El Valencia secunda al Liverpool

Los de Marcelino dejan aún más sonado al Barça tras levantar su octava Copa en un duelo con final agónico que acentúa el trauma azulgrana de Anfield

Parejo alza el trofeo de campeón de Copa. En vídeo, el entrenador habla sobre el triunfo de su equipo.Foto: atlas | Vídeo: ALEJANDRO RUESGA / ATLAS

En una noche para el olimpo del valencianismo, el Valencia volvió al trono a lo grande, con un octavo copón en las narices del Barça de Messi, un azote al rey de Copas. Un Valencia espartaco dejó en la cuneta a un Barça con cara de Anfield. Un Barça noqueado ya antes de la final tras el histórico varapalo de Liverpool. Un 4-0 cuyas consecuencias quién sabe si no remitirá ahora al 4-0 de Atenas en 1994 que arrasó al dream-team. Para este centenario Valencia, titánico toda la noche, Sevilla debiera ser un punto y seguido.

Consumido en Anfield, el Barça compareci...

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En una noche para el olimpo del valencianismo, el Valencia volvió al trono a lo grande, con un octavo copón en las narices del Barça de Messi, un azote al rey de Copas. Un Valencia espartaco dejó en la cuneta a un Barça con cara de Anfield. Un Barça noqueado ya antes de la final tras el histórico varapalo de Liverpool. Un 4-0 cuyas consecuencias quién sabe si no remitirá ahora al 4-0 de Atenas en 1994 que arrasó al dream-team. Para este centenario Valencia, titánico toda la noche, Sevilla debiera ser un punto y seguido.

Consumido en Anfield, el Barça compareció en el Villamarín con el alma en los huesos. Fúnebre al inicio. Mal presagio cuando enfrente asomó un Valencia en éxtasis, lanzado de nuevo a la cima y decidido a teñirse del Liverpool: enjauló a Messi, regaló al Barça la pelota y se atrincheró con espíritu mosquetero. Cada pérdida azulgrana era un suplicio para los de Valverde, mal sincronizados. Cada posesión barcelonista era un bostezo, para regocijo de los brigadistas de Marcelino. La prueba, antes de los cinco minutos. Una pifia de Lenglet derivó en un birle del avispado Rodrigo, que sacó la cadena a Cillessen, pero su disparo a puerta abierta lo barrió Piqué un milímetro antes del gol.

Penaba el Barça, envarado con el balón, sin nadie que tocara la corneta. Sin un Luis Suárez que diera avisos en el área. A falta de atacantes, Valverde recurrió a los centrocampistas. Sin resultado por la levedad de Arthur y Coutinho. Ni un desborde, ni una rebeldía. Una nana soporífera, abatida por las interferencias constantes de Parejo y Coquelin, de Guedes y Soler, de Rodrigo y Gameiro...

Turbados los azulgrana, el Valencia cumplió letra a letra con su guion: solidaridad, voltaje en cada disputa y a toda pastilla en cada ofensiva. El primer exponente, Gayá. El lateral, con Semedo y Sergi Roberto en Marte, apareció solo en el ataque izquierdo valencianista. Se citó con Gameiro y el francés acribilló a Cillessen. Del fútbol chato y simplón del Barça, con la pelota solo como abanico, al fútbol picante y directo al mentón del Valencia.

El Barça no solo evidenciaba la falta de delanteros, chispa y fortaleza mental. El colapso multiorgánico en Anfield también le ha dejado secuelas físicas. Para muestra, el segundo gol de los del murciélago. Justo después de respiro aguador en la bochornosa noche sevillana, Soler, un estupendo futbolista que no se distingue por ser un jamaicano en carrera, citó a un largo sprint a un velocista de primera como Jordi Alba. Se impuso, inopinadamente, el valenciano, y su geométrico centro lo cabeceó con saña Rodrigo Moreno.

El Valencia era un convoy; el Barça suspiraba porque Messi fuera de nuevo un flotador. Obligado a ser Messi y Luis Suárez al mismo tiempo, el rosarino fue el único en dar focos a Jaume. Al cierre del primer acto, dos remates del diez bien defendidos por el joven portero levantino, fueron los primeros de los muchachos de Valverde.

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El técnico azulgrana intervino en el descanso y dio carrete a Vidal y Malcom en detrimento de Arthur y Semedo. Ni se inmutó el Valencia, decidido a encapotar a su adversario hasta el final. Aceptó sin rechistar su papel de resistente a la espera de penalizar al enemigo a la menor ocasión. Marcelino ha logrado sellar a un equipo en el que abundan los buenos jugadores y en el que todos parecen haber interiorizado que no caben disidencias. Todos a una. Así capeó el empuje del Barça en el segundo tramo, alertado ante una falta ejecutada por Messi en la zona Messi y un disparo posterior del argentino que escupió el poste derecho de Jaume. Messi, Messi, Messi...

Pese al despertador de La Pulga, frente a un equipo con tanto espinazo, con un 2-0 en contra y los latidos de Liverpool, al Barça el duelo se le hizo alpino. Las soluciones, de aparecer, las tenía en el césped: a la sombra quedaban dos lesionados habituales como Umtiti y Vermaelen, un cadete como Carles Pérez y un juvenil como Aleñá. Así que más que nunca incluso, Messi o Messi. Y fue Leo quien le dio vida al cazar un rebote tras un cabezazo de Lenglet al poste izquierdo de Jaume. Y con Messi por bandera creyó el Barça y su gente. Y con Messi al frente el Valencia sintió el cosquilleo que no había sentido hasta entonces. A los blancos ya les costaba estirarse, ya las ayudas no eran tan puntuales y el jabato Coquelin le servía de sostén. Ya no estaba Parejo —lesionado poco después de la hora— para templar la faena. Se enchufó algo Coutinho y Malcom, pedalea que pedalea, hizo de agitador.

Pero el Barça, pese a su remangue, se quedó corto con un final agónico, extenuante en la chicharrera del Villamarín, con la gente achicharrada. Con Guedes fallando goles hasta sin portero, con Piqué de ariete... Una catarata de emociones hasta que el Barça se despidió de su quinta Copa consecutiva, mayúsculamente afectado desde el trauma de la Copa de Europa y sometido ahora a una reflexión, desde los despachos, al banquillo y el vestuario. Para el Valencia toda una traca en su crecida tras años de tinieblas. Ha vuelto. En Sevilla se entronizó todo un CAMPEÓN.

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