La cámara de fotos más buscada que podría rescribir la historia de la montaña
Casi un siglo después de su desaparición, siguen sin encontrarse los restos de Andrew Irvine y el aparato que podría demostrar que él y George Mallory alcanzaron la cima del Everest
En algún lugar de la vertiente norte del Everest se encuentra, o debería encontrarse, una cámara de fotos antigua, modelo Vest Pocket Kodak, cuya película podría reescribir la historia de la montaña. La cámara más deseada de la historia del alpinismo desapareció en 1924, y hasta 1999 se creyó que podría hallarse entre los restos de George Mallory. Pero no. Debería estar, entonces, entre los de Andrew Irvine, cuyo paradero sigue siendo desconocido. Un siglo después, a los pies del Everest siguen api...
En algún lugar de la vertiente norte del Everest se encuentra, o debería encontrarse, una cámara de fotos antigua, modelo Vest Pocket Kodak, cuya película podría reescribir la historia de la montaña. La cámara más deseada de la historia del alpinismo desapareció en 1924, y hasta 1999 se creyó que podría hallarse entre los restos de George Mallory. Pero no. Debería estar, entonces, entre los de Andrew Irvine, cuyo paradero sigue siendo desconocido. Un siglo después, a los pies del Everest siguen apilándose cadáveres de aspirantes a cima, pero la banalización de lo horroroso convierte en estadística menor la lista de desaparecidos.
En esta primavera, 17 de los 500 montañeros que han pasado por la cima o han intentado hacerlo, han perecido. Daños colaterales para los que manejan el negocio del Everest, donde al parecer solo un muerto sigue siendo importante: Andrew Irvine, desaparecido en 1924 y, con él, la cámara de fotos que podría revelar el mayor misterio de la historia del alpinismo: ¿alcanzaron entonces la cima Irvine y Mallory, los primeros de la historia en el Everest?
En 1999, el caso pudo haber quedado resuelto, pero la búsqueda dejó perplejos a los estudiosos del destino de la pareja inglesa. Conrad Anker apenas llevaba 90 minutos buscando su aguja en el pajar, a 8.200 metros, cuando se agachó a ajustarse una bota y vio algo extraño a su lado. Se encontraba ligeramente a la derecha de la ruta normal de la vertiente norte o tibetana del Everest, la misma donde se produjeron entre 1921 y 1924 los primeros intentos de conquistar el techo del planeta, con Mallory en todos ellos. Anker y su equipo daban por supuesto que, dando por bueno el relato de Noel Odell, la última persona que vio con vida a Irvine y Mallory avanzando a unos 8.600 metros de altitud, y creyendo que la pareja nunca hubiera podido escalar el segundo escalón con los medios de la época, ambos debieron haber caído más o menos en la vertical de esa dificultad.
Un cuerpo momificado
Los vientos que barren la zona alta de la montaña se llevan la nieve y dejan a la vista un campo de rocas, un pedregal que destapa todo lo que la nieve sepulta durante el monzón. Y ahí, junto a la bota de Anker, había un cuerpo momificado boca abajo y con la espalda al aire, un pie descalzo cruzado sobre otro en el que se podía ver una bota muy antigua de cuero con clavos insertados en la suela. Restos de una cuerda de lino se conservaban atados a la cintura del fallecido, que lucía ropa de época. La cabeza presentaba un pelo rubio pajizo que convenció a Anker de que acababa de encontrar a Andrew Irvine, rubio (y apodado Sandy porque el color de su cabello se asemejaba al de la arena) y no moreno, como Mallory.
Pero cuando Anker y sus compañeros examinaron los restos, descubrieron por la etiqueta del cuello de su camisa que se trataba de Mallory, cuyo cabello expuesto a las inclemencias durante 75 años se había tornado casi blanquecino. Al levantar el cadáver momificado, se sorprendieron al ver que no les costó nada identificar los rasgos de Mallory y pudieron registrar las seis capas de ropa que portaba en el tronco. Encontraron un pequeño arsenal de tesoros: una caja de cerillas, tres cartas, un pañuelo, una navaja, un altímetro roto, un estuche de costura... No había rastro de la cámara, cuyo dueño original era Howard Somerwell, uno de los alpinistas de la expedición británica de 1924: se la prestó a Mallory. Tampoco hallaron la fotografía de su esposa, Ruth, que debía haber depositado en la cima. El hecho de que sus gafas de sol figurasen también en uno de sus bolsillos podría indicar que se las quitó al regresar de noche de la cima… o que se las quitó de día para ver mejor cuando les sorprendió la tormenta.
Los técnicos de Kodak aseguraron al equipo de Anker que la película, congelada durante décadas, tal vez podría recuperarse si el cuerpo de la cámara no había sufrido daños. Y si acertaban a revelar las imágenes, quizá una de ellas fuese la foto de cima. La búsqueda se basó en el relato de un escalador chino, Wang Hongbao, quien aseguró en 1975 haber visto un cadáver a unos 8.100 metros de altitud y que se trataba, a su entender, de un “inglés”. En esa época no se sabía de nadie que hubiese podido perecer a esa altura: tenía que ser el cuerpo de Mallory o el de Irvine. El hallazgo y las fotos fueron portada de todos los medios de comunicación del mundo.
Los restos de Mallory fueron cubiertos por las piedras circundantes, a modo de sepelio, pero ese gesto no significó un carpetazo a la búsqueda de nuevos indicios. Los intentos más serios al respecto se dieron en 2019, cuando Mark Synnot, también del equipo de atletas de The North Face, como Anker, decidió buscar los restos de Irvine en base a nuevos argumentos. Synnot narra en su libro El tercer polo (Desnivel) cómo expediciones anteriores a la suya no pudieron siquiera encontrar los restos de Mallory pese a disponer de la posición exacta de sus restos: donde el gps decía que debían estar, solo había piedras. ¿Se había llevado alguien dichos restos? Synnot y su equipo trabajaron en la montaña como la extensión física de Tom Holzel, viejo investigador del Everest, que creía saber con seguridad dónde dar con los restos de Irvine.
En su casa había desplegado una imagen de gran definición de la zona somital de la vertiente norte y había marcado un punto extraño, un color rojizo que desentonaba en el paisaje. Además, Holzel basaba su apuesta en los relatos del sherpa Chhiring Dorje, quien aseguró en 1995 haberse encontrado con un cadáver muy antiguo vestido con ropas militares a una altitud de 8.400 metros. El segundo testimonio clave emana del escalador chino Xu Jing, quien tuvo la misma visión en 1960 y a similar altura, tras salirse de la ruta buscando atajar hacia su último campo de altura.
Pero lo más asombroso de todo, según revela el libro de Synnot, es que en 1965, Wang Fuzhou, uno de los tres escaladores chinos que alcanzaron la cumbre por vez primera desde el norte, en 1960 (aunque sin aportar pruebas de ello), aseguró durante una conferencia en Rusia haberse topado, a 8.600 metros, con el cadáver de “un europeo que llevaba tiradores”, queriendo decir ‘tirantes’… como los que llevaba Andrew Irvine. No reveló si los restos estaban por encima o por debajo del segundo escalón. Tom Holzel trazó todas las posibles rutas que Xu Jing pudo seguir hasta su campo de altura. Descartó las que recorrían muros de roca y se quedó con una posibilidad que estudió con el microscopio hasta quedarse con el punto rojizo. Ahí se dirigió Synnott.
Desde 1938, nadie había pisado el Everest desde el lado tibetano. Tras la Segunda Guerra Mundial, China cerró sus fronteras, mientras que Nepal las abrió, acogiendo todos los intentos que llevaron a la primera ascensión reconocida en 1953… hace ahora 70 años. Hoy en día, se otorga mucha más credibilidad al proclamado primer ascenso del Everest desde Tíbet, y China considera esa primera de 1960 como suya, negando cualquier posibilidad a Mallory e Irvine.
Su discurso oficial ha borrado también los testimonios de Xu Jing y Wang Fuzhou. Semejante celo podría esconder, además, una suposición, rumores emitidos por funcionarios de la asociación china de montañismo, que remitirían a una posibilidad rocambolesca, pero verosímil, según reconoce el propio Synnott: poco antes de 2008, un equipo chino habría retirado de la montaña los restos de Irvine, y con él los secretos que pudiese ofrecer, quizá incluso las interioridades de su cámara de fotos.
Noel Odell murió a los 96 años, pero siempre defendió la posibilidad real de que Mallory e Irvine hubiesen alcanzado la cima. Nunca alteró su discurso pese a las presiones de sus compatriotas del Comité del Everest: era más fácil organizar nuevos intentos si se daba por hecho que la cima no había sido alcanzada. El 8 de junio de 1924, Noel Odell vio esto y lo describió así, dejando sin cerrar un círculo apasionante: “A las 12.50 (…) hubo un repentino aclaramiento y toda la cresta y la cima del Everest quedaron al descubierto. Mis ojos se fijaron en una diminuta mancha negra recortada en una pequeña cresta de nieve debajo de un escalón de roca; el punto negro se movió.
Otro punto negro se hizo evidente y subió por la nieve para unirse al otro en la cresta. El primero se acercó entonces al gran escalón de roca y pronto emergió por encima; el segundo hizo lo mismo. Entonces, toda la fascinante visión se desvaneció, envuelta en una nube una vez más”.
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