Editorial:

Al señor presidente le gustan los secretos

EL SEÑOR presidente del Gobierno en cuanto a información se refiere, se ha metido de manera definitiva en el túnel del tiempo. Todavía los periodistas recordamos las épocas de la consigna, en que los periódicos eran obligados a publicar lo que se les ordenaba, como se les ordenaba y cuando se les ordenaba. Un sistema cómodo para el Poder y para la prensa, que languidecía sin lectores y sin publicidad a la espera de mejor ocasión.No vamos a decir, claro, que las cosas amenacen ahora con llegar a ese punto, pero tentados estamos de pensarlo a la vista de la decisión de clasificar como materia ...

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EL SEÑOR presidente del Gobierno en cuanto a información se refiere, se ha metido de manera definitiva en el túnel del tiempo. Todavía los periodistas recordamos las épocas de la consigna, en que los periódicos eran obligados a publicar lo que se les ordenaba, como se les ordenaba y cuando se les ordenaba. Un sistema cómodo para el Poder y para la prensa, que languidecía sin lectores y sin publicidad a la espera de mejor ocasión.No vamos a decir, claro, que las cosas amenacen ahora con llegar a ese punto, pero tentados estamos de pensarlo a la vista de la decisión de clasificar como materia reservada y secreta la documentación elevada al Consejo de Ministros. Las deliberaciones de dicho Consejo son secretas también por ley. Y lo sucedido en el Consejo es secreto aunque sólo sea porque ya nadie nos lo cuenta oficialmente, al limitarse toda la información sobre el mismo a una nota multicopiada que es distribuida gentilmente a la prensa dos o tres horas después de que acabe la reunión del Gabinete. En punto a información de su propia actividad, el Gobierno Suárez está a niveles tan infimos que nos traen a la memoria los sistemas del antiguo Régimen.

La situación sería divertida si no resultara exasperante. Porque, paradójicamente, hablar con un ministro se ha puesto hoy día tan barato para los periodistas que cualquier redactor de cualquier periódico de Madrid tiene en el bolsillo declaraciones off de record, documentos (no digas que te los di yo), aseveraciones, confidencias, lloros y alegrías de casi todo el Gabinete.

Siempre se ha dicho que es imposible saber de qué se ha discutido y qué se ha dicho en un Consejo de Ministros si alguno de los presentes no lo cuenta. El secreto obliga a los señores miembros del Gobierno y a los funcionarios de su confianza. Si éstos lo rompen, y es evidente que a veces lo hacen, no se debe perseguir a la prensa, sino a los responsables. A nosotros nos parece de perlas que si los ministros no quieren decir nada de lo que hacen no lo digan. Pero prohibir que lo cuenten los demás cuando los demás se enteren es quitar a los ciudadanos el derecho a la información. El secreto oficial, en las democracias, está reservado a los temas que puedan afectar gravemente a la seguridad del Estado y, aun así, son los jueces, y no los gobernantes, quienes determinan sobre los casos concretos que se planteen. El asunto de «los papeles del Pentágono» fue un ejemplo histórico de cómo una sociedad libre defiende sus derechos frente a los abusos del poder.

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La prensa es un instrumento de control público, mucho más importante todavía en países como el nuestro, donde prácticamente -sin Parlamento, sin elecciones, con gobernantes nombrados a dedo- es el único control que existe. Actitudes como las que comentamos revelan un muy bajo concepto por parte de nuestro Gobierno respecto al apel de la opinión pública en las democracias modernas, y unos modos de corte burdamente autoritarios. Todo esto es lo contrario de lo que se podía esperar de un Gobierno que promete la democracia. Aunque quizás sea lo más lógico en el caso de un presidente que concede declaraciones a la prensa extranjera antes que a la esnpañola. El Poder en España sigue tratando a los ciudadanos como si fueran súbditos. ¿Hasta cuándo?

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