Vacío

Lo curioso en torno a Pogacar, es que a pesar de la derrota, el círculo ciclista siguiendo la carrera le espera listo para dar batalla en la última meta montañosa del Tour

Tadej Pogacar, en la subida al Col de la Loze, el pasado miércoles.MARCO BERTORELLO (AFP)

Dice Rigoberto Urán, ciclista colombiano del equipo EF Education-Easy Post, que hay que tener mala memoria para ser ciclista. Para olvidar el dolor y extraer la experiencia, añado yo. Confiando en esa suerte de amnesia, Tadej Pogacar extraerá lo mejor de su desfallecimiento camino de Courchevel en la etapa reina del Tour de Francia, sin grietas en su espíritu. “Estoy muerto, no voy”, escuchamos todos a través de la radio interna con su equipo. Su cuerp...

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Dice Rigoberto Urán, ciclista colombiano del equipo EF Education-Easy Post, que hay que tener mala memoria para ser ciclista. Para olvidar el dolor y extraer la experiencia, añado yo. Confiando en esa suerte de amnesia, Tadej Pogacar extraerá lo mejor de su desfallecimiento camino de Courchevel en la etapa reina del Tour de Francia, sin grietas en su espíritu. “Estoy muerto, no voy”, escuchamos todos a través de la radio interna con su equipo. Su cuerpo vacío se hizo nuestro porque en el empinado Col de la Loze, Pogacar se hizo humano. A pesar de la desolación, de nuevo la narrativa de la derrota y de la lucha del campeón abatido, se mostró más inspiradora que la de la victoria y el éxito. Es lo extraordinario de este deporte.

Si hablamos en términos teatrales, el Tour de Francia ha vivido en un clímax desde su inicio, en un escenario dispuesto para valientes, hombres-espectáculo, estrellas en ese foro itinerante de representaciones diarias. Una rivalidad como las que no se recuerdan, rezaba la promoción en la cartelera, a la vez que catalogaban la obra como ciencia ficción, por sus dos protagonistas, y drama, mucho drama; apta para todos los públicos pero no para los corazones sensibles.

Donde daba uno, respondía el otro, y en paralelo estuvieron llegando a las primeras metas de los Alpes, separados por tan sólo diez segundos en la clasificación general. Fuerzas compensadas y emoción contenida. Alguno fantaseaba ya con un Tour decidido en el sprint final en París, frente a los Campos Elíseos, como el perfecto final feliz.

Sin embargo, el destino tenía otra idea. El reloj de la crono del martes en Combloux marcó la hora de la verdad. En esa batalla individual, de lucha contra el tiempo, Jonas Vingegaard aplastó una buena prestación de Pogacar, logrando una ventaja de 1m38s y reclamando al mundo una pizca de la admiración que se le tiene al esloveno. Fue una de las mayores exhibiciones en una contrarreloj que se recuerda. “No está mal para ser humano”, me decía Pello Bilbao tras su gran rendimiento por detrás de Vingegaard, Pogacar y Wout van Aert. “He sido el primero de los mortales”, decía el belga, uno de los mejores corredores del mundo reconvertido en gregario para este Tour y que por un momento marcó el mejor tiempo virtual en meta.

Y es que todo en este Tour ha sido virtual hasta el dictado de Vingegaard o Pogacar. “Es el ciclismo moderno”, básicamente del que nadie entiende nada. El guion tradicional del deporte se ha perdido para dar paso a uno en el que nadie sabe bien qué va a ocurrir. Bendición para los aficionados, quebradero de cabeza para los equipos. Los ha habido lógicamente molestos: los Pinot, Alaphilippe, Landa, etc., son corredores con muchísimo nivel que bien podrían haber conseguido una victoria en este Tour, pero a los que los dos equipos en duelo no han dejado ir. “¿Pero por qué no nos dejan? Si su pelea es otra”, se lamentaban.

En Courchevel, como Pogacar, nos quedamos algo vacíos de emociones. Tuvimos tanto que nos quedamos con muy poco. Lo curioso en torno a Pogacar, es que a pesar de la derrota, el círculo ciclista siguiendo la carrera le espera listo para dar batalla en la última meta montañosa del Tour; ciegos de esperanza alentados por ese relato sobre la redención que muy pocos son capaces de escribir. Y no dejo de darle vueltas a los motivos que nos hacen seguir creyendo en él. Quizás porque Pogacar nos hace creer sin límites, nos protege frente a nuestras propias debilidades, nos anima a apostar a todo, a vivir sin miedo y a disfrutar del camino. Que miremos de frente a la vida, sin memoria frente al infortunio. La única certeza es esta: este Tour de Francia no lo olvidaremos nunca.

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