Llega la procesionaria, no las toque ni las queme: qué hacer ante la oruga más temida
Las largas filas del insecto, que puede provocar reacciones alérgicas en personas y mascotas, han comenzado a aparecer ya por zonas urbanas
Llevan miles de años conviviendo con los pinares mediterráneos, pero las interminables filas de peludas y urticantes orugas procesionarias (Thaumetopoea pityocampa) siguen causando escalofríos en la población. Ahora es la época ―aunque adelantada y de más duración que antaño― en la que estos temidos insectos descienden de los pinos y se topan con personas y sus mascotas por parques urbanos y montes. Si se sienten atacadas, se despre...
Llevan miles de años conviviendo con los pinares mediterráneos, pero las interminables filas de peludas y urticantes orugas procesionarias (Thaumetopoea pityocampa) siguen causando escalofríos en la población. Ahora es la época ―aunque adelantada y de más duración que antaño― en la que estos temidos insectos descienden de los pinos y se topan con personas y sus mascotas por parques urbanos y montes. Si se sienten atacadas, se desprenden de sus pelos y pueden provocar desde urticarias a reacciones alérgicas y afecciones respiratorias en personas y mascotas, que pueden ser graves. Se aconseja no eliminar los nidos por cuenta propia, con gasolina, insecticidas, disparando con una escopeta para romperlos o cortando las ramas donde se encuentran —métodos que pueden afectar a la seguridad o la salud de las personas—. Lo más recomendable es llamar a expertos en el control de plagas fitosanitarias, indican comunidades autónomas y ayuntamientos, que intentan año a año controlar su proliferación, sobre todo en zonas urbanas. Pero si no, lo mejor es alejarse de ellas, controlar a los niños, además de llevar atados y vigilados a los perros.
Además, para controlar la proliferación de esta oruga de forma más eficaz resulta necesario tener en cuenta su ciclo biológico, que es complejo. En verano, la polilla ―la oruga adulta― pone los huevos en las acículas de los pinos, y 30 o 40 días después (en septiembre-octubre) nacen las orugas, que empiezan a comer. Cuando llega el invierno, construyen los nidos en las ramas de los pinos, que solo abandonan para seguir alimentándose y creciendo. Todavía en invierno (el momento en el que nos encontramos ahora) o al principio de la primavera, según la zona, los insectos descienden de los árboles para enterrarse, convertirse en crisálidas y transformarse en mariposas. Y vuelta a empezar. Algunos ejemplares pueden permanecer enterrados un año o más para garantizar la supervivencia. Dependiendo de la fase en la que se encuentre el insecto, se aplican unos métodos de control u otros.
El comportamiento de la especie, tras miles de años de convivencia con los pinares mediterráneos, es completamente natural, pero cada vez ocupa más territorio y aparece a mayor altitud azuzada por el calentamiento global (inviernos más suaves y primaveras más cálidas). Los daños que provoca en la naturaleza no son tan graves como la alarma social que genera.
Su mera presencia no mata a los pinos, a pesar de las impactantes escenas en zonas forestales de árboles completamente pelados, incluso de laderas enteras de montes. “Es muy raro que esto ocurra solo por la procesionaria porque no se comen los brotes tiernos y, además, cuando salen las yemas nuevas, en primavera, la oruga ya no está allí, lo que permite que los árboles afectados rebroten”, explica Mireia Banqué, del centro de investigación CREAF y responsable del programa Alerta forestal, en el que los ciudadanos pueden aportar sus observaciones y completar los datos oficiales.
El problema es la combinación de la oruga procesionaria con otros efectos del cambio climático como las sequías prolongadas ―cada vez más habituales―. Este cóctel provoca que las arboledas se debiliten y se conviertan en más apetecibles para insectos que se alimentan de madera y para otros patógenos, además de en más sensibles a los incendios. “Cuando estos estreses ambientales llegan a un bosque en el que hay procesionaria, sí pueden acabar matando a los pinos, algo que ya estamos viendo en la región central de Cataluña”, indica el CREAF en un comunicado. Las comarcas más afectadas en esta comunidad son El Bergedá y El Solsonés.
Las condiciones ambientales también están propiciando que los ataques de las orugas encadenen varias temporadas seguidas. Jorge Heras, responsable de Sanidad Forestal de la Generalitat de Cataluña, explica que “antes no había dos años de embestida de procesionaria seguidos porque existía un control natural que ejercen unos parásitos que depredan sus huevos, pero esto ya no funciona tan bien y las orugas pueden atacar dos o tres temporadas sucesivas, y ahí es cuando el árbol se debilita”. Ese control poblacional natural de la especie lo ejercen también insectos, además de pájaros insectívoros como los herrerillos, las abubillas o los cucos, y pequeños mamíferos como los murciélagos, que se alimentan de ellas en todas las fases vitales (huevos, orugas, crisálidas y mariposas).
En ese cambio de patrones de comportamiento, “la procesionaria no solo ha adelantado su bajada del árbol, sino que tarda más en hacerlo, antes descendían todas en una semana o 10 días y ahora podemos llegar a verlas tres semanas”, advierte Heras. Como consecuencia, “son más difíciles de controlar e igual tienes que aplicar el tratamiento dos veces”. Además, si las condiciones no son adecuadas para mantener las poblaciones, pueden permanecer enterrados en el suelo durante varios años hasta que mejoren.
Por tierra y por aire
En Cataluña se controla la oruga cada año en unas 20.000 hectáreas de zonas forestales entre octubre y noviembre, cuando las larvas están en sus primeros estadios, con la aplicación desde avionetas o helicópteros de un producto biológico compatible con la agricultura ecológica. En la Comunidad de Madrid, otro de los territorios con mayor afectación, se tratan más de 65.000 hectáreas de pinares, primero con fumigaciones terrestres de insecticidas biológicos y, cuando sale de los bolsones, se fomenta la presencia de aves insectívoras y de murciélagos con la colocación de cajas nido.
Se instalan, además, trampas de feromonas para atrapar a la mariposa macho y así evitar que se reproduzcan. A todo ello, se suman las medidas que llevan a cabo los ayuntamientos de diferentes ciudades, donde la oruga es especialmente peligrosa en parques y jardines frecuentados por niños. En Madrid, por ejemplo, el ayuntamiento ha retirado 72.907 bolsones (nidos), más del triple que el año anterior.
En la Comunidad de Madrid el insecto se ha adelantado este año por el invierno más suave, pero la cantidad observada no es mayor que los años anteriores. Estas temperaturas más benévolas han provocado que “en los últimos años se esté observando en cotas mayores en la Sierra de Guadarrama; tradicionalmente el límite de expansión se establece en 1.500 metros, pero ahora hay presencia a 1.700″, explica Ismael Hernández, subdirector de Fauna y Flora de la comunidad. Así consiguen “controlar la plaga dentro de unos límites aceptables”, añade.
Qué hacer ante el contacto con la procesionaria
Si se produce el contacto con uno de los pelitos urticantes de la procesionaria, se producirá una irritación de la piel. Como escribe Mar Fernández Nieto, médica especialista en alergología de la Fundación Jiménez Díaz, “lo primero que hay que hacer es echar agua fría en la zona afectada, para retirar así los posibles pelos que hayan quedado enganchados en la piel, y calmar la piel agredida. Aunque no se trate de una reacción alérgica, dado que se ha liberado histamina, el tratamiento con un antihistamínico paliará los síntomas de las personas afectadas”.
En caso de una verdadera alergia, la persona afectada puede desarrollar síntomas más graves, como inflamación de la cara y/o los ojos, urticaria generalizada, dificultad para respirar e incluso reacciones anafilácticas que precisarían de asistencia urgente.