La estrella y el cometa

Griezmann y Mbappé, dos presentimientos, acaban con el Mundial del viejo ídolo Luka Modric

Antoine Griezmann celebra con Kylian Mbappé el gol de Pogba.Petr David Josek (AP)

Darle el balón a Kylian Mbappé es como tirar un carrito de bebé por las escaleras. No hay forma de despegar la mirada de él ni se puede pensar en otra cosa que no sea una carretera al final del camino. No corre, descarrila. Le da la vuelta a los partidos de tal manera que cuando se acaba la jugada nadie sabe para qué país está jugando. Siguen dos minutos de reorganización mientras él descansa con la lengua fuera, se acerca al río y bebe. ¿Qué clase de milagro es ese tío? Pega zancadas como si en lugar de un campo de fútbol estuviese e...

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Darle el balón a Kylian Mbappé es como tirar un carrito de bebé por las escaleras. No hay forma de despegar la mirada de él ni se puede pensar en otra cosa que no sea una carretera al final del camino. No corre, descarrila. Le da la vuelta a los partidos de tal manera que cuando se acaba la jugada nadie sabe para qué país está jugando. Siguen dos minutos de reorganización mientras él descansa con la lengua fuera, se acerca al río y bebe. ¿Qué clase de milagro es ese tío? Pega zancadas como si en lugar de un campo de fútbol estuviese en una sabana. En la segunda parte descerrajó él solo a Croacia con los dos instrumentos más sencillos del fútbol: una carrera y un tiro. La carrera —por la derecha, la banda desde la que chantajeó a la defensa croata— acabó con gol de Pogba y el disparo, un remate desde fuera del área, terminó con la inocencia de un depredador de finales, Luka Modric.

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El mejor homenaje del pequeño genio del fútbol europeo fue la cara con que subió a recoger su trofeo al mejor jugador de la Copa del Mundo. No hay ninguna victoria en la derrota, ni había consuelo para el 10. En algún momento de la final las piernas de Modric dijeron basta y el propio Modric, cuando el partido se desmoronaba, echó el cierre a la temporada más larga y extenuante de su vida. Croacia apagó la luz de la mejor generación de su historia, un conjunto de estrellas que ya no jugarán el siguiente Mundial, dos décadas después de que la Croacia de Boban, Suker y Prosinecki se quedase con el tercer puesto en el Mundial de Francia. De todo hace ya veinte años. También de la Francia de Zidane, Henry y Blanc que ayer, ejecutando un plan magnífico, fue relevada por una selección jovencísima, exuberante, que empezó a coger vuelo en la misma proporción que lo hicieron arriba Griezmann y Mbappé, la estrella y el cometa.

De alguna manera, el futuro ha cogido forma en Rusia. Ha llamado pronto, ha cogido con el pie cambiado a las tradicionales favoritas y amenaza con fundar una dinastía que se prolongue, como la española, en los demás torneos. Más que una selección, Francia es un presentimiento. Una intuición que se ha desbordado de pronto en la mayor competición del mundo tras varios fracasos y un ridículo, el de aquel motín de Sudáfrica. “Impostores”, “antipatriotas” y “desertores”, los llamó la prensa francesa. Han pasado ocho años de aquello. Mbappé tenía once. Está por ver ahora qué imperios se construyen sobre sus piernas tras emerger hace dos años y conquistar, al empezar su carrera, el trofeo más deseado del mundo.

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