Tribuna:

Del gaullismo a la socialdemocracia

El señor Chirac se ha despedido con mucho ruido, y hasta quizá con demasiado ruido. Ya se verá si éste es el fin de un maridaje entre el gaullismo y el liberalisrno francés, o el comienzo de otro. Es dificíl saber si el señor Giscard d'Estaing se ha desprendido de su «premier» a causa de un desacuerdo o para facilitar un acuerdo. Lo cierto es que la caída de Chirac es, en este momento, mucho más importante para Francia que la ascensión de Raymond Barre, su sustituto.Desde que el 27 de mayo de 1974, el señor Giscard d`Estaing se instaló en el Elíseo, luego de unas elecciones (19 de mayo) en las...

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El señor Chirac se ha despedido con mucho ruido, y hasta quizá con demasiado ruido. Ya se verá si éste es el fin de un maridaje entre el gaullismo y el liberalisrno francés, o el comienzo de otro. Es dificíl saber si el señor Giscard d'Estaing se ha desprendido de su «premier» a causa de un desacuerdo o para facilitar un acuerdo. Lo cierto es que la caída de Chirac es, en este momento, mucho más importante para Francia que la ascensión de Raymond Barre, su sustituto.Desde que el 27 de mayo de 1974, el señor Giscard d`Estaing se instaló en el Elíseo, luego de unas elecciones (19 de mayo) en las que obtuvo sólo el 50,81 por 100 de los votos y colocó a Jacques Chirac en Matignon, en Francia se han producido tres hechos significativos: la política exterior francesa, piedra de toque del gaullismo, empieza a desplazarse sensiblemente desde el principio rector de la «independencia» nacionalista del general hasta las tesis de la OTAN; la crisis económica deja sin trabajo a más de un millón de personas, y sube el índice de inflación al 12 por 100; el Partido Socialista del señor Mitterand y, sus aliados comunistas obtienen a comienzos de este año una victoria electoral clara en la mayor parte de los cantones franceses, y todos los expertos, incluidos algunos miembros del equipo de Giscard, sostienen que la «mayoría» es ya una minoría de poco más del 43por100. Es al término de esa rápida y ruinosa andadura -comienzos de abril pasado- cuando el presidente anuncia que Chirac «será el animador de la mayoría». Casi simultáneamente, el 20 de abril, Giscard presenta al país el llamado VII Plan, en el que el presidente reúne sus prometidas «reformas» y promete su «carta de la sociedad liberal avanzada». Todo el conjunto tiene el mérito de concitar, no sólo las críticas de-la izquierda, que por esperadas no resultan menos contundentes, sino también la rebelión de los «barones» gaullistas, quienes ante tanto «liberalismo atlantista» empiezan ya abiertamente a acusar a Chirac de «traición». La crisis se plantea entonces en «altura y profundidad», como señala el señor Servan-Schreiber, ministro del Gabinete Chirac hasta el 9 de junio de 1974, que exige, la inmediata defenestración del «premier». Chirac, que había sido puesto en Matignon para dominar precisamente a los «barones» -los «barones», a su vez, pretendían dominar por su intermedio a Giscard-, aparece ante la opinión de los republicanos giscardianos y de los demócratas sociales de Lecanuet como el «gran deshecho de las circunstancias».

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No obstante, Giscard se toma su tiempo. La crisis de Chirac es también la suya. Necesita, por tanto, fortalecer su imagen internacional, e inicia así su serie de «visitas atlánticas»: primero, los Estados Unidos, donde intenta recobrar su condición de «independiente de los norteamericanos» -es decir, parte de las simpatías perdidas del gaullismo moderado-, y luego Gran Bretaña y Alemania Federal, donde trata de adquirir, de cara al electorado francés, su pasaporte de «europeísta». La marcha del Parlamento Europeo parece ser en ese instante su única preocupación. Con este asunto busca, sin duda, una definición por parte del gaullismo y de Chirac, que se oponen,junto con socialistas y comunistas, a «esaCámara de Diputados -subraya Mitterrand- " de las empresas multinacionales». Finalmente se lanza -hace-apenas unos días- a Africa, residencia de la «grandeur» gaullista, y proclama, como De Gaulle en 1963: «Africa para los africanos.» Los enemigos del presidente, sobre todo Marchais, dicen: «manotazos de abogado»; sus amigos afirman: «está fundando la VI República». Chirac llama a Lecanuet a Matignon, el 20 de agosto, y le pregunta: «¿Qué república? ¿La república socialista? «No -replica el líder del Centro de los demócratas sociales-, la república socialdemócrata.» Lecanuet murmura más tarde a los periodistas,no sin humor, que su «coincidencia» con Chirac «es absoluta». Todo tiene un aire italiano, de Commedia dell'arte.

Pero a pesar de todo -o acaso justamente por todo eso- vale la pena detenerse en esa posibilidad de «coincidencia». El 16 de julio, el señor Chevenement, miembro del Comité Ejecutivo del Partido Socialista y diputado por Belfort, fue bastante explicito al respecto. «La presidencia -apuntó- quiere dividir a la izquierda para instalar una socialdemocracia. » Si ésa es la intención de Giscard, no cabe duda de que este rompimiento con Chirac puede facilitarle mucho las cosas. Por un lado, el sector ultranacionalista del gaullismo puede ahora desplazarse hacia la órbita del señor Mitterrand, y en este sentido actuar, dentro de la unión de la izquierda, como un caballo de Troya y romper su programa; por el otro, Chirac y algunos de sus «barones» han quedado en libertad para formar la tercera fuerza, esto es, la UDR definitivamente ortodoxa con la que atraer a la porción del electorado «escéptico y miedoso» (palabras de Servan-Schreiber), que a partir del 27 de mayo de 1974 salió de las filas de Giscard para ir a las de Mitterrand. Esa ortodoxia gaullista no podrá ya, seguramente, ganar ninguna elección, ni legislativa (1978) ni presidencial (1981), pero sí puede, a la hora de elegir a un nuevo habitante del Elíseo, obligar a una segunda vuelta -para algo se creó el ballonáge- y al final llevar mucha agua al molino de Giscard, o al de la «VI República socialdemócrata».

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