Cuando el Madrid huele una final, huele sangre

Corría la noticia, avalada por los resultados, de que el Barcelona de Xavi le había tomado la medida al campeón de Europa y el campeón de Europa se presentó en Barcelona y le dejó cuatro firmas en la frente, tres de ellas de Karim Benzema

Luka Modric y Karim Benzema celebraban el miércoles un gol del francés durante el partido de semifinal de Copa del Rey entre el Real Madrid y el Barcelona, en el Camp Nou.Associated Press/LaPresse (Associated Press/LaPresse)

“Ordem e progresso” es el lema de la bandera del jugador del caos, Vinicius Junior. El jugador imprevisible y desconcertante, el atacante con más peso en el juego del Madrid esta temporada. El brasileño aprovechó una parada sobrenatural de Courtois, otra más, para echar a correr con la pelota por Barcelona adelante; llevaba a los lados a Benzema y Rodrygo,...

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“Ordem e progresso” es el lema de la bandera del jugador del caos, Vinicius Junior. El jugador imprevisible y desconcertante, el atacante con más peso en el juego del Madrid esta temporada. El brasileño aprovechó una parada sobrenatural de Courtois, otra más, para echar a correr con la pelota por Barcelona adelante; llevaba a los lados a Benzema y Rodrygo, tres purasangres empujando hacia atrás a los pocos y aterrorizados defensas barcelonistas que acabaron en el área esperando en qué costado entraría el puñal blanco, de qué profundidad sería, cuánta sangre podría costar. Toda, costó. En parte, gracias al talento y a la memoria de Karim Benzema, a quien se le debió aparecer la charla de Zidane en Cardiff: “Llegamos al área y los pases los damos atrás”. Y atrás miró Benzema, porque siempre hay que echarle un ojo al pasado para repetir la felicidad de entonces, y se encontró a Vini, que lo esperaba solo mientras los defensas se pasaban de frenada.

El segundo llegó de un acto de amor de Luka Modric, que consiste en un cambio de ritmo. A falta de la velocidad de antaño, Modric guarda la poca que tiene para las aceleraciones, arranques sentimentales que terminan con los contrarios colgados de sus viejos y cansados tobillos. A veces juega como mediocentro y otras directamente como monumento. Ha tenido cambios de ritmo históricos, decisivos. PSG, Liverpool. El del miércoles no fue menor porque el resultado no lo es: el resultado se queda. Ocurrió al borde del área y se quedó solo, que es donde Modric juega con todas las luces encendidas, a veces las de la ambulancia. Una de ellas vio a Rodrygo atravesando la defensa culé con varios marcadores detrás; cuando se aclaró la zona, Benzema ya estaba solo con la bandeja de la merienda. Abrió el bocadillo, metió el chocolate y dedicó un remate imparable a la portería de Ter Stegen.

Antes de esa jugada, Vinicius había quedado con Araujo en el borde del área y se deshizo de él con un quiebro escandaloso, prácticamente lo volatizó; la cosa acabó sin resultado. Pero Araujo quedó avisado, inquieto como los animales que olfatean desastres naturales antes que nadie, y en su siguiente encuentro en el área, ya con el 0-2, fue a ayudarlo Kessié, todos ya acelerados por el resultado. Pisotón y penalti. Fue gol de Benzema. Casi sin respiro, de nuevo Vinicius, ordem e progresso, volvió a correr a la contra con la pelota en los pies, desatado y sin espuelas, y soltó un pase de locos a Benzema, que marcó el cuarto.

Para entonces el Real Madrid, tras una primera parte fría y gris, desarbolado su centro del campo, ya estaba vestido de asesino de las grandes ocasiones, las rondas del KO que exigen sangre fría y multitudes asombradas por el despliegue armamentístico. Sobreviven los últimos de una generación a la que la ropa ya le queda pequeña, a la que las arrugas delatan edades improbables y a la que nadie ha empezado a sepultar porque no para de firmar partidos escandalosos. Corría la noticia, avalada por los resultados, de que el Barcelona de Xavi le había tomado la medida al campeón de Europa y el campeón de Europa se presentó en Barcelona y le dejó cuatro firmas en la frente, tres de ellas de Karim Benzema. No en un partido cualquiera y no en una noche cualquiera, sino en una de esas noches de primavera en las que oler una final cerca es oler sangre.

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