La ingeniería verde salva vidas

Los efectos de la dana en Valencia empeoraron por la deforestación de la superficie forestal de las cuencas hidrográficas y la urbanización masiva en zonas inundables

Efectos de la dana en el polideportivo de Paiporta.massimiliano minocri

Esa parte de la población alejada del mundo rural y forestal suele simplificar la visión de las masas forestales a espacios naturales alejados de la intervención del ser humano y, como mucho, lugares de ocio para senderistas y cobijo de la flora y fauna. Por supuesto que los bosques son ecosistemas con una gran función ambiental. Pero son muchísimo más que eso. Son barreras naturales contra los desastres. Una intervención adecuada en ingeniería e hidrología forestal puede ser la clave entre un desastre natural de consecuencias épicas y una protección de la población asentada en algunas zonas calientes de nuestra orografía.

El pasado martes, una dana con una carga de agua y fuerza de arrastre muy superior a todo lo vivido en el pasado arrasó algunas poblaciones del litoral valenciano y una pequeña parte de la Comunidad Manchega y Andaluza, arrastrando todo a su paso. En esta ocasión, la deforestación de la superficie forestal de las cuencas hidrográficas, colindante a estas zonas, y una urbanización masiva en superficies susceptibles de ser inundables empeoraron sus efectos. La falta de inversión público-privada ha sido una de las razones de esta situación, según aseguró el decano del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes de la Comunidad Valenciana, Constan Amurrio.

Con un territorio forestal muy fragmentado, una escasísima o nula rentabilidad del monte, amenazas ambientales y riesgos de todo tipo, agravado por la despoblación y falta de relevo generacional, la gestión forestal necesaria para mantener los montes en buen estado es algo realmente difícil. Los selvicultores y pequeños municipios forestales de titularidad privada (cerca del 70% de la superficie forestal total) no pueden soportar ellos solos los costes de actuaciones de prevención y restauración para, entre otras cosas, evitar catástrofes como las avenidas torrenciales.

Se requiere por tanto la ayuda de la administración pública para paliar esa situación y proteger a la ciudadanía. Se necesita una fuerte inversión en repoblación y gestión forestal para convertir la superficie forestal en masas resistentes y resilientes, capaces de afrontar los fenómenos climáticos extremos, además de una buena infraestructura de diques, presas, embalses para mejorar la situación de los cauces fluviales.

Una superficie forestal bien gestionada supone estar mejor preparados ante riadas; en el caso que nos ocupa, más que poner únicamente solución donde aparece el desastre, es necesario actuar donde se genera; es decir, en el inicio de los ríos que van marcando las cuencas hasta desembocar en el mar. La hidrología forestal protege la inundación de las cuencas más expuestas a los desbordamientos de los ríos, impidiendo poner en peligro a la población, con la reforestación y diversificación de las canalizaciones de las aguas.

Las profundas raíces de los árboles retienen el suelo evitando el movimiento de tierras y permitiendo que éste pueda absorber mayor cantidad de lluvia, protegiendo por tanto a núcleos de población mediante obras de laminación y drenaje. Las copas de los árboles, por su parte, hacen su labor, mitigando la humedad que acaba formando nubes cargadas de agua, primer efecto de la deforestación.

La vegetación de ribera abundante y en buen estado de conservación, además, refuerza la estabilización de taludes y resulta “esencial” no solo para evitar que los cauces de los ríos discurran con un exceso de caudal, sino para favorecer la infiltración de agua en los acuíferos subterráneos y así recargarlos.

Todo ello requiere de políticas de planificación forestal y partida presupuestaria que lo ejecute, para favorecer la formación de territorios esponja como reguladores hidrológicos para evitar suelos erosionados, con medidas de estímulo a la gestión activa de los montes, como los propietarios forestales llevan años reclamando. Esto supone una mínima inversión de cien euros por hectárea y año, según el Colegio de Ingenieros de Montes de Valencia, muy por encima a lo que se dedica en estos momentos. Y, por supuesto, un plan sistematizado para hacer frente a estos desbordamiento que tantas vidas nos han costado en esta terrible dana que ya es histórica por su fuerza, pero también por las malas condiciones del terreno. La temperatura del mediterráneo ha subido hasta dos grados respecto a los años 80. Todos sabemos que esto tendrá consecuencias y las danas volverán; por eso, es urgente poner todas las medidas que estén en nuestra mano para mitigarlas.


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