El estatuto de 1977

«El tema de la autonomía, que indefectiblemente, si tiene que haber un día democracia en España habrá que reconocer (y no conceder) a Cataluña, ha salido venturosamente de las catacumbas franquistas en el curso del último año y pico, pero como era también inevitable, cuarenta años de desinformación, de manipulación y de puro y simple falseamiento de verdades de las que Perogrullo llamaba puños, el tema aflora una y otra vez, incluso en medios de los que en principio no cabe dudar de su filiación democrática, como EL PAIS, con graves desajustes de trayectoria, cuando no ominoso! «arrieres-pensé...

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«El tema de la autonomía, que indefectiblemente, si tiene que haber un día democracia en España habrá que reconocer (y no conceder) a Cataluña, ha salido venturosamente de las catacumbas franquistas en el curso del último año y pico, pero como era también inevitable, cuarenta años de desinformación, de manipulación y de puro y simple falseamiento de verdades de las que Perogrullo llamaba puños, el tema aflora una y otra vez, incluso en medios de los que en principio no cabe dudar de su filiación democrática, como EL PAIS, con graves desajustes de trayectoria, cuando no ominoso! «arrieres-pensées». El gran diario madrileño se ocupaba ayer nuevamente, en su pieza editorial, del estatuto de Cataluña, y aún cuando la fijación de ese interés nos honra y estimula, la batería de recelos y cálculos a medio plazo que en el mismo creemos detectar, nos obligan a formular ciertas molestas precisiones, que tampoco son las primeras.Dice EL PAIS que la reivindicación del estatuto del 32 «aunque sólo fuera temporal», podría resultar malinterpretada por el «resto de los españoles», amén de introducir un elemento de anacronismo en esta vibrante y democrática nueva España, en cuya creación posiblemente andamos. Añade también que desde un punto de vista jurídico, sólo cabría entender su restablecimiento en el marco de una constitución republicana, y que puesto que los que lo aprobaron en su momento apenas queda hoy una diezmada representación, no conviene volver al «statu quo» ante, sin que previamente el electorado diga el qué y el cómo de la autonomía que desea. Esta es en sustancia la posición que defiende hoy el Gobierno Suárez.

Parece claro, al menos visto desde Cataluña, que después de cuarenta años de negación del espíritu de nuestro pueblo, sería la opinión catalana la que se sentiría gravemente malinterpretada si no se restableciera en su verdad lo que en su día se nos arrebató por fuerza. En cuanto a anacronismos, entendemos que lo anacrónico sería que en 1977 despertaran recelos las escuetas libertades aprobadas por las Cortes Españolas un 9 de septiembre de 1932. Decir que haría falta una república para recuperar aquella constitución de Cataluña en España, que fue el texto au tonómico, sería como decir que nuestro país no puede recuperar un ser que le es debido en el marco de la Monarquía de don Juan Carlos, lo que bien nos guardaremos de decir creyendo, por el contrario, que no hay mejor ocasión que la presente para, iniciar con buen pie un replanteamiento de la estructura del Estado español sin cometer los errores que en su día y por ambas partes, aunque con desigual proporción, condujeron a donde condujeron. Afirmar, igualmente, que la desaparición física de los que plebiscitaron el 2 de agosto de 1931, un texto autonómico, -el de Nuria- que luego las Cortes, con competencia jurídicamente siem pre discutible, amputaron, hace conveniente una nueva consulta antes de tomar decisiones, es como afirmar que por la remoción de sus habitantes hubiera que preguntar cada dos generaciones a los habi tantes de Cataluña si son catalanes, o si aquella sociedad que conforman es o no catalana. De igual forma, cada dos generaciones -o, tres, por cortesía tratándose España de una realidad más vasta- se podría hacer una consulta a nivel de Estado para ver si había mayoría de partidarios de que aquello seguía siendo España.

Cataluña ha probado un número grueso de ocasiones, y algunas de manera particularmente dramáticas, que tiene una idea claramente formada de sí misma, aunque esa idea venturosamente no excluya el concierto en otras ideas a escala geográfica peninsular, y que, por tanto, no es legítimo predinastía lo que ahora impulsa que se pida el restablecimiento, del estatuto.

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La «catalanidad» nunca, como dice EL PAIS, puede asimilarse, por una permanencia e inalterabilidad que indudablemente posea, aún «un principio del Movimiento Nacional», porque uno vino a negar la otra.

Tras la proposición de que se espere a después de las elecciones para el eventual restablecimiento de la autonomía, se oculta la noción indebidamente esperanzada de que en esas consultas no venciera, o al menos. no lo hiciera con buen margen, la catalanidad. Ese regateo no sólo es poco generoso, sino nada democrático. Cataluña ya dijo claramente lo que pensaba sobre su autonomía, y esa voz resuena en 1977.»

10 enero.

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