Kathryn Bigelow reactiva el ‘thriller’ nuclear: “Me interesa el cine que nos lleva a lugares donde nunca hemos estado”
La oscarizada directora de ‘En tierra hostil’ y ‘La noche más oscura’ regresa con ‘Una casa llena de dinamita’, una frenética alarma roja sobre una amenaza mundial
En el colegio de la pequeña Kathryn Bigelow, y en muchos más de Estados Unidos en los sesenta, a veces sonaba una alarma. No la del recreo o la vuelta a casa. Una distinta, que la cineasta aún recuerda. Cualquiera, niños incluidos, conocía de sobra el protocolo: colocarse debajo de los pupitres y esperar. Solo podían salir c...
En el colegio de la pequeña Kathryn Bigelow, y en muchos más de Estados Unidos en los sesenta, a veces sonaba una alarma. No la del recreo o la vuelta a casa. Una distinta, que la cineasta aún recuerda. Cualquiera, niños incluidos, conocía de sobra el protocolo: colocarse debajo de los pupitres y esperar. Solo podían salir cuando los profesores les autorizaban, señal de que el enésimo simulacro atómico había pasado. Hasta el siguiente. “Así de inmediato se percibía. Durante y después de la Guerra Fría hubo conversaciones, acuerdos, y luego todo se detuvo. Se firmaron tratados de desarme, pero también han desaparecido. La amenaza solo ha escalado y, aun así, no hablamos de ello”, lamentaba la directora ante un grupo de periodistas internacionales hace un mes, en el festival de Venecia. De esas reflexiones surgió Una casa llena de dinamita, un thriller nuclear que se estrena este viernes, 10 de octubre, en las salas españolas, antes de pasar a Netflix dentro de dos semanas. A sus 71 años, Bigelow ya no se esconde bajo el escritorio. Al revés, se ha puesto de pie encima de él, para avisar a todo el mundo. Ahora, es ella misma la que hace sonar la alarma.
“Es una amenaza silenciosa, como si viviéramos bajo la sombra de la paz. Durante décadas no hemos debatido estos temas. Quería abrir la caja de Pandora y mirar en su interior. Espero que la película fomente una conversación, el conocimiento es poder”, aseguraba en Venecia la creadora. De ahí que haya filmado otro protocolo: el que se desata cuando un misil atómico sobrevuela EE UU rumbo a destruir la ciudad de Chicago. Quedan 18 minutos antes de que millones de vidas desaparezcan, junto con la ilusión de una superpotencia intocable. Funcionarios, analistas y políticos, del Pentágono a la Agencia Nacional de Seguridad, se lanzan contra reloj a estudiar el origen, opciones, medidas. La cadena de mando va escalando hasta que todo se reduce a un único ser humano, que tiene la palabra final y acceso exclusivo al botón rojo: el presidente.
Mucho antes de provocar escalofríos en el público, la película inquietó a sus propios creadores. “Mientras rodábamos, se fue volviendo cada vez más actual”, subraya. El guion, de Noah Oppenheim, procede de charlas e investigaciones con equipos gubernamentales y fuentes muy conocedoras del proceso auténtico. Se ve, pues, lo que presumiblemente sucedería. Cierta es, por ejemplo, la probabilidad que cita el largometraje de parar en vuelo un eventual ataque nuclear: en torno al 61%. “Como golpear una bala con otra”, lo resume un personaje. El guionista descubrió que los miembros del gabinete de crisis llevan mucha más preparación para ello que su jefe máximo. “Noah y yo hablamos con una persona cuyo trabajo sería acompañar al presidente en una emergencia como esta y dijo que nunca lo habían probado, que jamás tenían tiempo. Los más altos niveles de inteligencia quisieron colaborar; números, dígitos y porcentajes que mostramos entran dentro del ámbito de la honestidad total”, apunta.
Al fin y al cabo, la directora lleva años usando su cámara como una lupa sobre la Administración de EE UU y sus trapos sucios. En 2008 hasta cofinanció En tierra hostil, con tal de sacar adelante la historia de tres desactivadores de bombas en plena invasión estadounidense de Irak. La noche más oscura, en 2012, reconstruyó la larga y cuestionable caza de la Casa Blanca a Osama Bin Laden, responsable de los atentados del 11-S. Aunque las críticas esta vez también fueron para Bigelow: el filme mostraba torturas a los presos que, finalmente, soltaban informaciones decisivas. Hubo quien lo consideró un lavado de cara de la CIA, incluso quien comparó a la directora con Leni Riefenstahl, la célebre autora de los filmes de propaganda nazi. Aunque la siguiente película de Bigelow, Detroit, despejó eventuales dudas sobre sus intenciones: narraba los disturbios en la ciudad en 1967, que provocaron la muerte de tres manifestantes negros y la incriminación de tres policías blancos por homicidio.
Desde entonces han pasado ocho años sin películas de Bigelow. Probablemente, los cinéfilos la hayan echado en falta mucho más que el poder de EE UU. Y menos ahora, que regresa con Una casa llena de dinamita. “Me interesan filmes que nos lleven a lugares donde nunca hemos estado, o nos den información que desconocemos”, subraya la directora. Dice que se mueve por las preguntas que dan vueltas en su cabeza. Y espera que el público también salga de sus obras con interrogantes, en lugar de certezas masticadas. “Ofrecer soluciones nos quitaría presión y responsabilidad”.
Ella misma empezó pronto a cuestionar el sistema. Nació en San Carlos (California), hija única de una bibliotecaria y un director de fábrica que en realidad quería ser pintor. Al principio, Bigelow trató de llevar a buen puerto el sueño de su padre. A menudo se ha descrito como una niña “tímida”, que vio en el arte “una salida”. Se fue a estudiar a San Francisco y Nueva York, donde aprendió bajo la guía de Susan Sontag y se hizo amiga de Philip Glass o Laurie Anderson. Ahí se encontró con otra lección, que relató a The Guardian: “El arte tiene una responsabilidad política, no está concebido para ser decorativo”. Mientras protestaba en la calle contra la guerra de Vietnam, la joven realizaba lienzos y obras conceptuales. Hasta que se dio cuenta de que la pintura resultaba “algo elitista”, mientras que el cine cruzaba clases sociales. Otro profesor de renombre, el director Milos Forman, vio en un corto inacabado de Bigelow la chispa para ofrecerle una beca en la Universidad de Columbia. Otra intuición genial del cineasta de Alguien voló sobre el nido del cuco.
La propia filmografía de Bigelow, que empezó en 1981 con The Loveless, supuso unas cuantas rebeliones. Se pasó décadas siendo la prueba empírica para desmontar la estupidez de que solo los hombres pueden filmar thrillers y manejar grandes producciones. Primero, vinieron el wéstern vampiro Los viajeros de la noche y Le llaman Bodhi (Point Break), filme de culto sobre un atraco entre tablas y olas. Rebecca Ferguson, protagonista de Una casa llena de dinamita y presente en la charla en Venecia, imaginaba entre risas la frustración en el Gobierno de EE UU: “¿No podías seguir haciendo películas de surferos?”. En lugar de eso rodó el drama bélico K-19: The Widowmaker, sobre un submarino precisamente con arsenal nuclear. Y, en 2010, se convirtió en la primera mujer de la historia en obtener el Oscar a la mejor dirección, por En tierra hostil. Premio, también, a un rodaje imposible, en una Jordania que ardía a 54 grados. Y derrotando, de paso, a su exmarido, James Cameron, candidato por Avatar. Difícil romper más techos de cristal de un solo golpe.
“Kathryn trabaja con la autenticidad”, subrayaba Ferguson. Y con un cuadernito, al parecer, que lleva a todos lados para apuntar notas e ideas. Una de las primeras para Una casa llena de dinamita fue que discurriera en tiempo real, como explicaba la directora: “Teníamos que trabajar con un plazo de 18 minutos y, a la vez, ser totalmente rigurosos. Podría ser un gran cortometraje. Pero había mucha información y fue maravilloso desglosarla y mirar desde distintos puntos”. Así que la escena se repite idéntica, pero siempre con elementos y perspectivas nuevas, de un soldado raso hasta el mismísimo presidente. La sangre fría, el pánico, los cálculos, la ansiedad. No hay ni un segundo que perder. Y, aun así, cada cual busca un instante para avisar a casa. Además del protocolo, está la humanidad. La misma que ha tenido la ocurrencia de mudarse a Una casa llena de dinamita. En Venecia, Bigelow mostraba su asombro: “¿Cómo puede un sistema capaz de aniquilar a la civilización ser una medida de defensa? Es como una adivinanza que no tiene absolutamente ningún sentido”. Le toca al espectador tratar de responder. O correr a esconderse debajo de un pupitre.