Un nuevo (y preocupante) paisaje
Vuelvo a Nueva York y veo muchas caras nuevas que no reconozco, así como un modelo de tenis acorde a lo que pide el mundo actual, donde solo sobrevive el consumo rápido
Regreso al US Open cuatro años después del triunfo de mi sobrino en la edición del 2017 contra el sudafricano Kevin Anderson y me encuentro con un torneo que está intentando volver a una normalidad que, para mí, y por motivos distintos, es difícil de recuperar. La razón primera y la que más me afecta, por supuesto, es la ausencia de Rafael, que presumo y deseo temporal. Pero también he de destacar lo raro que se me hace que n...
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Regreso al US Open cuatro años después del triunfo de mi sobrino en la edición del 2017 contra el sudafricano Kevin Anderson y me encuentro con un torneo que está intentando volver a una normalidad que, para mí, y por motivos distintos, es difícil de recuperar. La razón primera y la que más me afecta, por supuesto, es la ausencia de Rafael, que presumo y deseo temporal. Pero también he de destacar lo raro que se me hace que no estén tampoco Roger Federer, ni Juan Martín del Potro, ni Serena Williams, ni Stanislas Wawrinka, ni David Ferrer, por poner unos cuantos ejemplos.
En cambio, me he encontrado con muchas caras nuevas y con una renovación del grueso del cuadro, de la que hemos ido hablando muy repetidamente en estos últimos años debido al dominio tan prolongado de lo que se ha denominado el Big Three. El nuevo paisaje creo que ya es un hecho. Todos estos chavales que no reconozco serán los que van a marcar la pauta los próximos años, cuando paulatinamente se vayan retirando los pocos que aún quedan de la anterior escuela.
Es cierto que Novak Djokovic no solo sigue ahí, sino que se postula un año más como uno de los favoritos y que tenemos en el listado español a nuestros eternos y comprometidos Feliciano López y Fernando Verdasco, quienes como única novedad, viajan ahora con sus esposas e hijos. Empiezo a sospechar felizmente que no se van a jubilar jamás.
Los organizadores siguen aplicando unas estrictas medidas anticovid que dificultan un poco nuestra vida, con estancias obligadas en los hoteles asignados, tests cada tres días y con la reducción a cuatro miembros por equipo, incluido el jugador. Pero son este cuidado y precauciones, precisamente, los que parece que harán posible la celebración del Grand Slam norteamericano con las gradas llenas en todo el complejo de Flushing Meadows.
Otro de los rasgos que me impiden reconocer la normalidad a la que yo estaba acostumbrado es la velocidad de la bola que he podido ver en los entrenamientos de los primeros días. Parece ser que existe una única táctica: pegarle lo más pronto y lo más fuerte posible, con brutalidad, pero no solo en el saque, sino sobre todo en el resto. Deduzco que, en muy poco tiempo, cuando el relevo sea definitivo, este será el único tenis que vamos a ver: un modelo acorde a lo que pide el mundo actual, donde solo sobrevive el consumo rápido, impaciente por darse a sí mismo por concluido.
Yo sé que esta percepción no es nueva y recuerdo que nada más entrar nosotros en el circuito profesional Joan Bosch, el entrenador de Carlos Moyà, de hecho, me hizo el mismo comentario que hago yo hoy: “Los jóvenes de hoy día le pegan cada vez más fuerte a la bola”.
La diferencia estriba en que hasta ahora la creciente velocidad del tenis no había llegado a impedir estilos y concepciones del juego diversas e, incluso, opuestas. Pero estoy temiendo que la especialización de los tenistas actuales en dar golpes endiablados como un disparo va a acabar en poco tiempo con la perspicacia, el juego con personalidad y la variedad táctica.
Espero que los dirigentes del tenis sean capaces de promover un cambio que nos devuelva la riqueza de la que ha gozado nuestro deporte y que lo proteja de convertirse en un juego carente de imaginación.
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