Crítica

Me he enganchado a un culebrón mexicano

'La casa de las flores' combina, en capítulos de 30 minutos, giros de guion, golpes de humor negro y situaciones disparatadas

El culebrón es uno de los géneros más despreciados, como si no tuviera un mérito enorme ser capaces de inventar tramas y subtramas una detrás de otra que mantengan el enganche de los espectadores. Melodramas con familias con relaciones complejísimas en los que los giros de guion se suceden estratégicamente situados para que la acción no decaiga y la historia siga adelante. Pero también es un género al que es fácil encontrarle las costuras.

Por eso renovarlo no es cosa sencilla. ...

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El culebrón es uno de los géneros más despreciados, como si no tuviera un mérito enorme ser capaces de inventar tramas y subtramas una detrás de otra que mantengan el enganche de los espectadores. Melodramas con familias con relaciones complejísimas en los que los giros de guion se suceden estratégicamente situados para que la acción no decaiga y la historia siga adelante. Pero también es un género al que es fácil encontrarle las costuras.

Por eso renovarlo no es cosa sencilla. Eso es lo que pretende La casa de las flores (Netflix). La serie mexicana, dirigida por Manolo Caro, no oculta su condición de culebrón. No obstante, tiene a la reina de las telenovelas Verónica Castro (Los ricos también lloran) interpretando a uno de los personajes centrales. Pero también se reivindica como algo diferente a lo que se puede esperar. Viendo los primeros capítulos te puedes encontrar desde referencias a Mujeres desesperadas a una salida del armario que arranca al menos una sonrisa al ritmo de A quién le importa o mariachis en un funeral.

La historia tiene todos los elementos que se podrían esperar de un culebrón. La acomodada vida de una familia mexicana de clase alta se desmorona cuando, en plena celebración familiar, un trágico evento saca a la luz amantes, hijos secretos, negocios paralelos y situaciones económicas desconocidas. Los descubrimientos no quedarán ahí y a cada paso la cosa se complica más con secretos compartidos y ocultos. Pero aquí lo único que importa son las apariencias, y mientras el resto del mundo no sospeche nada, todo maravilloso.

Los capítulos de alrededor de 30 minutos se pasan volando combinando nuevas tramas, golpes de humor negro y situaciones disparatadas. Como esa matriarca aficionada a la marihuana que cuenta sus problemas al muñeco-calcetín de su psicólogo. O la peculiar forma de hablar de Paulina, entre desquiciante e hilarante.

Las aventuras de la familia De la Mora se puede combinar, sin salir de Netflix, con las vicisitudes del cantante Luis Miguel en otra vuelta de tuerca a la telenovela para el tiempo presente. Y, cuando te quieres dar cuenta, ya te has enganchado a un culebrón mexicano. O a dos. ¡Híjole!

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