‘Don’t Worry Darling’: Olivia Wilde estrena al fin la película más polémica del festival de Venecia

El filme, que entre otras complicaciones acumula una protagonista que evita hablar de ella o versiones discordantes sobre el despido de un actor, no convence en la Mostra

La directora y actriz Olivia Wilde, en la presentación del filme 'Don't Worry Darling", en el 79º Festival de Venecia.ANDREAS SOLARO (AFP)

Tal vez la mejor noticia para Olivia Wilde —puede que la única buena— sea que al fin su película Don’t Worry Darling se ha estrenado. Quizás así termine la serie de catastróficas desdichas que ha rodeado al filme desde su rodaje hasta hoy lunes, día de su debut mundial, fuera de concurso, en el festival de Venecia. Una actriz protagonista que evita hablar del largo; un intérprete que fue sustituido por una ...

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Tal vez la mejor noticia para Olivia Wilde —puede que la única buena— sea que al fin su película Don’t Worry Darling se ha estrenado. Quizás así termine la serie de catastróficas desdichas que ha rodeado al filme desde su rodaje hasta hoy lunes, día de su debut mundial, fuera de concurso, en el festival de Venecia. Una actriz protagonista que evita hablar del largo; un intérprete que fue sustituido por una estrella del pop (Harry Styles) que, ahora, es la nueva pareja de la cineasta; sospechas de comportamientos inapropiados en el plató, vídeos privados aireados y más golpes de efecto personales y creativos... tanto que la historia que rodea a la película bien podría ser un thriller. Incluso uno mejor que Don’t Worry Darling. Porque la proyección en la Mostra tampoco regaló demasiadas alegrías a Wilde. Recibió un aplauso tibio. Y poco más. Un contraste chocante con el ruido que venía generando la obra. Su historia suma tantos capítulos que conviene ir con orden. Empezando por el final.

Porque hasta en su rueda de prensa en Venecia hoy la película sufrió otro sobresalto. El día antes se supo que su intérprete principal, Florence Pugh, no comparecería ante los micrófonos. La razón oficial alude a la agenda, a la colisión con el rodaje de la segunda parte de Dune. Y es cierto que la actriz sí desfiló por la alfombra roja antes del pase de gala, por la noche. Pero la decisión prolonga su silencio respecto al filme. Mientras, a falta de su versión, hablan todas las demás.

“Florence es una fuerza. Estamos agradecidos de que consiga estar aquí esta noche y de que podamos celebrar juntos. Ha sido un honor tenerla como protagonista. En cuanto a todo el cotilleo, internet se alimenta de eso, está suficientemente bien alimentado y no voy a contribuir”, cortó por la mañana Wilde la inevitable pregunta sobre el elefante en la habitación. O, más bien, ausente en ella. El interrogante mencionaba peleas con Pugh. Pero esa parte fue ignorada. Y peor suerte sufrió la siguiente cuestión, sobre el protagonista masculino original del filme, Shia LaBeouf: “Ya ha sido contestada con la referencia a internet”.

Es cierto que la red está llena de material para investigar la cuestión. El 24 de agosto, Wilde dio a entender a Variety que eliminó al actor debido a su comportamiento: “Su proceso no se alineaba con el ethos que exijo. […] Crear un ambiente seguro es la mejor manera de llevar a la gente a hacer un buen trabajo. Y mi responsabilidad final es hacia la producción y el reparto, para protegerlos”. Pero el intérprete contactó con la misma revista. Y le rebotó varios correos intercambiados con la directora para ofrecer otra verdad. “Tú y yo sabemos las razones de mi salida. Dejé tu película porque tus actores y yo no encontramos tiempo para ensayar”, escribía LaBeouf en uno. Además, compartió un vídeo que presuntamente le había enviado Wilde y que, luego, terminó online. En la grabación, la cineasta decía que confiaba en que LaBeouf y Pugh pudieran “hacer las paces” y que todavía no estaba “lista para rendirse” sobre la cuestión. El apodo “Miss Flo” y el tono irónico con que la directora se refería a la actriz, sin embargo, no habrán contribuido a destensar el clima.

Una vez desaparecido LaBeouf —que, para disfrute del cotilleo, anda en el festival, para presentar Padre Pío, de Abel Ferrara—, el papel recayó en Styles. Semanas después, Wilde anunció otra decisión clave: el fin de su relación de nueve años con el actor Jason Sudeikis. Pasaron unos cuantos meses y el exdivo de One Direction, hoy solista igual de adorado por el público, empezó a ser fotografiado de la mano con la directora. Las apariciones de la pareja han continuado hasta el punto de asumir su oficialidad. Y un ejército de jóvenes se plantó desde primera hora ante la alfombra roja del certamen, dispuesto a esperar horas solo para ver un instante al cantante y envidiar a la directora. “Músico y actor son profesiones opuestas en muchos puntos de vista. Pero en ninguna de las dos sabes nunca hacia dónde vas”, declaró Styles.

Harry Styles y Florence Pugh, en una escena de 'Don't Worry Darling'.AP

El pasado abril, la película también viró hacia otro destino inesperado. Y volvió a cruzarse con la vida real: mientras Wilde presentaba Don’t Worry Darling desde un escenario, alguien se acercó a entregarle un sobre. La directora lo abrió y se encontró con los papeles de la custodia de sus dos hijos con Sudeikis. El actor ha negado conocer el peculiar plan de sus abogados, pero la cineasta ha dejado claro que no le cree.

Nada tan conflictivo podría haber pasado en Don’t Worry Darling. O, al menos, en su comienzo. Porque el filme cuenta la maravillosa vida de Alice y Jack. Y de los habitantes de la idílica comunidad de Victory. Ellos trabajan. Ellas cuidan del hogar y preparan la cena que sus maridos disfrutarán. Y todos juntos alimentan la utopía que lidera el carismático gurú Frank. Hasta que Alice empieza a hacerse alguna que otra pregunta. Y, poco a poco, trae a la urbanización lo único que está vetado: disenso. Y, finalmente, caos.

“Nos gustan las películas que sean caballos de Troya, que entretengan, pero generen un debate, una provocación. Las rupturas son fundamentales para nuestra sociedad”, afirmó Wilde. Aunque su obra cumple solo a medias con el objetivo. Con ecos de El show de Truman y la reciente serie Separación, Don’t Worry Darling puede verse como una metáfora de la opresión del patriarcado y del sistema capitalista. Ofrece, además, una parábola sobre el despertar feminista y su potencia revolucionaria. Y una respuesta, por si hiciera falta, a quién se pregunta por qué es necesario que la mitad del mundo que el cine siempre ha acallado pueda filmar sus historias.

El problema es que el largo insiste tanto, y durante tanto tiempo, en construir su clímax, que la atención de muchos se rendirá antes. Se intuye la meta final, de ahí que lo importante sería el cómo llegar: sin embargo, apenas surgen un par de desvíos fuera de los esquemas. Al menos, eso sí, el final logra teñir de épica el empoderamiento femenino. “Quiero que las mujeres sientan que su voz es escuchada, que se sientan inspiradas por la protagonista”, dijo la cineasta. Y estos días subrayó con ironía que ningún hombre experimenta un orgasmo en su filme. Sin embargo, tuvo que cortar del tráiler una secuencia de sexo oral a la protagonista para evitar que el acceso a la película terminara restringido en EE UU para ciertos públicos. El enésimo golpe a la película. A saber si es el último.

Colin Farrell, antes de la proyección de gala de 'The Banshees of Inishering'. YARA NARDI (REUTERS)

En el otro filme del día, apenas hay una voz femenina. Aunque resulta la única lúcida. Porque ninguno de los hombres de The Banshees of Inisherin, de Martin McDonagh —que ya triunfó en Venecia con Tres anuncios en las afueras—, parece capaz de lidiar con el conflicto que se plantea en el arranque. Toda una lección, por otro lado, de cine y de síntesis: Pádraic se acerca a la ventana de una casa. “¿Colm, vamos al pub?”, infiere. Pero el otro, dentro, ni se inmuta. “Son las dos”, insiste el primero. Ninguna respuesta. El espectador, en cambio, ya lo ha entendido todo: una amistad de toda la vida se acaba de romper.

La obra atrapa, envuelve, pese a que a ratos el guion parece más interesado en resultar brillante que emocionar. En los espectaculares y remotos paisajes de una isla irlandesa, los personajes de Colin Farrell y Brendan Gleeson hablan de la masculinidad tóxica, de la que no sabe expresarse y de la que sí acepta emocionarse; pero también de la guerra civil, de la arrogancia intelectual y de buscarle un sentido a la vida. Grande, trascendente, como la música. O muchísimo más sencillo: tan solo ser amable.

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