Afonso Reis Cabral: “La familia es muchas cosas, también una lucha cotidiana”
El escritor, voz señera de la nueva literatura portuguesa, cuestiona el amor fraternal en ‘Mi hermano’
“Soy el guardián de mi hermano”, dice, con resonancias cainitas, el anónimo narrador que sorprende a la familia y decide ahora, tras la muerte de sus padres, comprometerse y hacerse cargo de su consanguíneo, de 40 años y con síndrome de Down. Pero es un relator no muy fiable el de Mi hermano (Acantilado, traducción de Isabel Soler), premio LeYa 2014. Esta primera novela, que se publica ahora en español, señaló a un Afonso Reis Cabral de unos sorprendentes 24 años como ...
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“Soy el guardián de mi hermano”, dice, con resonancias cainitas, el anónimo narrador que sorprende a la familia y decide ahora, tras la muerte de sus padres, comprometerse y hacerse cargo de su consanguíneo, de 40 años y con síndrome de Down. Pero es un relator no muy fiable el de Mi hermano (Acantilado, traducción de Isabel Soler), premio LeYa 2014. Esta primera novela, que se publica ahora en español, señaló a un Afonso Reis Cabral de unos sorprendentes 24 años como una de las voces más sugerentes de la nueva narrativa portuguesa, hecho que la segunda, Pan de azúcar (premio Saramago 2019, que también publicará Acantilado), ha ratificado.
Sí, chocante, pero el cronista tiene celos de Miguel, que, pese a su enfermedad, se muestra seguro de lo que quiere, se enamora apasionadamente, tiene ideales… La antítesis del culto hermano, profesor universitario, divorciado, misántropo, que responde con una inquietante espiral entre el cariño y el odio, siempre con un sustrato de amargura y resentimiento muy alto. “El juego del narrador es el de mostrar y esconder, tiene conciencia a ratos y otros, no; pero es un narrador moral porque piensa claramente lo que hace: se debate entre ayudar a su hermano o buscar su propia redención ante su vida vacía, y cuando eso no sale bien, la supuesta honradez de todo hermano se tambalea”, asegura Reis Cabral (Lisboa, 31 años) en una mañana de principios de mayo en Barcelona.
La amarga y retorcida batalla interna del narrador y el bien perfilado comportamiento de Miguel sorprenden pensando que Reis Cabral empezó la novela con 21 años, hace ahora una década. Su biografía lo explica en parte: tiene un hermano que padece la enfermedad. “Mi compromiso es con la literatura, no con lo autobiográfico; pero sí, no deja de ser un exorcismo mío; escribir, en el fondo, lo es siempre; tengo un lado oscuro que guardo en una caja y esa caja es el libro”, admite con franca sonrisa en un rostro barbilampiño que parece contradecir la aseveración. Una frase del libro (“Vivimos como bolsas de carne podrida, muy bien cerradas y sujetas, pero muriendo por dentro”) y un raciocinio despejan dudas: “El narrador se da cuenta de que ha fracasado en encontrar la felicidad y se siente zarandeado al comprobar que Miguel nace herido, pero más predispuesto a esa felicidad y eso hace la brecha más profunda”. Lo resume otra frase del libro: “A Miguel le bastaba con existir; los demás teníamos que luchar”.
Estamos en un momento en que la lectura parece que es buena o no si uno se encuentra en un libro, si puede identificarse, y eso es peligroso
Fluye subterráneamente en Mi hermano la idea de que siempre lo que nos es más cercano es lo que nos traiciona... o a lo primero que se traiciona y odia. Ocurre también en Pan de azúcar, donde se narra el caso real del asesinato de un transexual por violentos adolescentes, supuestos amigos de la víctima. “Conocer algo o alguien a fondo nos permite poder herirlo más certeramente; podemos hacer mucho más daño a quienes conocemos; mi obra no deja de ser un ataque disfrazado: la familia es muchas cosas, pero también una lucha cotidiana”. Se detiene y resume: “Sí, quizá me gusta explorar cómo la proximidad y la empatía se transforman a menudo en otra cosa muy distinta”.
La inspiración de una fadista
La precocidad de Reis Cabral es aún más escalofriante si se sabe que publicó su primer libro, los poemas de Condensação, con 15 años. Si un hombre, como dice en Mi hermano, también se mide en las cosas de lo cotidiano, la chispa que lo llevó a la escritura debió ser notable. “También soy un narrador dudoso sobre mí mismo”, desvía en primera instancia. “La respuesta honesta es que fue casualidad: tenía nueve años cuando falleció la fadista Amalia Rodrigues, voz de los grandes poetas portugueses, y necesité responder a eso… Recuerdo que abrí una carpeta en el ordenador con el título de Alter ego porque siempre afronté la poesía como un teatrillo, no era para nada confesional, escasamente autobiográfica: recuerdo haber reflejado una angustia infantil que nunca experimenté; la poesía, para mí, era una primera etapa para la prosa; ya está cerrada”.
Hay otra respuesta para su pronta pulsión literaria: la notable biblioteca familiar de unos padres “grandes lectores”. Y quizá algo genético cuando uno es tataranieto del gran clásico Eça de Queirós. “Su realismo es muy específico, no creo que se asemeje al mío”, zanja. Más cómodo se encuentra cuando se le hace referencia a Vergílio Ferreira en ese hacer sentir el dolor al leer, estrujando emociones sin caer en el sentimentalismo. “Mis temas pueden parecer maniqueístas, banales; pero justamente la escritura debe tener animadversión total a la banalidad: siempre hace un feo servicio al tema y creo que huyo de eso”.
Editor freelance, Reis Cabral admite que la literatura portuguesa había perdido “en estos últimos 20 años” parte de sus esencias (el recuerdo, la infancia, el espacio familiar…) en aras de buscar “una supuesta ambientación universal, ocurre hasta en el fundamental Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago”, ejemplifica. Los críticos dicen que él las ha recuperado con un lenguaje moderno, muy visual, de fraseología tan breve como poética, como recoge Mi hermano. “Me cuesta esa supuesta universalidad, quizá porque me falte imaginación: hago mis novelas consultando Google Maps y saliendo a la calle, lo que hace que la marca del tiempo sea visible en mi obra”.
Está así el escritor opuesto a Gonçalo M. Tavares y Valter Hugo Mae, con los que se le cita cuando se habla de la nueva narrativa lusa. “Construyen de forma distinta a la mía, pero les sigo porque me gusta crecer por contrastes: estamos en un momento en que la lectura parece que es buena o no si uno se encuentra en un libro, si puede identificarse y eso es peligroso: ir hacia ti mismo es lo contrario de la literatura, que es la experiencia del descubrimiento”, dice. También es consciente de que España vive de espaldas a la literatura portuguesa: “Le daré una bofetada de guante blanco: nosotros estamos muy atentos a la literatura española, que traducimos casi simultáneamente”.
“Cuando la crisis tenga otro nombre, sobreviviremos cada uno por su lado, cada cual más estropeado que el otro”, se dice en Mi hermano, con referencia a los efectos del crack de 2008. Podría aplicarse ahora a la generada por la pandemia. “Veremos si seremos capaces de salir económicamente de todo esto, pero lo preocupante es que lo de la covid-19 es visto como un castigo por nuestros pecados globalizadores y esa lectura es de pensamiento mágico, tiene algo de medieval, y me parece peligroso o, cuanto menos, inquietante”. Como el hermano cainita.