Columna

Autoría

En medio del excesivo aburrimiento que me invadió durante la última edición de los Goya, se me despeja la modorra cuando escucho la generosa petición de Almodóvar a Pedro Sánchez

Pedro Almodóvar recoge uno de los premios Goya que ganó el pasado sábado en Málaga. GABRIEL BOUYS (AFP)

En medio del excesivo aburrimiento que me invadió durante la última edición de los Goya, se me despeja la modorra cuando escucho la conmovedora, generosa y solidaria petición de Almodóvar a Pedro Sánchez: “Me gustaría decirle que el cine de autor, el cine independiente, fuera de las televisiones y las plataformas, está en serias vías de extinción. Necesita no ya la protección de su gobierno, sino la protección del Estado”. Y son comprensibles los aplausos ante petición tan noble y necesaria, que alguien del que los maledicentes presuponen que vive permanentemente en un egotrip, un dir...

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En medio del excesivo aburrimiento que me invadió durante la última edición de los Goya, se me despeja la modorra cuando escucho la conmovedora, generosa y solidaria petición de Almodóvar a Pedro Sánchez: “Me gustaría decirle que el cine de autor, el cine independiente, fuera de las televisiones y las plataformas, está en serias vías de extinción. Necesita no ya la protección de su gobierno, sino la protección del Estado”. Y son comprensibles los aplausos ante petición tan noble y necesaria, que alguien del que los maledicentes presuponen que vive permanentemente en un egotrip, un director cuyas películas están amortizadas desde antes del estreno ya que son distribuidas en todo el mundo, reivindique ante el jefe de todo esto a los autores y exija la protección económica que se merecen. Debía de haber cantidad de autores en el patio de butacas.

Pero también me pregunto en qué consiste eso de la autoría. ¿Es algo transparente que te conceden los dioses o hay que hacer oposiciones para conseguir el título? ¿Figura esa condición en el carnet de identidad o es algo que constata cualquier receptor de su obra? ¿Quién puede negar la financiación de algo que regala felicidad colectiva, o al menos a todos los espíritus cultivados, a las sensibilidades con paladar?

Y pienso en directores incomparables, a los que nunca les quitó el sueño saber si eran artistas o artesanos, que jamás necesitaron tirarse el rollo. Uno se limitó a aclarar su identidad con un escueto: “Me llamo John Ford. Hago wésterns”. El frívolo Wilder afirmó que el mayor pecado que puede cometer una película es aburrir al público. Hitchcock solo anhelaba para su cine que las salas estuvieran abarrotadas. Qué ordinariez la de esta gente.

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