Editorial:

Manifestación inoportunas

ESCRIBIAMOS hace pocas fechas en estas páginas que la manifestación convocada para el próximo día veinte por la Confederación Nacional de ex Combatientes era un test para el Gobierno. El Gobierno ha superado ese test de la única forma que podía hacerlo: prohibiendo la manifestación. A nadie se le oculta el temor que suscitaba dicha manifestación por el centro de Madrid. Después de lo sucedido en Montejurra, no puede achacarse a la medrosidad la decisión de no dar facilidades a quienes aspiran a demostrar que cada paso hacia la democracia es una aproximación al caos social.El Gobierno -insistim...

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ESCRIBIAMOS hace pocas fechas en estas páginas que la manifestación convocada para el próximo día veinte por la Confederación Nacional de ex Combatientes era un test para el Gobierno. El Gobierno ha superado ese test de la única forma que podía hacerlo: prohibiendo la manifestación. A nadie se le oculta el temor que suscitaba dicha manifestación por el centro de Madrid. Después de lo sucedido en Montejurra, no puede achacarse a la medrosidad la decisión de no dar facilidades a quienes aspiran a demostrar que cada paso hacia la democracia es una aproximación al caos social.El Gobierno -insistimos- ha tenido la serenidad de superar un obstáculo ante el que hasta ahora ha venido demostrando no poca timidez: el que ofrecen los que defienden situaciones de privilegio amparándose en el nombre de Franco. Parte de la reforma que este Gobierno viene preconizando desde la coronación podría salvarse del naufragio político, si el gabinete ministerial tuviera un poco más de fe en sí mismo y en el país, y un poco más de decisión a la hora de no aceptar presiones ni provocaciones de la derecha inmovilista.

En cualquier caso, nos es caro dejar bien sentado que no estamos, en principio, por la prohibición de manifestaciones o de cualquier otro tipo de concentraciones ciudadanas civilizadas. Que un grupo de españoles quiera honrar la memoria del anterior Jefe del Estado es tan lícito y respetable como que otros españoles quieran manifestarse solicitando amnistía. Cuando ambas cosas puedan suceder, habremos alcanzado la reconciliación nacional y la superación de las consecuencias de la guerra civil, tarea para la cual nunca sobrarán brazos y voluntades.

Sin embargo, el carácter de manifestaciones como la prohibida entra de lleno en cierta política necrófila de la que debiéramos huir. Determinados sectores políticos o económicos utilizan ahora el nombre de Franco para la defensa de sus intereses. Los propios franquistas serán los primeros en advertir cómo muchos denostadores de la gestión del general Franco se apresuran hoy a honrar su memoria por motivos radicalmente distantes del sentimentalismo o la lealtad política.

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Seguir utilizando, en suma, la bandera del franquismo es un mal servicio al pueblo español. Franco y su régimen entraron en la historia y no es admisible servirse de ésta para vestir el fantasma de los riesgos de la democracia.

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