Intrahistoria (de amor) del documental ‘Beckham’
El futbolista inglés atravesó, con afición y técnicos, todas las fases de una relación: el flechazo, el desencanto, la reconciliación
Dice Netflix que ha hecho un documental sobre “el meteórico ascenso de David Beckham: desde sus orígenes humildes hasta lo más alto del fútbol”. Yo lo hubiese vendido como una historia de amor. Y no la del futbolista con la llamada Spice pija —que también—, sino la de “Pelotas de oro” —Victoria, no yo— con la afició...
Dice Netflix que ha hecho un documental sobre “el meteórico ascenso de David Beckham: desde sus orígenes humildes hasta lo más alto del fútbol”. Yo lo hubiese vendido como una historia de amor. Y no la del futbolista con la llamada Spice pija —que también—, sino la de “Pelotas de oro” —Victoria, no yo— con la afición y con sus entrenadores. Están todas las fases de una relación: el flechazo, la pasión, el desencanto, la reconciliación.
1989. David Robert Joseph Beckham, de 14 años, ficha por el Manchester y cumple el sueño de su padre, un forofo obsesionado con el equipo —su segundo nombre es por Bobby Charlton, fallecido el sábado—, que sabe que un “córner puede cambiar la historia” y pone a su pequeño a ensayarlos una y otra vez para que sea él quien la escriba. Su debut oficial es en 1992. Al principio, cuando sale del túnel de vestuarios, su hijo parece poco mayor que esos niños que los jugadores suelen llevar de la mano para la foto antes del encuentro. En 1996, en un partido contra el Wimbledon, marca un gol extraordinario desde la mitad del campo. El gol del flechazo.
Su forma de disparar, inclinándose 120 grados sobre el césped, provoca una especie de hechizo. Mientras el país se enamora de él, él se enamora de Victoria Adams, cantante de las Spice Girls. “Conducía cuatro horas para estar siete minutos con ella”, revela en la serie. A su “segundo padre”, Alex Ferguson, que considera unas zapatillas blancas pecado capital, le estalla la cabeza con la atención mediática que empieza a despertar su criatura. La antigua recepcionista del Manchester cuenta, aún mosqueada: “No está bien mandar ropa interior a un chico”. La selección inglesa lo reclama. Y David Robert comete un error de crío el día y ante el rival menos adecuado: Argentina. Simeone, cinco años mayor que él —en fútbol, una eternidad—, lo atosiga en el campo. Y antes de levantarse de la enésima falta, Beckham le da una patada delante del árbitro. El argentino, como admite hoy en la serie, exagera y se tira al suelo. Expulsado. Inglaterra se queda fuera del Mundial tras una tanda de nervios y penaltis y el rubio de oro se convierte en “el hombre más odiado del país”. El seleccionador, Glenn Hoddle, no ayuda: “Nos ha costado la eliminación”, dice en público. Normal que la peluquera Sandra Georgina West, madre del futbolista, lo pusiera en su “lista”.
Solo la intensidad del amor previo explica la magnitud de lo que ocurre a continuación: “Si salíamos a algún sitio”, explica un amigo de Beckham, “teníamos que acompañarlo al baño”. La gente le escupía, le insultaba, colgaba muñecos ahorcados con su camiseta por la ventana. El rencor es directamente proporcional a la devoción anterior.
Unos cuantos goles después, la afición inglesa perdona por fin al futbolista, que se convierte en el escaparate preferido de las marcas y en portada de todo tipo revistas. Sir Alex vuelve a enfurruñarse. Llega Carlos Queiroz, que hoy pone nombre a lo que estaba pasando: “Los jugadores no te enamoran para toda la vida”. Beckham acaba en el Real Madrid, donde multiplica (Florentino dixit) por tres los ingresos del club. Pero todo se tuerce con Capello, que lo envía primero al banquillo y, al enterarse de que negocia su marcha, al ostracismo: ni siquiera le deja entrenar con el resto del equipo. Con la clasificación cuesta arriba, es indultado y termina siendo clave en la famosa liga de las remontadas (2007). Pero para entonces él ya ha decidido irse a Los Ángeles, donde va a compartir vestuario con jugadores que dedicaban al fútbol media jornada —la otra “limpiaban piscinas”, trabajaban de “jardineros”...—.
En un giro espectacular de los acontecimientos (y de las relaciones humanas), la selección inglesa ficha al italiano Capello como entrenador, y uno de los hombres que le partió el corazón llama a Beckham para decirle que lo quiere dentro, pero que antes debe volver a un equipo de verdad. Se muda a Milán. Aún le queda París. Y no sale en la serie documental —dirigida por el oscarizado Fisher Stevens y coproducida por Studio 99, de la que Beckham es propietario—, pero el inglés comprobará una vez más la fina línea entre el amor y el desencanto. El cómico británico Joe Lycett (1,3 millones de seguidores en Instagram) se dirige públicamente a su ídolo en noviembre de 2022: “Siempre te he considerado un icono gay. Fuiste de los primeros en hacer sesiones de fotos con revistas gais, en hablar abiertamente de tus fans gais, y te casaste con una Spice Girl, que es lo más gay que un ser humano puede hacer. Pero has firmado un contrato de 175 millones de euros con Qatar para ser su embajador durante el Mundial. Qatar es uno de los peores lugares del mundo para ser gay: la homosexualidad es ilegal, se castiga con prisión, y si eres musulmán, posiblemente incluso con la muerte. Siempre has hablado del poder del fútbol para hacer el bien, por eso te doy a elegir: Si renuncias a tu acuerdo con Qatar, donaré 10.000 libras para apoyar a la comunidad LGTBi, y si no lo haces, arrojaré este dinero a una trituradora justo antes de la ceremonia inaugural del Mundial y no solo se destruirá el dinero, sino tu estatus como icono gay”. Lycett donó la suma, pero Beckham mantuvo su contrato con el emirato. Solo puede decepcionarte aquello que amas.
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