La última lección de ‘Padremany’
La marcha de Alemany nos devuelve a la zona cero de la catástrofe: un club sin masa ejecutiva y donde las decisiones se tomarían en base a antiguos rituales que conectan a sus dirigentes con lo divino
Hace tiempo que el Barça no disfruta de una semana de tranquilidad, de siete días sin que las palomas se alivien sobre los puestos de comida o Dembélé sienta algún tipo de molestia en cualquiera de esos músculos suyos que siempre nos parecen inventados. Una semana sin que el viejo ídolo entregue las medallas y honores recibidos a una secretaria, sin acusaciones de adulterar c...
Hace tiempo que el Barça no disfruta de una semana de tranquilidad, de siete días sin que las palomas se alivien sobre los puestos de comida o Dembélé sienta algún tipo de molestia en cualquiera de esos músculos suyos que siempre nos parecen inventados. Una semana sin que el viejo ídolo entregue las medallas y honores recibidos a una secretaria, sin acusaciones de adulterar competiciones, dopaje o connivencia con el franquismo. Sin que un expresidente corrompa a un inspector de Hacienda o duerma a la sombra. Una semana sin que se vaya Messi o, peor todavía: enredados en la posibilidad de que Messi pueda volver. Sin Guardiola, sin velocidad en la circulación, sin relevo para Busquets, sin pantalones, sin ganas de irse a Montjuïc y ahora, también, sin un Mateu Alemany que, según algunas informaciones, podría haber sucumbido a los cantos de sirena de la Premier League.
Ser hincha del Barça tiene mucho que ver con sacar adelante una vida, pero con un cazo de leche siempre al fuego: el mismo nivel de estrés, la misma necesidad de andarse con mil ojos mientras peinas al pequeño, el mismo o nulo agradecimiento. Justo cuando todo parecía marchar razonablemente bien (atada la financiación del Espai Barça, medio contenida la masa salarial y con la mayoría de apuestas deportivas respondiendo a las expectativas creadas y consolidando un proyecto capaz de competir por la Liga y la Copa, que no es poco), la marcha de Alemany nos devuelve a la zona cero de la catástrofe: un club sin masa ejecutiva y donde las decisiones se tomarían en base a antiguos rituales que conectan a sus dirigentes con lo divino, al tiempo que funcionan como auténticas expresiones de fe por parte de los socios.
Y tampoco es que Mateu Alemany marcase los goles o secase a Vinicius Jr., como piensan algunos nostálgicos repentinos del balear (pensemos en todas esas personas que se cambiaron el nick de Twitter a Padremany), pero su presencia en el organigrama ofrecía algunas certezas de solvencia y profesionalidad que ya veremos si será quien de acreditar su próximo sustituto. De momento sonaría Deco para ocupar su cargo, que es como si sonasen Lenny, Carl o la madre del director Skinner para sustituir a Lisa Simpson, ya que los méritos reconocibles del brasileño no van más allá de su amistad con Alejandro Etxebarría, el supuesto conocimiento del mercado brasileño por cuestión de pasaporte y cierta experiencia como secretario técnico de la Federación de Fútbol de Gabón: jugar en el Barça no le salió tan barato.
Quizá sea este el camino correcto. A veces, lo verdaderamente conveniente es aquello que nos parece más inapropiado, como ir a una boda con zapatillas de deporte o mezclar política y deporte. El Barça, como elemento reconocido de la tabla periódica y sentimental de medio planeta, podría tener un comportamiento similar al del oxígeno, es decir: inodoro, incoloro e insípido, pero fundamental para la vida y, por tanto, para la felicidad. “Nadie es más importante que el Barça”, reza la frase más estúpida en la historia del club. Y puede ser cierta en el caso concreto de Alemany, sobre todo cuando se habla del regreso de Messi. Como no es menos cierto que el equipo de Xavi luchará por todos los títulos en liza la próxima temporada, pero sabiendo que el Barça ya no es quien para competir con el Aston Villa por retener a su ejecutivo fetiche: esa es la última lección, que no la definitiva, del maestro Padremany.
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