Editorial:

Un patrimonio incontrolado e indefenso

EL ROBO de parte del tesoro artístico de la catedral ovetense debe colmar nuestra capacídad de vergüenza. Desde una perspectiva cínica -que, tal como están las cosas, cabe- hubiéramos preferido que los ladrones de la Cruz de los Angeles, la Cruz de la Victoria y la Arqueta de las ágatas fueran expertos depredadores del arte. Todo parece indicar que no son ni eso; que no pasan de meros buscavidas que ni siquiera son conscientes del valor de sus hurtos. Los destrozos originados por el robo implican el desconocimiento o el desprecio hacia lo que han sustraído.Pero nues...

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EL ROBO de parte del tesoro artístico de la catedral ovetense debe colmar nuestra capacídad de vergüenza. Desde una perspectiva cínica -que, tal como están las cosas, cabe- hubiéramos preferido que los ladrones de la Cruz de los Angeles, la Cruz de la Victoria y la Arqueta de las ágatas fueran expertos depredadores del arte. Todo parece indicar que no son ni eso; que no pasan de meros buscavidas que ni siquiera son conscientes del valor de sus hurtos. Los destrozos originados por el robo implican el desconocimiento o el desprecio hacia lo que han sustraído.Pero nuestra vergüenza no la suscitan los ladrones, la provocan nuestros responsables del patrimonio cultural. Aunque la comparación venga forzada por la historia, se nos antoja obligado recordar ahora al recientemente fallecido Timoteo Pérez Rubio, a María Teresa León, a Rafael Alberti, a los miles de anónimos españoles que junto a ellos, sobreponiéndose a las vicisitudes personales de toda guerra civil, pusieron lo mejor de sus desvelos a fa tarea de salvar de la guerra el museo del Prado, el palacio de Liria, las pinturas, estatuas y joyas que, a la postre y desde Ginebra, pudo recobrar todo el pueblo español.

Aquella ocasión, ciertamente excepcional, tiene desde no hace pocos años una contrafigura lamentable de excepción en la desidia, el abandono, la incuria o el expolio al fin y al cabo tolerado del tesoro artístico español. Edificios de conservación obligada por los más elementales manuales de arte han sucumbido a la piqueta y a la especulación del suelo, cuando no a la ignorancia; se ha permitido la exportación de lo que no tenía que salir de nuestras fronteras, y se ha abandonado a su suerte casi todo lo demás. El incomparable museo del Prado tiene atestados sus sótanos de obras de arte y sigue siendo vulnerable a robos o destrozos como recientemente demostró EL PAIS en uno de sus suplementos dominicales.

El tesoro ariístico en manos de particulares no está sujeto a control; el que es propiedad del Estado se encuentra aliministrado por una persona como Fernando Fuertes de Villavicencio, de quien se ignoran criterios cualificados sobre la materia; la Dirección General de Bellas Artes ni siquiera ha culminado un inventario y catálogo de nuestras propiedades artísticas; el estimable tesoro en manos de la Iglesia se encuentra desprotegido hasta extremos inexcusables. El inventario de lo expoliado en nuestras iglesias rurales -y ya hasta en nuestras catedrales- nos llenaría de oprobio de ser sumado. Anticuarios sin escrúpulos han hecho su fortuna sobre las ermitas de los pueblos abandonados; las autoridades eclesiásticas no se han molestado ni en sustituir por réplicas falsas las joyas inestimables que les confió la piedad de sus fieles; las autoridades civiles se desentienden del destino o cuidado de la Iglesia sobre un patrimonio que es de la nación...

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El robo de Oviedo no es un problema de policía y de justicia tan sólo, es una cuestión de incuria civil y administrativa sobre la que deseamos una inmediata respuesta -por ejemplo- del ministro de Cultura y Bienestar. A la imagen tan patética como cierta de los milicianos desharrapados salvando los museos de Liria y del Prado del bombardeo franquista, el nuevo régimen ha de dar la réplica de su preocupación mínima por que joyas de carácter, nacional como las ahora robadas en Oviedo por unos aficionados continúen siendo un disfrute público y protegido, no fácil botín de depredadores baratos.

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