Editorial:

La reunión comunista en Madrid

LA REUNION en Madrid de los secretarios generales de los partidos comunistas de Italia, Francia y España es una nueva demostración de que el espacio político del postfranquismo desborda las viejas fronteras autárquicas y se extiende hacia esa nueva unidad en formación que es Europa. Si con anterioridad los socialistas y demócratacristianos occidentales, las dos grandes formaciones partidistas que han presidido desde el poder los últimos treinta años de historia del viejo continente, hicieron patente su solidaridad con sus compañeros españoles, ahora los dirigentes italiano y francés de la terc...

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LA REUNION en Madrid de los secretarios generales de los partidos comunistas de Italia, Francia y España es una nueva demostración de que el espacio político del postfranquismo desborda las viejas fronteras autárquicas y se extiende hacia esa nueva unidad en formación que es Europa. Si con anterioridad los socialistas y demócratacristianos occidentales, las dos grandes formaciones partidistas que han presidido desde el poder los últimos treinta años de historia del viejo continente, hicieron patente su solidaridad con sus compañeros españoles, ahora los dirigentes italiano y francés de la tercera gran fuerza europea viajan a Madrid a dar testimonio de los indisolubles lazos que les unen con los comunistas españoles.El acontecimiento reviste una gran significación y arroja una clara enseñanza. Si los gobernantes de la transición desean realmente homologar las instituciones españolas con las europeas; no pueden recortar a su gusto y conveniencia las pautas de comportamiento político vigentes en el resto del continente. Los comunistas constituyen una poderosa fuerza organizativa y sindical, que recibe el respaldo de más de un tercio del electorado italiano y de casi un cuarto de los votantes franceses. Ciertamente, no figuran en los Gobiernos de esos paises desde el comienzo de la guerra fría; pero cuando lo hicieron en la inmediata postguerra cumplieron normalmente sus compromisos y no es improbable que vuelvan a ocupar carteras ministeriales antes de que termine esta década. La oferta de «compromiso histórico» enunciada por Berlinguer tal vez termine en un acuerdo de gobierno con la Democracia Cristiana italiana; y la Unión de la Izquierda puede triunfar en las elecciones legislativas francesas del 78 o en las presidenciales de 1981.

Y aún sin participar en el poder, los comunistas constituyen una variable clave del modelo político de los dos países europeos más afines a España en estructura social, tradición cultural e historia política. Sería absurdo pretender disfrutar de las ventajas de todo orden del sistema representativo, clave del resurgir europeo tras la derrota de la Alemania nazi, mediante la reproducción caricaturesca y castrada de sus instituciones. El modelo económico de las sociedades industriales avanzadas descansa en la participación de las fuerzas sindicales en la planificación y ejecución de las decisiones en todos los niveles; y los comunistas franceses e italianos han sido los principales orientadores de las grandes centrales obreras de sus países. La importancia que para el funcionamiento del sistema tiene la administración local hace imprescindible una vida municipal activa y eficiente; y parte de esos centros de decisión cercanos a la existencia cotidiana de los ciudadanos son gobernados en Italia y en Francia por los partidos de Marchais y de Berlinguer. Finalmente, el peligro de la corrupción, del abuso de poder, de la rutina y del agrisamiento de la vida pública no tiene más freno que la existencia de una oposición que critique implacablemente las actuaciones del poder y ofrezca su propia alternativa; labor que los comunistas han sabido llevar a cabo tanto en Francia como en Italia.

Las reacciones que, sin duda, despertará en nuestro país la «cumbre» de los dirigentes comunistas nos darán oportunidad para examinar en otra ocasión los complejos problemas que plantean las transformaciones del movimiento comunista en las sociedades industriales, tanto en sus relaciones con la Unión Soviética como en las modificaciones de sus programas de gobierno. Baste ahora con saludar la primera reunión pública que realiza en España la tercera gran fuerza política de nuestro continente. El sistema de democracia pluralista que Europa ha logrado crear sobre las ruinas de la feroz guerra desatada por el fascismo internacional incluye, guste o no, a los partidos comunistas. Y España no puede ser la excepción.

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