Pulmones verdes en riesgo

Las extensiones arboladas soportan variaciones climáticas, pero cuando estas son muy frecuentes e intensas corren el peligro de desaparecer, por ello es crucial adaptarlas para que mantengan las mínimas condiciones de vitalidad y sigan absorbiendo emisiones de carbono y siendo reguladoras del ciclo del agua

Una cascada en el bosque de Los Tilos, en la isla de La Palma.Jose A. Bernat (GETTY IMAGES)

Es frecuente escuchar que los bosques son los pulmones del planeta. Pero menos corriente es oír que “son nuestra placenta”, la definición de Fernando Morales de Rueda, investigador de la Universidad de Granada. Estos “complejos sistemas”, que ocupan 40 millones de metros cuadrados, representan una tercera parte de la Tierra. Y, entre otras muchas cosas, son responsables de absorber un tercio de las emisiones de CO2. Solo su suelo se en...

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Es frecuente escuchar que los bosques son los pulmones del planeta. Pero menos corriente es oír que “son nuestra placenta”, la definición de Fernando Morales de Rueda, investigador de la Universidad de Granada. Estos “complejos sistemas”, que ocupan 40 millones de metros cuadrados, representan una tercera parte de la Tierra. Y, entre otras muchas cosas, son responsables de absorber un tercio de las emisiones de CO2. Solo su suelo se encarga de quedarse con la mitad.

El cambio global, no obstante, está afectando de forma irremediable a ese equilibrio. Calor, sequía, plagas, patógenos, pérdida de vapor del agua o subida del nivel del mar son algunos de los riesgos que enfrentan los bosques y, por tanto, la disponibilidad de su stock y de esa capacidad de absorber carbono. Todos estos detonantes provocan que lo que ahora son sumideros de CO2 se conviertan en fuentes, es decir, que emitan ese carbono a la atmósfera. El calentamiento global, además, tiene impacto en la función de los bosques como reguladores hídricos, porque no podemos olvidar que están vinculados a masas de agua azul como ríos, cascadas, lagos

“Somos como somos porque nos pasamos más de seis millones de años metidos en el bosque. Nuestro vínculo con ellos es íntimo. Nuestra capacidad de tacto, de ver gamas de verdes, de hacer manada… Esas cualidades se nos transfirieron de los bosques”, reivindica Morales, que es, además, parte del movimiento Generation Restoration del Foro Económico Mundial. La Comisión Europea recoge que, para la UE, el catálogo de los servicios que nos ofrecen los bosques estaría valorado en cerca de 81.414 millones de euros. “Si no le pones un número al trabajo que hacen los bosques, desde el coste de mantener el ciclo del carbono, de los nutrientes y del agua hasta los materiales que nos proveen, la regulación de la erosión… parece que no importa”, lamenta este experto.

Estos servicios, a los que se suman la extracción de madera o la energía verde que sale de su biomasa, están en peligro hace tiempo y se degradan cada vez más rápido. Los árboles pueden soportar variaciones climáticas, pero cuando estas son muy frecuentes y más intensas, bosques enteros corren el riesgo de desaparecer. Como apuntan los expertos, esa labor de recaptura —o secuestro— de carbono sigue dando un valor elevado, o más o menos se mantiene. Pero ¿qué ocurrirá a final de siglo? “Nada halagüeño. Esa capacidad de sumidero se irá agotando”, explica Jordi Vayreda, investigador del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), sobre el efecto del cambio climático en los bosques. “Ante esta situación, lo importante es adaptar nuestros bosques, que se mantengan con las mínimas condiciones de vitalidad y salud, que se salven los principales servicios ecosistémicos”.

Si las temperaturas globales suben 4 ºC respecto a los valores preindustriales (el Acuerdo de París hablaba de limitarlo a 1,5 ºC, pero estamos muy lejos de eso), los estudios apuntan a que la cubierta forestal se reducirá a la mitad en 2100. Es una información que recogía un monográfico sobre bosques publicado recientemente por National Geographic. “Estamos viendo las señales: los bosques son muy vulnerables al cambio climático y cada vez soportan más presión”, resume Jorge Curiel, doctor y especialista de Ecología Terrestre en el BC3. “Si rebasamos ese umbral de calentamiento, el sistema de carbono se desestructura y pasa a ser una bomba”, insiste Morales. Vayreda explica que “la capacidad de sumidero se agota y los bosques se convierten en fuentes de carbono”; es decir, que, lejos de ­absorberlo, la destrucción del bosque provoca que se libere el CO2 a la atmósfera.

Panorama de la ciudad de Bilbao, en el País Vasco.Fightbegin (Getty /iStockphoto)

Doble filo

“Los bosques pueden ser un arma de doble filo porque pasan de ser fuentes a sumideros cuando hay sequías, deforestación acelerada, patógenos…Son un gran aliado en la absorción de un tercio de las emisiones, pero al mismo tiempo, si no son protegidos, pueden contribuir a lo contrario”, resalta Morales, de la Universidad de Granada. “Pensemos en ellos como un sistema inmune: si se deprimen, es más fácil que entren estos patógenos”.

La mayoría de los sumideros de carbono en la vegetación están localizados en bosques tropicales de baja latitud, mientras que la mayoría del carbono del suelo está localizado en los bosques de alta latitud o boreal, según un artículo científico publicado por Markku Kanninen, de la Universidad de Helsinki, recogido por la FAO en 2003. En las conclusiones señalaba que “el manejo forestal y de los ecosistemas no puede resolver por sí solo el problema del calentamiento global”, y que “las emisiones, junto con la deforestación de los trópicos y otros cambios en el uso del suelo, compensan solo una pequeña porción de las emisiones provenientes de la quema de combustible fósil”.

Uno de los riesgos más graves es que existe un peligro evidente de que se libere carbono cuando hay incendios, pues, como incide el doctor en Ecología Pablo Manzano, “no es estable el aéreo; en ramas y hojas”. Por ello, insiste en cuidar los suelos. También pide Curiel tener en cuenta la “ecología del suelo a la hora de predecir la respuesta de las reservas de carbono y el reciclaje de nutrientes ante perturbaciones medioambientales”, pues “pequeños cambios en el clima o la salud del bosque pueden suponer un aumento absoluto en emisiones”.

Coinciden todos en la necesidad de proteger los bosques nativos. Un estudio del Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático (PNACC) publicado por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco) concluye que allá donde hay bosques “gestionados” se ha reducido el efecto negativo del calentamiento. En ese discurso encaja el error de plantar árboles para compensar carbono. Pues se suelen ubicar en esas dehesas o praderas cuyo suelo contribuye a la salvaguarda del carbono. Y porque reducen la disposición de agua, destruyen suelos diversos y abren la puerta a vegetación invasora. En tercer lugar, y no menos importante, porque cada vez se producen más incendios forestales a consecuencia de este tipo de plantaciones.

Existencias más seguras

No hace tanto que ardió un bosque en el Estado de Oregón (EE UU), liberándose el carbono que Microsoft había adquirido para compensar sus propias emisiones. Una situación parecida se vivió, hace no tanto, en la península Ibérica, cuando una plantación de árboles con esta filosofía de la compensación provocó otro gran incendio en Aragón. Asegurar la supervivencia de los bosques que ya existen parece una prioridad lógica. “Vivimos en un momento global en el que numerosas organizaciones quieren restaurar, pero se hace de forma inadecuada”, remarca el investigador granadino en relación con todas las compañías que presumen de compensar emisiones con la plantación de árboles.

Gonsajo (GETTY IMAGES)

Critica que “se prime el beneficio rápido, que crezcan pronto”. “Un árbol está adaptado al paisaje y al introducir nuevas especies corres el riesgo de que al principio pueda ir bien, pero siempre es más exitoso poner la especie de ese sitio”, añade Curiel. Esto es lo mismo que ocurre con plantaciones como las del eucalipto, especies altamente inflamables que, como explica, “acumulan mucha biomasa y son realmente malos en conservación de la biodiversidad; son agresivos con la flora, pero acumulan mucho carbono y su quema ocasiona incendios brutales”. Apunta también lo “lejos que están de solucionar el problema, pues rara vez tienen en cuenta el tipo de bosque o cuánto durará”.

Ahondando en el muestrario forestal español, hay preocupación por especies como la encina, por ejemplo. Vayreda subraya el peligro de perder “bosques de carácter centroeuropeo, los del centro meridional; los hayedos, el pino silvestre o los robles de tipo atlántico están en peligro”. Señala con especial preocupación “los abetales en Navarra”. Los árboles sufren las olas de calor y las sequías; estas condiciones los matan o debilitan su existencia. Las plagas y el aumento del nivel del mar son otros estresores que desequilibran el stock y su capacidad de absorber carbono. “El calentamiento ha reducido la capacidad de sumidero de carbono, especialmente en las zonas más húmedas”, concluye el referido informe del Miteco.

“Haces muchísimo más con el trabajo de restauración de bosques; la regeneración es natural”, remarca Vayreda, que recomienda no cortar árboles y permitir que el bosque se recupere hasta alcanzar la madurez. Para garantizar la reserva forestal y que funcione como sumidero de carbono, el informe del Miteco recomienda “mantener allá donde sea posible masas mixtas de coníferas con frondosas más tolerantes a la sombra y más longevas, y favorecer periodos de rotación más largos para alcanzar mayores tiempos de residencia del stock de carbono en pie”. Algo que refuerza Curiel, que exige para estos trabajos “tener conocimiento de las especies que viven ahí” y combinarlas, que haya variedad.

Ante la pregunta de si se está haciendo lo suficiente, todos son críticos. “Se está haciendo poco. Hacer gestión forestal es invertir y no sacar nada”, recuerda Vayreda. En todo caso, insiste en “poner el dinero de subvenciones en hectáreas de mejora del bosque y de restauración”. La velocidad a la que se calienta el planeta no deja margen para adelantarnos a los cambios en los bosques. Resulta paradójico que sean estos los que nos ayudan a paliar las emisiones, pero que esas mismas emisiones, imposibles ya de capturar por el ritmo al que se lanzan a la atmósfera, sean las que están provocando su desaparición y puedan perjudicarnos cuando, al verse dañados, liberan el carbono de vuelta.

Pasos para movilizar la acción

Para activar la acción y la protección de los stocks y los sumideros de carbono, Fernando Morales de la Rueda, investigador y parte del movimiento Generation Restoration del Foro Económico Mundial, marca cuatro niveles de acción: la individual, es decir, “que seamos conscientes del impacto de nuestra actividad diaria, de la compra de productos que contribuyen a la deforestación, aumentar el consumo de biomateriales”. En segundo lugar, hacer de correa de transmisión con nuestros círculos más cercanos. Tercero, “vivir de forma más colaborativa en la recuperación y protección del bosque”, y, por último, aunque más intangible, proteger lo que nos protege con la movilización ciudadana. “No podemos seguir jugando a eso de saco de aquí, meto aquí con las emisiones de carbono”, finaliza.

¿Y si la solución no fuera el arbolado?

Para el investigador Pablo Manzano, el mejor sumidero de carbono no es el bosque, sino la combinación de árboles, de arbustos y de pasto. “Todos tenemos en mente el bosque como sinónimo de naturaleza, pero el mejor sumidero de carbono está en los suelos”. Y recuerda que “los incendios son más débiles en esos terrenos y no tienen la continuidad de un bosque. Además, los herbívoros trashumantes se comen la biomasa de esos otros suelos y los limpian”. Eso último es cada vez menos frecuente, por el abandono del campo y del pastoreo. Se ve en el Pirineo aragonés, por ejemplo, que se cubre de matorral y tiene sobrepoblación de jabalíes. “Hace 15 millones de años, cuando los bosques dominaban la tierra, la temperatura era mayor. Desde entonces los paisajes que han acompañado al enfriamiento son ecosistemas abiertos; rodales de bosque, de matorral y pasto, lugares que han mantenido a los herbívoros, entre ellos, por cierto, el elefante, que habitó en España hace miles de años”.

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