Ironizar y novelar la estafa

Thackeray ofrece una buena dosis de humor británico al escribir sobre turbios negocios

William Thackeray.Getty Images / Culture Club

El acre satírico autor de La feria de las vanidades no se parece mucho al bondadoso y más tierno autor de este libro que comentamos; sin embargo, la persona es la misma. Thackeray fue un hombre bien distinto a su contemporáneo Charles Dickens: toda la vitalidad que éste puso en sus novelas, incluso en las últimas y más amargas, toda la intuición que guiaba sus historias, contrasta con la crítica sobriedad de su colega. Thackeray, ferviente victoriano de estricta moral burguesa, excelente escritor satírico, pero en última instancia...

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El acre satírico autor de La feria de las vanidades no se parece mucho al bondadoso y más tierno autor de este libro que comentamos; sin embargo, la persona es la misma. Thackeray fue un hombre bien distinto a su contemporáneo Charles Dickens: toda la vitalidad que éste puso en sus novelas, incluso en las últimas y más amargas, toda la intuición que guiaba sus historias, contrasta con la crítica sobriedad de su colega. Thackeray, ferviente victoriano de estricta moral burguesa, excelente escritor satírico, pero en última instancia contenido, y de un elegante clasicismo, lúcido y comprometido con la realidad aunque reprimiendo el lado romántico al que, con todo, pertenece histórica y literariamente, es, con George Eliot, las hermanas Brontë y el mencionado Dickens, uno de los más grandes representantes de la narrativa inglesa del periodo victoriano.

La historia de Samuel Titmarsh es un libro menor y ejemplarizante que su editor español edita muy oportunamente, por su coincidencia con los tiempos que estamos viviendo. Es la historia de una estafa monumental, como cualquiera de las que se han enseñoreado de nuestro país en estos tiempos de inmoralidad pública, de las del tipo pirámide, en que un tipo (el señor Brough, excelente personaje) monta una empresa dedicada a acarrear dinero de inversores grandes y pequeños, dinero que diluye entre diversas subempresas hasta que un día la quiebra de la matriz pone al descubierto todo el tinglado y huye al extranjero.

Thackeray se apoya en Samuel Titmarsh, un joven de escasos recursos y alma cándida para exponer una estafa y trazar la ejemplaridad de un hombre honesto. La novela, pues, tiene mucho de reflexión moral sobre esa lacra de los individuos o corporaciones que se aprovechan de la buena disposición (y también ambición mal medida de la gente) para tejer sus turbios negocios. La novela incluso podría haber sido ñoña de no ser por esa arma tan propia de la literatura británica y, en especial, de Dickens y Thackeray: el humor y la ironía. Thackeray, admirador de Pickwick, es un humorista más contenido y más satírico, y su crítica de la realidad es más lúcida que vital, pero sus personajes y, sobre todo, sus construcciones literarias son espléndidas.

Una historia perfectamente medida y resuelta,
divertida y llena de personajes sugestivos.

El lector de este libro encontrará, por ejemplo, un episodio dickensiano y de la época: el ingreso en la cárcel de Samuel Titmarsh y su familia por deudas, y aunque no hallará un personaje tan singular y maravilloso como Micawber, quizá hasta se le escape una lágrima de compasión por el aciago destino del hijo de Titmarsh. Hay en esta historia abundancia de nobleza y de maldad, corazones impolutos y corazones indiferentes, amistades incondicionales y rechazos oportunistas cuando no verdaderamente crueles, todo ello dentro de esa parte de la moral victoriana que acude finalmente a los buenos sentimientos para arreglar las cosas. No es, pues, éste, el poderoso autor de La feria de las vanidades, ciertamente, pero sí el estupendo satírico que sabe contar una historia perfectamente medida y resuelta, divertida y llena de personajes sugestivos.

El relato contiene, naturalmente, una moraleja que el mismo Titmarsh explica: “Aunque yo no soy un hombre de letras, mi primo Michael (…) dice que mis memorias pueden ser de alguna utilidad para el público (…); y en ese caso estoy encantado de ser de utilidad para él y para los demás y con esto me despido, pidiendo a todo aquel que lea esto que sea cauto con su dinero, si lo tiene; que sea aún más cauto con el dinero de sus amigos; que recuerde que los grandes beneficios implican grandes riesgos y que los grandes y astutos capitalistas de este país no se conformarán con recibir el cuatro por ciento si creen que pueden conseguir más”. Pura actualidad hispana.

La historia de Samuel Titmarsh y el gran diamante Hoggarty. William M. Thackeray. Traducción de Ángeles de los Santos. Periférica. Cáceres, 2014. 256 páginas. 17,90 euros

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