Tribuna:TRIBUNA LIBRE

Una refoma fiscal oportuna

Catedrático de Hacienda Pública de la Universidad Complutense

Decía Herbert Sultan que los problemas financieros son problemas políticos. Por ello, habitualmente, la concepción de la Hacienda Pública de un grupo determinado refleja, de algún modo, la ideología política de ese grupo. En ese sentido, suele atribuirse una vocación por el inmovilismo fiscal a la derecha no evolucionada, una aceptación del cambio a la moderada, una fe casi ilimitada en la reforma fiscal a la izquierda templada y un deseo de cambio total de las estructuras fiscales a la izquierda marxista.

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Catedrático de Hacienda Pública de la Universidad Complutense

Decía Herbert Sultan que los problemas financieros son problemas políticos. Por ello, habitualmente, la concepción de la Hacienda Pública de un grupo determinado refleja, de algún modo, la ideología política de ese grupo. En ese sentido, suele atribuirse una vocación por el inmovilismo fiscal a la derecha no evolucionada, una aceptación del cambio a la moderada, una fe casi ilimitada en la reforma fiscal a la izquierda templada y un deseo de cambio total de las estructuras fiscales a la izquierda marxista.

En efecto, la derecha integrista se apoya en un complejo mundo de intereses industriales y bancarios para los que toda modificación de la estructura existente es, quizá, perjudicial y, en todo caso, sospechosa. Externamente, este grupo político dice defender la concepción liberal de la economía pública, uno de cuyos principios es la neutralidad del impuesto que no debe, en ningún caso, alterar la distribución existente de la riqueza y de la renta.

La derecha templada, por una parte, es más consciente de una evolución social que, en muchos casos, exige la reforma fiscal y, por otra, ha experimentado una penetración de los técnicos, en su mayoría favorables a ésta. Se muestra, consiguientemente, favorable a una reforma que evite futuros cambios más dramáticos.

A su vez, la reforma fiscal constituye el instrumento favorito de la izquierda moderada para cambiar la estructura social; singularmente de la parte de ella representada por el socialismo no marxista. Esta actitud tiene precedentes en Stuart Mill y Bentham y es la postura constante del laborismo británico que éste llevó a la práctica durante el período de 1945-51 en el que, utilizando solamente armas fiscales (impuesto sobre la renta, «sobreimpuesto», impuesto sucesorio ... ), consiguió una distribución equitativa de la riqueza y la renta sin precedentes en occidente.

Por su parte, el marxismo ortodoxo niega que la reforma tributaria pueda ser un medio para alterar los fundamentos del orden social existente. La idea de modificar éste mediante programas de ingresos y gastos públicos es ilusoria porque «las circunstancias de distribución que descansan inmediatamente sobre la producción capitalista y las relaciones entre el salario y el beneficio, pueden ser modificadas mediante impuestos en sumo caso, sólo en un aspecto secundario, pero nunca ser modificadas en sus fundamentos»; por ello (añade Marx): «la reforma tributaria como tal es un elemento específico de toda reforma económico-burguesa». Sin embargo, Engels ya propuso la inclusión de la tributación progresiva en el Programa de Erfurt, y Lenin -y con él los clásicos del marxismo-leninismo- propugnan la lucha en favor de los impuestos directos y contra los indirectos.

Hay que decir, no obstante, que estas posturas rígidas se ven alteradas por la práctica política. De un modo especial, en nuestro país.

En efecto, cuando se examina el panorama de la Hacienda Pública española en los últimos años se observa que nuestra derecha integrista rechaza visceralmente la idea de una reforma fiscal que no se limite a meros retoques técnicos (mejor evaluación de las bases o evitación del fraude fiscal). En este sentido, resultan hasta patéticas las constantes afirmaciones del presidente de uno de los grandes bancos españoles sobre la existencia de una elevada presión fiscal en nuestro país o el intento de Alianza Popular de elevar el mínimo exento en el Impuesto Extraordinario sobre el Patrimonio. El que un hombre de esta derecha, a la sazón ministro de Hacienda, patrocinara el intento de reforma fiscal moderna preparada por los hacendistas del Instituto de Estudios Fiscales resulta menos extraño si se recuerda la suerte que corrieron el ministro y su reforma.

La derecha moderada -actualmente en el poder- ha hecho suya, desde el primer momento, la necesidad de una reforma tributaria profunda. Por tres razones: primera, que con ello respondía a un clamor, literalmente secular, en favor de dicha reforma; segunda, que los técnicos que ha incorporado a su Gobierno la consideraban imprescindíble, y tercera, que. arrebatando a la oposición este argumento, podía ofrecer la deseada imagen pública de centro-izquierda que tan asiduamente cultiva.

Por su parte, la izquierda moderada no ha tenido tiempo, desde su legalización, para formular una política económica y fiscal propia de la que, en parte, carecía (recuérdese la tan comentada ausencia de formulaciones económicas en el socialismo de la anteguerra).

A su vez, la izquierda marxista, dentro de su lógica táctica de evitar una imagen demasiado radical, tampoco tenía más remedio que aceptar una reforma, tal vez más moderada que la que íntimamente hubiera deseado, pero que significa un paso importante para la reestructuración de una sociedad ahora tremendamente desigual.

La conclusión no puede ser más alentadora: por razones diversas se ha producido, por primera vez en España, un consenso en torno a una reforma fiscal largamente esperada y deseada y, técnicamente, meditada y bien diseñada. Si no la estropea algún factor exógeno, ésta puede ser la gran oportunidad para lograr una sociedad más justa.

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