Quién os ha visto y quién os ve

Amazon ha servido para que los pequeños y medianos se pusieran las pilas y renovaran el concepto de librería de barrio como elemento esencial del paisaje urbano

Rita Hayworth en 'Gilda' (1946), de Charles Vidor. GETTY

En la frase del título podría condensarse la impresión que a mi topo —una parlanchina editora catalana que adora el pescaíto frito— le causó la organización y desarrollo del XXIII Congreso de Libreros, celebrado en Sevilla. No pude asistir, pero mi testigo no ha dejado de ponderarme el renovado aire, rebosante de confianza y optimismo, del nuevo equipo directivo de la ­CEGAL (Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros), y especialmente de su presidente, Juancho Pons, y s...

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1. Libreros

En la frase del título podría condensarse la impresión que a mi topo —una parlanchina editora catalana que adora el pescaíto frito— le causó la organización y desarrollo del XXIII Congreso de Libreros, celebrado en Sevilla. No pude asistir, pero mi testigo no ha dejado de ponderarme el renovado aire, rebosante de confianza y optimismo, del nuevo equipo directivo de la ­CEGAL (Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros), y especialmente de su presidente, Juancho Pons, y su director técnico, Javier López Yáñez. Bien es verdad que el congreso anterior (Las Palmas, 2011) navegó con viento de crisis en la popa, y que ahora, poco a poco, se van recuperando las ventas y la alegría. Pero el aire fresco ha venido también de las caras nuevas, de la selección de participantes y temas en las mesas redondas, de la inequívoca voluntad anticaspa que se respiraba en las sesiones, de la disminución de las quejas institucionales o del Kulturpessimismus más o menos apocalíptico en que, a menudo, caen los libreros. Por supuesto, Amazon —el Moloch de la venta de libros— sigue siendo el enemigo principal, como diría Mao: sus ventas españolas no han cesado de crecer, con el horizonte de copar el 25% del mercado en pocos años. Pero no hay que tener miedo a los fantasmas, por muy incorpóreos que sean. Ryan Raffaelli, un gurú de la escuela de negocios de Harvard que lleva años estudiando el asunto, se fijó, entre otras cosas, en que, entre 2009 y 2015, años de apogeo de la venta de libros por Amazon, el número de librerías indepes en EE UU creció de 1.651 a 2.227. Y que la tendencia no ha parado. Y es que las librerías de “ladrillo y cemento” ofrecen intangibles de los que el monstruoso libródromo virtual carece. Amazon ha servido para que los pequeños y medianos se pusieran las pilas y renovaran el concepto de librería de barrio como elemento esencial del paisaje urbano. La lealtad de los autores famosos a los libreros independientes ha sido una piedra de toque esencial en el proceso; los eventos, las lecturas, las presentaciones y los talleres también ayudan. Y puestos a preocuparse por el futuro, a mí me inquieta casi más un dato proporcionado por Nielsen: disminuye significativamente en Reino Unido el porcentaje de padres que leen a sus hijos, que ha pasado del 69% en 2013 al 51% en 2017. Ignoro lo que dirían los datos españoles al respecto, pero me temo que irían en el mismo sentido, y por las mismas causas (“al llegar a casa estoy cansado/a”, “los niños prefieren distraerse con otras cosas”). Por lo demás, espero que esos aires nuevos de la CEGAL se manifiesten también en la reforma de su página todostuslibros.com, una estupenda herramienta que necesita ajustes y revisiones. Por último, y para terminar con una broma estúpida, leo en algún sitio que algunos sellos del grupo Ara Llibres decidieron hace algunas semanas suprimir el número 155 en la paginación de sus libros en señal de protesta por lo que califican “golpe de Estado a las instituciones y el Gobierno de Cataluña”. Se me ocurre que el gesto puede quedar desactivado si en dicha página cae alguna portadilla (que no lleva numeración). Para evitar el riesgo, podrían optar —como hacen algunos hoteles con la habitación 13, que pasa a ser 14— por numerar la 155 como 156, lo que ocasionaría un pequeño caos (y devoluciones). Si, a pesar de todo, decidieran continuar con su numeral protesta, les sugiero que dejen la página en blanco para que los visitantes de las librerías (y tanto si compran como si no) puedan expresar en ella lo que les parezca. Suerte, genios.

2. Cinéfilo

Resulta que, entre 1946 —cuando todavía firmaba sentencias de muerte— y 1975 —cuando volvió a firmarlas, antes de despedirse—, Francisco Franco, nuestro peculiar “centinela de Occidente”, vio casi 2.000 películas de todo tipo y nacionalidad, a razón de dos largometrajes semanales. Lo sabemos gracias a los programas impresos que se imprimían para anunciarlas en petit comité y que han analizado minuciosamente José María Caparrós y Magí Crusells en Las películas que vio Franco (y que no todos pudieron disfrutar), un apasionante trabajo repleto de jugosas revelaciones y que acaba de publicar Cátedra. Franco fue no sólo un gran cinéfilo —como lo fueron, sintomáticamente, otros conspicuos y sangrientos dictadores del siglo XX (Mussolini, Hitler, Stalin)—, sino también un hombre de cine: aficionado a filmar escenas con sus cámaras de 9,5 u 8 mm —desde la retirada de Chauen en 1924 hasta grupos familiares durante sus veraneos gallegos—, picoteó en casi todos los oficios cinematográficos: actor (ubicuo en los NO-DO, además de Franco, ese hombre, el faraónico biopic que firmó —1964— su amigo Sáenz de Heredia); cámara y escenógrafo; guionista (ahí tienen su autobiográfica Raza —1941—, firmada con el seudónimo de Juan de Andrade); e incluso, por citar algo en lo que su competencia también era inapelable, supremo censor cinematográfico y defensor de la pureza moral del pueblo sometido. A Franco le encantaban las pelícu­las de Hollywood: en su sala de El Pardo se proyectó todo lo que se le antojó, incluso filmes que, como Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939) o Gilda (Charles Vidor, 1946), solo pudieron ver en su momento él y su privilegiada camarilla cortesana. Y adoraba a los actores y actrices, con los que gustaba fotografiarse si venían por aquí: al parecer, sus favoritos entre los varones fueron Gregory Peck y James Stewart; y entre las chicas se pirriaba por Deborah Kerr y Doris Day, por las que, supongo, la casta doña Carmen llegaría a padecer crisis de celos. No me extraña, con un marido tan gallardo y todo ternura.

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