Varvaridades
El escritor argentino Martín Caparrós y el mexicano Juan Villoro mantienen una correspondencia durante todo el torneo y constatan que el balón sabe también mucho de amistad
No hay caso. Llevo un rato intentándolo pero no lo logro. No consigo titular, como querría, Varvaridades. A ver si alguien me ayuda. Por ahora, mi máquina me dice que eso no existe, que el título, si acaso, debe ser Barbaridades y que no joda más, que ese palabro que quiero poner es un invento chino. Mi máquina se cree que sabe más que yo. Debe ser cierto: con sus megamilimillones de chips y links y wikis no puedo competir. Pero me gustaba la idea de las Varvaridades y, sobre todo, no me gusta la idea de que un complot de unos y ceros se arrogue el derecho de decirme qué está bien y qué mal, q...
No hay caso. Llevo un rato intentándolo pero no lo logro. No consigo titular, como querría, Varvaridades. A ver si alguien me ayuda. Por ahora, mi máquina me dice que eso no existe, que el título, si acaso, debe ser Barbaridades y que no joda más, que ese palabro que quiero poner es un invento chino. Mi máquina se cree que sabe más que yo. Debe ser cierto: con sus megamilimillones de chips y links y wikis no puedo competir. Pero me gustaba la idea de las Varvaridades y, sobre todo, no me gusta la idea de que un complot de unos y ceros se arrogue el derecho de decirme qué está bien y qué mal, qué debo hacer.
Y no te creas que desvarío, Tu Excelencia. Te lo digo porque, una vez más, te me has adelantado. Es lo que nos sucede desde hace solo treinta años, así que ya me voy acostumbrando. En esta fue a propósito del VAR: decías, ayer, que el VAR es el intento de la FIFA de mostrar que es más buena que Lassie, honesta como un pollo. La tentativa tiene, es cierto, todas las trazas de una maniobra FIFA: las mil y una maneras de escupir para arriba. Yo no sé cómo haces el amor ni cómo contestas el teléfono ni cómo te las arreglarías para simultanear, pero sí sé que el VAR destruye el corazón del fútbol: la emoción inmediata, barata, arrolladora. Hemos dicho tantas veces que lo mejor del fútbol es el gol, ese estallido: el VAR lo vacuna, inocula, castra. Hasta aquí, cuando una pelota entraba en un arco y el lineman no había levantado la bandera, era el polvo y la llamada y todo lo demás al mismo tiempo, y a gritar y a saltar y a saber que algo ¿importante? había sucedido. Lo que veías era lo que era –y eso es algo que no pasa en casi ningún ámbito, habituados como estamos al engaño, al secreto, a la escondida. Con el VAR nada es lo que es: cuando entra la pelota se abre un período de deliberación, de nervios, de no saber qué hacer; si después te dicen que fue gol no es lo mismo ese grito demorado –“recalentado”, dices– que el presente de la pelota entrando; si te dicen que no lo fue te sientes un idiota que se alegró por error, por un error, por creer en tus ojos.
Eso es bastante malo para el fútbol. Pero, además, el VAR es malo para la humanidad –si me disculpas la grandilocuencia. El VAR es mi computador corrigiéndome palabras pero a lo bestia y sin vuelta atrás: gran triunfo de las dizque inteligencias artificiales sobre las naturales. Nadie podría haber visto el orsai de Lautaro contra Arabia; la máquina, sí. La máquina impone sus reglas contra la percepción de los humanos –y le creemos más a ella que a nosotros. Después que digan que la Singularidad es un peligro.
En fin, que ya vale de VAR, que disfrutemos del fútbol mientras lo sigan jugando personitas de carne –y no, por el momento, hologramas tanto más perfectos. Ya vendrán; aquí, por ahora, perfecto no es ninguno. Se termina la fase de grupos y el único que se perfila como gran jugador es Mbappé, y todavía nadie lo marcó de veras.
Mientras buscaba más candidatos escuchaba a Scaloni: el hombre tiene la ventaja de no querer disertar en esdrújulas como Bielsa ni esculpir en mármol el lugar común como Bilardo ni posar de revolucionario tras trabajar para los dictadores como Menotti; Scaloni habla simple, sin vueltas, y el otro día, tras el partido con ustedes, dijo algo que de tan simple es complejísimo: que un partido de fútbol es solo un partido de fútbol, que no puede ser que se lo llene de tantos sentidos y tantas expectativas, que así se hace difícil hacer nada. Y pensé, siguiendo sus palabras, si el problema de la selección argentina no sería la Argentina. ¿No será ese país que se jacta de vivir el fútbol tan intensamente el que paraliza a sus supuestos representantes porque son solo jugadores de fútbol y la argentinidad herida pretende convertirlos en Salvadores de la Patria?
“Se pierde, se gana y mañana sale el sol igual”, dijo Scaloni. Curiosamente, si nuestra selección pudiera entender eso, ganaría mucho más a menudo. Pero esos muchachos cargan sobre sus hombros el peso de la Patria. Y la Patria, tú bien lo sabes, es un chicle de plomo.
La Patria: cualquier patria. Hace unos días hablábamos de la tristeza de ver a Messi convertido en propagandista de la dictadura saudí por unos cuantos millones. Hoy me encuentro con que Xavier Hernández hace el mismo trabajo para la qatarí: tu quoque, Xavi, me haces esto, si por tu calidad yo siempre dije que Messi era el mejor jugador del mundo y el segundo mejor del Barcelona. Ahora este hombre, que vivió y jugó allí, que es amigo –dicen– de su familia real, arguye que “hay un prejuicio muy grande y mucha crítica hacia la cultura árabe”. A mí me sigue gustando –¿a ti también?– leer a Omar Khayyam y a Ibn Batuta y a Naguib Mafuz, o escuchar a Umm Kalsum; lo que no me gusta, está claro, es que estos reyezuelos discriminen y exploten y maten. Ni que los mejores futbolistas los defiendan: ¿será el precio de jugar tan bien?
Mientras tanto, hoy se acabaron los primeros grupos. El querido Ecuador se quedó afuera a manos senegalas, Holanda pasó volando bajo como si fuera un país ídem y el más bajo de todos fue Qatar, ni un punto. En el otro grupo, los dos imperios –el actual y su madre– se impusieron: Inglaterra con autoridad, Estados Unidos sufriendo –como hace tanto– con Irán. Era raro: por momentos yo quería que ganara Irán y me preguntaba por qué alentar a un régimen brutal y no quería decirme que para que rebajaran a los americanos y me contestaba que era por esos jugadores que se habían callado su himno –pero volvieron a cantarlo tras las amenazas– y así de seguido. Uno de estos días deberíamos debatir por qué queremos que gane tal, que pierda cual: las razones suelen ser sinrazones y caprichos, mentiritas menores. Mientras tanto, mañana tenemos fecha grande: se deciden los destinos de los nuestros y, por supuesto, te toca a ti escribirla.
Envidia, ya te dije, y un abrazo.
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