El relevo puede esperar
Tanto a mí, en condición de familiar interesado, como al aficionado español nos debe satisfacer la convivencia de Alcaraz y Rafael. Celebremos, el reemplazo ya vendrá después
La semifinal de Indian Wells que enfrentó a Carlos Alcaraz con Rafael despertó una comprensible expectación entre la prensa deportiva y entre los aficionados a este deporte.
El encuentro era, sin duda, especialmente complicado para mi sobrino, que debía encararlo como si de un examen se tratara. Por mucho que se haya anotado, en lo que va de temporada, el torneo de Melbourne, el primer Grand Slam del año ...
La semifinal de Indian Wells que enfrentó a Carlos Alcaraz con Rafael despertó una comprensible expectación entre la prensa deportiva y entre los aficionados a este deporte.
El encuentro era, sin duda, especialmente complicado para mi sobrino, que debía encararlo como si de un examen se tratara. Por mucho que se haya anotado, en lo que va de temporada, el torneo de Melbourne, el primer Grand Slam del año en una final de tintes épicos y la cita de Acapulco, haber perdido este encuentro previo a la final del primer Masters 1000 del año hubiera supuesto entrar en un terreno nuevo. Se hubiera puesto en cuestión si el relevo del que se ha venido hablando —de uno con un palmarés de significancia histórica y el cuerpo perjudicado, por el otro fresco y con un gran futuro por delante— ya se había materializado.
Las circunstancias me retrotrajeron al enfrentamiento que disputó Rafael en la final de Miami de 2005, con tan solo 18 años ante Roger Federer. Mi sobrino acababa de irrumpir con fuerza en la élite de este deporte y recuerdo cómo en las horas previas al duelo, y con mi claro afán de motivarle y darle confianza, le insistí repetidamente en la dificultad que aquel encuentro podía suponer para el suizo, en aquel momento número uno.
Tener que probarte con un jugador más joven y del que se habla como tu posible sucesor siempre intranquiliza. Roger acusó la presión aquel lejano día y, a duras penas, logró imponerse en un ajustado partido que se resolvió en cinco sets. Cabía la posibilidad de que eso pudiera haberle sucedido también a Rafael. El rival no era más joven solamente; era mucho más joven, de su mismo país y, con toda seguridad, su continuador natural.
Por si todo esto no fuera suficiente para que mi sobrino tuviera que encarar con dudas el encuentro, había que añadirle las trayectorias de ambos hasta llegar a esa ronda. La del murciano había sido impecable. Venía desplegando toda la semana un tenis de altísimo nivel y deshaciéndose de todos sus rivales con pasmosa autoridad. Llegó, de hecho, sin haber cedido una sola manga y dejando constancia en cada uno de sus encuentros de esa constante progresión que, casi con toda seguridad, pienso que pronto le llevará a encaramarse a lo más alto del ranking mundial.
Rafael, por el contrario, había mostrado un juego más errático y algo alejado del nivel mostrado en Australia. Había tenido problemas en todos sus partidos precedentes, hasta el punto de estar al borde de la eliminación en la primera ronda. Aun sin olvidar la capacidad que él tiene de sobreponerse ante las adversidades, el pronóstico parecía propiciar la victoria del jugador murciano.
Tuvimos la oportunidad de ver un partido bastante ajustado, pero las condiciones meteorológicas impidieron que el juego fuera tan brillante como se había previsto. Las continuas ráfagas de viento fueron una gran dificultad añadida que impidió a ambos ejecutar correctamente sus golpes y que les llevó a cometer más errores de lo habitual. Prueba de ello fueron los constantes vaivenes en el marcador y las continuas oportunidades de rotura de las que dispusieron los dos: 21 para Rafael, 14 para Carlos. Cifras poco habituales en el tenis masculino.
Solo puedo cerrar este artículo con una aseveración que, no solo a mí como familiar interesado, sino también al aficionado español como seguidor de este deporte, nos debe satisfacer. De momento, hay que celebrar y disfrutar la convivencia de ambos tenistas. El relevo ya vendrá después.
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