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¿Y qué pasó con la música étnica?

Las cadencias de raíz y el jazz pierden público frente al pop y el rock alternativo. Salvo incondicionales y ciertos refugios, han desaparecido del prime time

El trompetista cubano Guajiro Mirabal en los ensayos de la Orquesta Buena Vista en La Habana Carlos Pericás

 En los estudios de la discográfica Egrem se acumula el polvo. La cabina donde cantaba Benny Moré tiene la puerta destartalada; a primera vista destaca una humedad en el techo y sobre el Steinwey de cola, que acarició Bola de Nieve, reposa un trapo sucio y grasiento. En este espacio mítico, considerado por músicos y productores como uno de los estudios con mejor acústica del mundo, se grabó también Buena Vista Social. Pero de su antiguo esplendor, en esta tarde de intensa lluvia caribeña, solo brilla Florita, una mulata de origen chino, delgada como una p...

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 En los estudios de la discográfica Egrem se acumula el polvo. La cabina donde cantaba Benny Moré tiene la puerta destartalada; a primera vista destaca una humedad en el techo y sobre el Steinwey de cola, que acarició Bola de Nieve, reposa un trapo sucio y grasiento. En este espacio mítico, considerado por músicos y productores como uno de los estudios con mejor acústica del mundo, se grabó también Buena Vista Social. Pero de su antiguo esplendor, en esta tarde de intensa lluvia caribeña, solo brilla Florita, una mulata de origen chino, delgada como una pluma y con problemas de visión tan graves como para moverse con un ligero bastón. Durante décadas Florita vivió de afinar instrumentos. Trató personalmente a los artistas, pero desconoce su repercusión mundial. Buena Vista Social Club no fue solo un disco y una película, sino que se convirtió en un fenómeno que, 17 años después, todavía arrastra multitudes. Sus protagonistas pasaron del paro a llenar escenarios en Chicago, Berlín o Madrid. Para algunos analistas, el éxito de Buena Vista Social Club tuvo que ver con la habilidad de los productores, el guitarrista norteamericano Ry Cooder y el productor Nick Gold, que lo introdujeron en los circuitos del rock. A los soneros cubanos les llegó el éxito cuando ya eran muy mayores, pero lo disfrutaron intensamente. En el camino fallecieron Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Rubén González y Cachaíto, pero ellos solo eran la cara de una manera de tocar y de interpretar la música popular de un país privilegiado musicalmente. Por eso había que resucitarlos. Bajo la dirección de Jesús Aguaje Ramos, la Orquesta Buena Vista Social Club ha iniciado estos días por Europa su Adiós tour, una gira de despedida que concluye en el otoño de 2015 y que llenará de son y de mambo los escenarios del mundo.

El largo adiós de la mítica orquesta y su éxito de público solo se explica, según los expertos, como un fenómeno. ¿Acudiría el público a verlos sin esas siglas? ¿Qué será de la vieja trova cuando esto termine? ¿Los géneros latinos quedarán solo para los latinos? ¿Oscar D’León o Rubén Blades cantando únicamente para sus compatriotas? Las músicas de raíz y el jazz no llenan estadios.

Saúl Presa, promotor y manager del músico maliense Toumani Diabaté, cree que estos sonidos, que hasta hace unos años resultaban “tremendamente exóticos”, sufren los devastadores efectos de la crisis. Los serios recortes de los fondos públicos que se están aplicando al mundo de la cultura, tanto en Europa como en Estados Unidos —y que afectan a los programas oficiales—, junto con el hecho de que los periodistas especializados en estos géneros hayan perdido poder en las redacciones —más receptivas hacia el pop, el rocko el indie—, han influido en el declive. Y esto afecta, incluso, a las programaciones de la BBC o a las de Radio Francia Internacional. “Lo que no se publicita no existe, y si no vendes, estás muerto”, señala Presa. “Además, el público que aupó estas músicas ya no es un consumidor activo, sale menos de casa; ha sido sustituido por un consumidor más joven que basa sus gustos, en buena medida, en lo que lee o publicitan los medios. Ahora, si no eres un trending topic o no estás en Facebook, no existes”. Algunos artistas ya han visto reducidas sus giras e incluso los catalogados como números uno también han visto relegado su estrellato. Han pasado del horario prime time o de máxima efervescencia en los festivales al de mediodía o primera hora de la tarde, dedicado a un público más tranquilo y familiar. El propio Toumani Diabaté, considerado como el mago de la kora y un artista al que el público recibe de pie en señal de respeto, tocó el pasado junio en el festival de Glastonbury a las 13.30. Eso sí, nada más bajar del escenario y casi sin secarse el sudor, se acercó a la mesa de comercialización para firmar discos, un rito que los artistas ya han convertido en norma. Los CD se venden en directo y, según algunos cálculos, casi un 80% de las ventas se realizan por ese sistema. Se ha normalizado también el uso de entradas Premium que incluyen prestaciones adicionales, que van desde charlar personalmente con el artista hasta tener derecho a aparcamiento.

Paco Martín, director de La Mar de Músicas, lleva 30 años programando y casi cada día se ve obligado a empezar de nuevo. Promotores privados e instituciones públicas arriesgan cada día menos en la programación de teatros municipales o salas privadas. “El fado, que antes arrasaba y llenaba salas de más de 1.000 personas, ha visto diezmado su público, y lo mismo pasa con el jazz. Hace unos años toda la prensa deseaba una entrevista con Goran Bregovic, ahora dudo mucho de que la compren, y el compositor yugoslavo sigue siendo igual de bueno, ¿qué ha pasado?”. La respuesta es que se trata de una moda que, como tal, tiene vigencia hasta que es sustituida por la siguiente. A su juicio, los festivales sobreviven, entre otras cosas, por la amalgama de músicas y estilos que agrupan las programaciones. Ya es normal que los festivales de jazzprogramen juntos a artistas tan dispares como Damond Albarn y Wayne Shorter; a John Grant en el mismo cartel que Chucho Valdés y lo mismo con Chick Corea y Ray Davies: “Si hiciéramos las programaciones para los puristas o los ortodoxos, ya no habría festivales. Lo bueno de estas fusiones es que al final se suman adeptos; si un asistente acude a escuchar a The Waterboys y el cartel incluye a Madeleine Peyroux, lo más probable es que se gane un nuevo fan para la compositora de jazz”.</CF> Descreído después de tantos años en el negocio de la música, Martín recurre a una encuesta realizada hace tiempo entre el público que acude al festival de Glastonbury. “Mayoritariamente buscaban divertirse, colocarse, ligar y, casi en último lugar, la música. Es decir, el viejo adagio de sexo, drogas y rock and roll”. Martín tiene muy claro que Inglaterra sigue marcando la pauta. Periodistas como Jools Holland de la BBC diseñan la senda que luego los otros medios se ocupan de poner en el candelero y convertirlo en moda. También desde Londres, media docena de agencias deciden qué festivales y a qué precio tendrán como cabeza de cartel a Artic Monkeys, The Black Keys o Kasabian, los héroes del momento: “Ahora no se pregunta cuánto vale un grupo, sino cuánto ofreces”. Personalmente no parece preocupado: la raíz de toda moda es su evanescencia. “Al final lo bueno perdura. Cuando menos te lo esperas, llegan los jóvenes y recuperan algo que parecía olvidado”, cuenta. Esto explica que dos cantantes, a las que se puede poner la etiqueta de indies, como María Rodés o Natalia Lafourcade, hayan recuperado las coplas o los boleros de Agustín Lara, en un estilo totalmente personal y muy alejado de la tradición, y que ambas se hayan ganado al público y a la crítica. Queda también el pequeño refugio de los verdaderos coleccionistas, incondicionales que saben muy bien lo que desean escuchar. Entre los sonidos del mundo, la excepción es el movimiento de la música balcánica, el menos castigado de estas tendencias, puesto que ha sido adoptado por los grupos antisistema. Y lo mismo con el afrobeat, que renace después de una crisis.

Según una encuesta, el público del festival de Glastonbury busca divertirse, ligar y, casi en último lugar, la música

También en La Habana, artistas como David Torrens, Raúl Paz, Equis Alfonso o Kelvis Ochoa se empeñan en buscar nuevos sonidos al son: “Me interesa mezclar mi música, que viene de los sonidos populares de Benny Moré o Ñico Saquito, con sonidos contemporáneos. Tocamos el son con guitarra eléctrica y bajo”, cuenta Kelvis Ochoa. Su disco Dolor con amor se cura se escucha en directo los viernes noche en Don Cangrejo, uno de los locales del barrio de El Vedado. “Hemos conseguido que, al menos un día a la semana, se programe una música que no tiene que ver ni con el reggaeton ni con los viejos soneros”, aclara, convencido de que han ganado una batalla. Y es que en La Habana el mundo parece haberse detenido en 1950. Si de algo puede presumir Cuba es de tener buenos músicos, además las nuevas generaciones disponen de una excelente formación académica. En La Habana vieja suena música en directo a cualquier hora del día, pero el repertorio parece fuera de época. Con suerte, un turista escuchará cinco o seis veces al día un clásico como Chan Chan o la más moderna Yolanda.

El sonido balcánico es el menos castigado por este declive porque ha sido adoptado por los grupos antisistema

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