Viñales aprieta y anima el Mundial más loco
El piloto de Yamaha, sexto ganador en siete carreras, fuerza un cambio de pilotaje y remonta un complicado inicio de temporada
Cuesta imaginar a un tipo como Maverick Viñales sentado, concentrado y enfurruñado, delante de un ordenador que no le muestra más que líneas de colores que se entrecruzan. Datos, muchos datos. Que él, asegura, interpreta ya con cierta facilidad. De tantas horas que ha pasado intentando comprender por qué unos días es el tipo más veloz del lugar. Y otros, la M1 no le permite demostrar todo su potencial. Lo hace aunque esa no sea, ni de lejos, su labor en un circuito. Lo hace porque ansía ganar. “...
Cuesta imaginar a un tipo como Maverick Viñales sentado, concentrado y enfurruñado, delante de un ordenador que no le muestra más que líneas de colores que se entrecruzan. Datos, muchos datos. Que él, asegura, interpreta ya con cierta facilidad. De tantas horas que ha pasado intentando comprender por qué unos días es el tipo más veloz del lugar. Y otros, la M1 no le permite demostrar todo su potencial. Lo hace aunque esa no sea, ni de lejos, su labor en un circuito. Lo hace porque ansía ganar. “No he podido llevar al límite a la Yamaha ningún domingo”, se lamentaba en una entrevista reciente en EL PAÍS. Todo eso cambió con una trabajada victoria ayer en Misano. La primera para él este año tras dos segundos, un abandono y muchos problemas técnicos y de estrategia.
Cambió porque Viñales empeñó todo su tiempo y las pocas esperanzas que le quedaban. Modificó, junto a su equipo, el método y la preparación para la carrera: pensar solo en el domingo, no en las vueltas rápidas; hacer una moto para él y según sus necesidades, no según los informes de la fábrica japonesa; desprenderse de esa sensación de dependencia del tren trasero y pilotar con todo su peso y su corazón volcados en el tren delantero. Solo así, confesaba, podría correr como le gusta: frenar tarde, parar la moto, acelerar. No pretender ser lo que no es: un piloto fino. Él es agresivo y así es como quiere pilotar. También con la Yamaha. También por las enlazadas curvas de Misano.
Y lo consiguió. Ayudó el hecho de llegar prevenido a esta segunda carrera en el mismo circuito en el que se llevó el mayor chasco del curso hace una semana: logró la pole, pero se desinfló como un mal bizcocho a la que acechó las primeras curvas del trazado durante la carrera. Con el neumático duro y sin agarre atrás, luchó contra la sensación de estar a punto de caer a cada instante. Y terminó sexto. Una catástrofe para un tipo que debería estar dominando el campeonato. Una semana y otra pole después, a Viñales le acompañó también una pista que, tras tantos entrenos y un pequeño chaparrón, ofrecía mucho más agarre que el domingo anterior. El de Yamaha, además, eligió bien el neumático esta vez: el medio. Constante y convencido desde el primer giro, sus incansables comidas de coco tuvieron premio junto a la costa de Rímini.
No pudo evitar Viñales que Pecco Bagnaia (Pramac Ducati) le tomara la delantera al cabo de cinco vueltas. Veloz, endiablado su ritmo, maravillosa la complicidad que ha conseguido con su Ducati de segunda mano, el italiano se destacó al frente del pelotón y llegó a sacarle prácticamente segundo y medio al de Yamaha. No se rindió aquel. Resistió. Y se empeñó en ir arañándole una décima por vuelta al de Turín, todo lo que podía. Lo que le permitía el neumático blando del rival, que empezaba a bajar su rendimiento tras un inicio de carrera explosivo como se han visto pocos este curso. Cuando la distancia entre ambos se medía en poco más de un segundo, Bagnaia, solo en cabeza, se fue al suelo. Todavía no sabe por qué. Aunque creía haber tropezado con algo sucio en la pista, puede que una de las tiras desechables de un casco. Las condiciones de la pista ayer no eran las mejores. Miller, por ejemplo, que llevaba el blando igual que su compañero, se retiró incapaz de controlar la moto en las curvas. Su equipo comprobó después que una de esas tiras plásticas del casco de Quartararo estaba bloqueando el filtro de aire de la Ducati. También cayó Rossi cuando apenas llevaba dos vueltas. Y al protagonista de una semana atrás, Morbidelli, lo arrastró Aleix Espargaró con él al caerse en la primera vuelta.
Tantos giros al mismo circuito: rápido, fluido; tantas pruebas en solo diez días, velocidades de escándalo, adelantamientos de vértigo, dan para saberse de memoria el trazado. Y para volar con una MotoGP. No en vano se batieron los récords de la pole y también el de la vuelta rápida en carrera. Claro que, por muy conocidos que sean tanto el escenario como los rivales, no tienen por qué repetirse los protagonistas. Y no lo hicieron. Solo repitió este domingo en el podio Joan Mir. Osado, logró remontar desde la 11ª plaza de la salida hasta el segundo puesto final. En la mochila, otra magnífica selección de adelantamientos de clase mundial: la agresividad y la irreverencia al servicio de la fina Suzuki.
Tras sucumbir al ataque del mallorquín y en la tercera posición de la parrilla: Pol Espargaró, con una KTM que no distingue entre trazados con muchas curvas y otros con mucha recta. Regular, el de Granollers quiere verse cada domingo peleando por el podio. Como Fabio Quartararo, que fue sancionado por sobrepasar reiteradamente los límites de la pista. El último aviso le llegó al francés en la última vuelta, cuando defendía la última plaza del podio. Acabó cuarto.
Así, la primera victoria de un español este 2020 la adornó, también, el primer podio totalmente español. Y con Viñales, sexto ganador distinto en siete carreras, el Mundial tiene en cabeza a cuatro pilotos separados por solo cuatro puntos. De Dovizioso a Mir, con Quartararo y Viñales en medio, avanza un año tan loco como este, en el que la ausencia de un claro líder ha abierto la puerta a un selecto puñado de talentosos pilotos que, sin Márquez, se creen capaces de ganar cada carrera.