realidad no había tapia, y eso es lo malo, que no hay bastantes tapias en la vida española, en el corral de muertos que, según Unamuno, es España.

Ahora, cuando estamos viviendo como un vago republicanismo coronado; ha vuelto otra vez la cosa de las tapias, como gran recurso progre de los católicos avanzados y los librepensadores piadosos. A mi me parece un error, un inmenso error, como diría don Ricardo de la Cierva. No se si yo voy a morir cristiano o moro, judío o ateo, masón o rojo, pero si voy al cielo no quiero tratarme con los diputados y senadores del infierno, que ya los soporto en vida, ahora, en el bar de las Cortes, y si voy al infierno de ninguna manera querré trato con los cielistas de UCD, Alianza Popular, Silva Muñoz y Opus De¡, que ya me los encuentro bastante en Zalacaín. (Zalacaín es un infierno de lujo donde se come bien, que es como se debe comer en el infierno.)

Todos los que no están dispuestos a hacernos justicia a los vivos se han apresurado a hacer justicia a los muertos con eso de la tapia. Hay un humanitarismo de cementerio, tardío, como es siempre el humanitarismo de derechas, que cree que ha hecho una gracia y una gran cosa tirando la tapia.

Pero tiene que haber siempre una tapia entre el cielo y el infierno, no sólo por razones teológicas (yo, de ser católico, sería de Trento), sino por razones de confort y habitabilidad. ¿Quién soporta por toda una eternidad los puñetazos en la mesa de Fraga, los gritos de Alfonso Guerra, la sonrisa de Camuñas, los trémolos de doña María Victoria Fernández España de Armesto, que es la Berta Singermann de este Parlamento; quién soporta hasta el fin de los tiempos la oratoria tácita de Landelino Lavilla, el puro apestoso de Alvarez de Miranda, los himnos ultras y los artículos de Fernández de la Mora?

Ahora se han reunido mis queridos Pellicena, Tamames, López Sancho, Amorós, Nieva y Ansón para discutir a Sartre en un teatro pero Sartre me lo dijo a mí en París, hace mucho tiempo, sentadito en las rodillas de Juliette Greco:

-Mon petit, el infierno son los otros.

Y por eso, porque el infierno son siempre los otros, aunque estén en el cielo, hay que poner siempre una tapia de por medio, un biombo de cemento y yeso teológico nacional. Ni Sartre ni yo queremos soportar ya para siempre las posturas de Pellicena, las estadísticas de Tamames, los galicismos (deliberados) de López-Sancho, la sabiduría de Andrés Amorós, la gracia de Paco Nieva ni los resúmenes de Luis María Ansón sobre literatura hispanoamericana para no sé cuántos millones de teleanalfabetos.

El infierno son los otros, lo dijo el viejo existencialista, y ya hace uno bastante con aguantarles en vida, porque así como la gente quiere ganar el cielo, yo, más modestamente, quiero ganarme la tapia, la tapia que me aisle y separe de los enemigos de Chueca Goitia, pero también de Chueca Goitia. Lo primero, porque eso de quitar la tapia es la demagogia de los muertos y da igual, y lo segundo, porque ya está bien de contemporáneos en vida. No quiero contemporáneos en la muerte, que ésos son para siempre. No quiero oírle a Suárez por toda la eternidad eso de «puedo prometer y prometo ... ». Porque entonces la muerte parecería la tele. Y prefiero la muerte.

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