Tribuna:TRIBUNA LIBRE

Tengo que ir a España

Francisco Umbral, amigo, aún vivo en esa España con la que soñé tanto, con la que sueño aún, ya casi en el umbral de la llegada. Mas tú, amigo, me dices, me repites: espera, espera, espera, tú no vengas, espera, tan angustiosamente, que me haces volver a aquellos días en que dejé las losas de los patios, los techos, los zaguanes, las piedras de las calles, la tierra de los campos y los montes, los ríos y la arena de las playas ensangrentados, llenos de los últimos muertos que luego, lentamente, iban a repetirse durante tantos años.Espera, espera, espera. Ya me duelen las uñas, los huesos, los ...

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Francisco Umbral, amigo, aún vivo en esa España con la que soñé tanto, con la que sueño aún, ya casi en el umbral de la llegada. Mas tú, amigo, me dices, me repites: espera, espera, espera, tú no vengas, espera, tan angustiosamente, que me haces volver a aquellos días en que dejé las losas de los patios, los techos, los zaguanes, las piedras de las calles, la tierra de los campos y los montes, los ríos y la arena de las playas ensangrentados, llenos de los últimos muertos que luego, lentamente, iban a repetirse durante tantos años.Espera, espera, espera. Ya me duelen las uñas, los huesos, los cabellos de esperar ese insomne retomo, que tal vez, para tantos, no ha de llegar ya nunca.

Yo no soy ése, amigo, que cierta gente aguarda, a caballo de algo, envanecido de aplausos, bienvenidas y discursos, merecedor de yo no sé qué rosa. En cambio, soy aquel claro superviviente afortunado, que el vendaval terrible de aquella madrugada granadina debió arrastrar, tirándolo a aquel zanjón de balas y oscuras agonías. Ese era yo, mi amigo, era mi muerte, la que yo merecía para aquellos verdugos insurrectos, la que torció el camino, equivocándolo, yendo a caer de súbito en el pecho de una radiante juventud, que ahora debiera en su vejez, y en esta carta, lamentando mi muerte, recordarme.

Pero no ha sido así, porque yo soy quien te responde, amigo, desde lejos, en estos negros días del renacer del crimen, ciegas seguras manos ascendidas de esa caverna triste, ese hondo cáncer que mina a España desde hace tantos siglos.

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Espera,no, no vengas. Y, sin embargo, amigo, yo debo ir, yo tengo que ir, aunque mi viejo nombre haya querido ser reducido a cenizas con una librería por aquellos sueltos y respaldados asesinos del viva la muerte o del cuando oígas la palabra cultura échate mano al cinto y empuña la pistola. Yo quiero ir, amigo, pero para la vida, quiero ir para la luz, para el impulso alegre, para el canto, para el pueblo caído, silencioso, roto, pisoteado, con las manos vacías, suplicante.

No vengas. No, no iré para ser muerto o encarcelado en coiffusión,y adrede, utilizado a ciegas, vanamente exhibido. Yo no soy ningún líder, soy un joven poeta al que tocó vivir en vilo entre el clavel y entre la espada, siempre en largo destierro y en España.

Recibe mientras tanto, amigo Umbral, esta prosa, a tu modo, en la que salta el ritmo, el ondear silábico del verso.

Gracias.

Y di que digo al Rey que no piense jamás en la pálida sombra de su abuelo, quien trayendo una espada, cortó el tallo al clavel, rodando, seco, en tierra, para siempre.

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