Columna

Paquí Pallá

Es lógica la fascinación que nos provoca el cine negro y la literatura de espías. El bueno, que es mucho

La expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, junto a los candidatos del PP a la Comunidad de Madrid y al Ayuntamiento de la capital, Isabel Díaz-Ayuso y José Luis Martínez Almeida.Luca Piergiovanni (EFE)

Es lógica la fascinación que nos provoca el cine negro y la literatura de espías. El bueno, que es mucho. Conforta ver tanta clase, estilo, inteligencia, códigos intransferibles y personalidad en gente proscrita o que transgrede las leyes. Es antológico el encuentro entre el cazador y su presa, interpretados de forma sublime por Al Pacino y De Niro, la profesionalidad en sus cotas más altas que encarnan ambos, la seguridad de que no puede haber rendición, de que uno acabará con el otro, en esa obra maestra titulada Heat. Y lo que ocurría en el Circus, ese monumento que inventó Le Carr...

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Es lógica la fascinación que nos provoca el cine negro y la literatura de espías. El bueno, que es mucho. Conforta ver tanta clase, estilo, inteligencia, códigos intransferibles y personalidad en gente proscrita o que transgrede las leyes. Es antológico el encuentro entre el cazador y su presa, interpretados de forma sublime por Al Pacino y De Niro, la profesionalidad en sus cotas más altas que encarnan ambos, la seguridad de que no puede haber rendición, de que uno acabará con el otro, en esa obra maestra titulada Heat. Y lo que ocurría en el Circus, ese monumento que inventó Le Carré, era retorcido y tenebroso, pero qué placer tan inolvidable provocaba la eterna partida de ajedrez entre Smiley, ese cerebro metódico y sabio, especializado en los poetas románticos alemanes, y Karla, sinuoso e implacable jefe del KGB. Los dos son virtuosos del chantaje y se admiran secretamente. Y si prescindes de las películas y de los libros, si te atienes a eso tan abstracto llamado realidad, te deja pasmado la figura, la pinta, la cultura, los modales y las contradicciones de Kim Philby, aquel monarca de los espías.

Que se olviden los amantes del género de todas esas referencias. He ahí Villarejo, castizo rey de los sumideros del Estado, gran hermano de todo cristo con algo goloso que perder o que ganar, modelo tanto él como sus espiados del lenguaje más chusco, grosero, cutre, sórdido, caricaturesco, copia infame del arrabal, sin puta gracia. Qué nivel estético y expresivo el de aquellos que mueven los hilos de los negocios y de la sagrada patria.

Y resulta fraternal con el universo del chantajista de la gorra la desvergüenza o la subnormalidad de ese ejército de manzanas podridas o de ranas que le salieron a Aguirre (tiene mérito la honesta dama, se va a librar del trullo) que montaron sociedades tapadera, que en un alarde intelectual y futurista se atrevieron a titular su latrocinio institucional como Paquí Pallá. No es broma.

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