Editorial:

Las elecciones alemanas

HOY ALEMANIA Federal va a las urnas seguida de lamirada de Europa. Este hecho muestra no sólo la importancia de la democracia alemana, sino hasta qué punto la democracia ha hecho importante a Alemania. Ni siquiera son necesarios ahí programas contrapuestos, filosofías políticas totalmente encontradas que, en realidad, no existen, para que se acreciente el interés europeo; basta, simplemente, que en Alemania se disputen el poder dos temperamentos políticos diferentes, con el de Schmidt o

el de Strauss, para que todo el continente se ponga a

pensar, y a esperar. La papeleta elector...

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HOY ALEMANIA Federal va a las urnas seguida de lamirada de Europa. Este hecho muestra no sólo la importancia de la democracia alemana, sino hasta qué punto la democracia ha hecho importante a Alemania. Ni siquiera son necesarios ahí programas contrapuestos, filosofías políticas totalmente encontradas que, en realidad, no existen, para que se acreciente el interés europeo; basta, simplemente, que en Alemania se disputen el poder dos temperamentos políticos diferentes, con el de Schmidt o

el de Strauss, para que todo el continente se ponga a

pensar, y a esperar. La papeleta electoral alemana pesa

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ahora en Europa más que los cañones de Hitler. Su libertad de hoy es más poderosa que su fuerza de ayer.

El estilo, el modo político de los contrincantes es lo que, en primer lugar, salta a la vista. El señor Strauss, sobre quien recaen sospechas de aproximación a la Lockheed, se ha apresurado a unir al «affaire» el nombre del canciller. En cambio, el señor Schmidt no ha dicho, sobre ese tema, una palabra del líder bávaro. La austeridad política del uno contrasta con la exuberancia barroca del otro. En cuanto a Kohl, el candidato a canciller de la democracia cristiana, es poco lo que se puede decir, puesto que él mismo se ha encargado, muy prudentemente, de no decir demasiado.

Son estas actitudes las que, en la práctica, trazan la línea divisoria entre democristianos y socialdemócratas. Los primeros se resienten todavía de la herencia dictatorial, excesivamente conservadora, dejada por Adenauer en la dirección de la CDU. Strauss, que no puede convertirse, por sí solo, en otro Adenauer, trata de serlo mediante la ductilidad «provinciana» de KohI. Por el contrario, Schmidt, a pesar de su arrogancia intelectual, no quiere ser Brandt, sino portavoz de un sistema. Se comprende así que mientras Schmidt propone un «socialismo en libertad», Strauss quiera trasformar las elecciones en un referéndum: «libertad o socialismo», o no.

Pero esas son palabras que apenas disimulan dos programas parecidos. La democracia cristiana, que hoy acusa de «colectivismo» a la socialdemocracia, dio su voto en el Bundestag, hace cinco meses, a la ley de cogestión obrera, preparada por su adversario. Hasta en materia de ostpolitik, creación socialdemócrata, tan denostada por la democracia cristiana, ahora resulta que los senderos se bifurcan, pero en sentido contrario: cuando ya Schmidt no hace mucho hincapié en la obra de Brandt, es Kohl el que dice que hay que desarrollarla y mejorarla. Entretanto, la Alianza Atlántica constituye la meta común de los rivales; en ese punto, Strauss es la derecha, pero sólo la derecha del derechismo pronorteamericano de Schmidt. ¿Existe acaso un atlantista más seguro que el señor Schmidt, el canciller del Libro Blanco, el amonestador de Francia, el «consejero» de Puerto Rico? Se trate del Este o del Oeste, democristianos y socialdemócratas han sabido, asociar, cada cual con su retoque particular, el idealismo alemán al pragmatismo anglosajón o, si se quiere, la doctrina al mercado exterior.

Unicamente en el dominio de la subversión interior y en el de las relaciones con países como España, los resultados de las elecciones pueden determinar, no exactamente rumbos, pero sí velocidades o intensidades distintas. Es probable que si la CDU gana, la porra de la policía, la búsqueda de antecedentes ideológicos y las celdas silenciosas se hagan, por así decirlo, con un poco más de iniciativa de mercado.

Sobre la democratización española, la democracia cristiana parece dispuesta a recorrer sólo la mitad del camino señalado por la socialdemocracia. Liberalización con control, apunta Schmidt. Control, replica Strauss. El milímetro que los separa es abismal. Simultáneamente, la distancia que media entre el socialismo y la democracia cristiana alemana, y el socialismo y la democracia cristiana española es, quizás, un tanto menos profunda, pero mucho más larga. Frente a lo que aquí es izquierda, lo de allá es derecha o centro-derecha. No se pueden, pues, homologar; como tampoco hay manera de equiparar a los pretendidos democristianos franquistas con los cristianos alemanes, cuyo cristianismo aparece aún entroncado al liberalismo.

En consecuencia, quienes hoy sueñan en España con sacar de las urnas alemanas agua para su molino, tendrán mañana que seguir soñando.

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