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Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

Estar dentro o fuera es una cuestión relativa

Los umbrales son un lugar de paso, pero algunos arquitectos están convencidos de que deberían ser el lugar donde quedarse: ni dentro ni fuera; entrando pero también saliendo. El escritor Mariano Peyrou observa en una novela ese espacio desde otro ángulo. Y encuentra rincones secretos.

El escritor argentino Mariano Peyrou.Carlos Rosillo

En su libro Lo de dentro fuera (Sexto Piso), Mariano Peyrou (1971) aborda una cuestión que, desde siempre, ha fascinado a los arquitectos: el antagonismo flexible entre el interior y el exterior. Los proyectistas la han tratado de solucionar ideando el espacio intermedio, un lugar-umbral, un espacio que no es ni dentro ni fuera. Pero Peyrou, que solo tiene que construir con palabras e imaginación, va más allá. Y le da la vuelta al concepto antagónico reflejando lo que pasa en la vida: lo e...

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En su libro Lo de dentro fuera (Sexto Piso), Mariano Peyrou (1971) aborda una cuestión que, desde siempre, ha fascinado a los arquitectos: el antagonismo flexible entre el interior y el exterior. Los proyectistas la han tratado de solucionar ideando el espacio intermedio, un lugar-umbral, un espacio que no es ni dentro ni fuera. Pero Peyrou, que solo tiene que construir con palabras e imaginación, va más allá. Y le da la vuelta al concepto antagónico reflejando lo que pasa en la vida: lo extraño se cuela dentro, y lo interno nos morimos por ventilarlo y sacarlo a pasear.

Lo de dentro fuera es un libro fascinante. E incatalogable, que es lo que se escribe cuando una no alcanza a catalogar. Recoge los diálogos, consigo misma, con un novio, con su padre, con su madre y con un profesor al que llama “el tipo”, de una joven estudiante ―o practicante― de arte dramático de la que no averiguamos el nombre ni tampoco hasta qué punto escenifica su vida, la vive para contarla o la cuenta para vivirla. El caso es que esa niña, que tiene tres años, o cuatro, luego 14, luego 19, luego 16, luego ocho, o de nuevo 19, en realidad siempre es pequeña porque su manera “de recibir amor era ser siempre pequeña”. Y es también anciana porque mantiene todas las edades ―y en ningún momento nos hace echar de menos la línea del tiempo―. Por eso vive también en un lugar en el que los espacios son indefinidos: “Me pongo a recordar las casas en las que he vivido, las habitaciones que he tenido. No sé si la escuela es una habitación. El colegio era una habitación. La clase del tipo era una habitación. El cuarto de mis padres era una habitación y luego dejó de serlo. Las habitaciones están dentro o fuera”. Ella misma cambia según se mire por fuera o por dentro: “Por fuera era pequeña y por dentro mayor: cuidaba a mi madre ocultándole cosas, cuidaba a mi padre presentándome como él quería que fuera”.

“Nunca te permitas representar externamente algo que no hayas vivido internamente”, aconseja Stanislavski, el más conocido autor de un método de actuación. A partir de ese juego espacial: dentro fuera / fuera dentro, Peyrou le da la vuelta a casi todo. A la fidelidad: “Quien se casa con su amante, deja libre una vacante, dijo el tipo, y miró para otro lado. Esa frase es redundante, le dije yo, una vacante ya es un puesto libre, un hueco. Un vacío. El vacío siempre es por fuera”. Al tiempo: “El siglo es viejo o joven. No es lo mismo tener 12 o 15 años en 1995 que en 2010, dijo el tipo. Mientras vives, una etapa está terminando o una etapa está empezando”.

Es todo tan relativo, que causas y consecuencias se dan la vuelta: “En muchos momentos de la historia las propuestas revolucionarias acaban generando más represión, dijo el tipo, pero a veces también ocurre que las propuestas represoras provocan una reacción que genera una apertura”. Pero no todo son juegos espaciales que emplean todo tipo de palabras y conceptos. También hay reflexiones: “Uno queda libre porque no le importa nada, no estás atrapado por la mirada de nadie. Yo ahora me siento libre, pero es una libertad triste”.

El libro de Peyrou entra y sale de los espacios y de la vida para meterse en las clases de “el tipo”, y exponer, hacer pública, la historia de tantos papas. Aparece Juan XXIII, abriendo las ventanas de la Iglesia “para que podamos ver lo que hay fuera y los fieles puedan ver lo que hay dentro”. O como Joseph Ratzinger, cuando, antes de convertirse en Benedicto XVI, como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, envía una carta a los obispos católicos estableciendo que los delitos de un clérigo contra el Sexto Mandamiento solo pueden ser juzgados por la Iglesia. Y prohíbe, bajo pena de excomunión, revelar detalles incluso a la policía.

El papa Francisco anuló ese decreto pontificio para todo lo relacionado con abusos sexuales en diciembre de 2019. Y en esas estamos. Fuera pero un poco dentro. Dentro y queriendo salir fuera.

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