Tribuna:

La supervivencia de los caciques rurales

Nadie duda ya de la importancia que en las próximas elecciones generales tendrá el voto del campo. Los mecanismos correctores introducidos en el sistema proporcional conceden a las provincias menos pobladas -las típicamente rurales- un poder decisorio relativamente mayor al que en pura matemática les correspondería.Aparte de ello, el voto campesino es considerado por los observadores y por los propios partidos como una verdadera incógnita, ya que las convulsiones sufridas en el sector agrario durante los últimos años no permiten prever la reacción de sus protagonistas ante las urnas. Ahí está,...

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Nadie duda ya de la importancia que en las próximas elecciones generales tendrá el voto del campo. Los mecanismos correctores introducidos en el sistema proporcional conceden a las provincias menos pobladas -las típicamente rurales- un poder decisorio relativamente mayor al que en pura matemática les correspondería.Aparte de ello, el voto campesino es considerado por los observadores y por los propios partidos como una verdadera incógnita, ya que las convulsiones sufridas en el sector agrario durante los últimos años no permiten prever la reacción de sus protagonistas ante las urnas. Ahí está, para demostrarlo, la reciente «guerra de los tractores» que sorprendió a sus impulsores.

Sin embargo, el cambio experímentado en el medio rural no debe hacer olvidar los mecanismos políticos que han obrado en él durante décadas; entre esos mecanismos destaca sin duda la institución del cacique.

La causa primaria de la aparición del caciquismo estaba en la propia debilidad de la democracia. Los principios genéricos de igualdad de sufragio no podían anular al poder social y económico preexistente. El cacique no precisaba, las más de las veces, realizar prácticas electorales ilegales sino que el dominio de hecho sobre la vida social de su distrito, unido al miedo, incultura, o una cierta actitud socio-psicológica de docilidad del campesinado, eran suficientes como para que los resultados electorales confirieran, en muchos casos, la representación política de las zonas rurales a personas identificadas con los intereses sociales y económicos más poderosos de la zona.

El caciquismo ha sido una realidad de nuestra historia en cualquiera de sus regímenes políticos. Y el cacique subsiste en una sociedad democrática, aunque adoptando formas nuevas y tal vez nueva denominación más acorde con estas transformaciones. Mejor que de caciques deberíamos hablar de los «notables». En una nueva sociedad democrática, los cambios de actitud sufridos en el mundo rural, el poder de las nuevas técnicas publicitarias y la aparición de una nueva simbología popular obliga a un cambio de apariencia en los aspirantes al control social. Tal vez haya que abandonar antiguos paternalismos y asumir formas más juveniles. Si en su día fue necesario mostrarse conservador, hoy posiblemente sea imprescindible mostrarse partidario del cambio, de la reforma de estructuras. Será también importante mostrar los éxitos obtenidos en la actividad privada que muestren una fecunda capacidad de gestión.

Pero la base va a conservarse. La vinculación de estos notables rurales con el poder socio-económico rural, su posibilidad de control de numerosos resortes de incidencia directa en las masas, la posibilidad de emplear medios financieros en abundancia y algunas otras razones complementarias van a permitir la supervivencia del caciquismo histórico en la nueva democracia. De hecho, así ha ocurrido en los países más similares al nuestro y hay aquí motivos adicionales para pensar que así sea. Con una organízación sindical todavía no desmontada y abundantes conexiones entre los terratenientes y el mundo financiero, no parece posible desterrar prácticas caciquiles a corto plazo.

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