Despedida
Martin Gardner expresó con singular profundidad y belleza la idea de que la ciencia es un juego
Esta es la entrega número 547 (un número primo y defectivo, ¿tiene alguna otra característica destacable?) de El juego de la ciencia, y también la última, pues, por razones de reestructuración de las páginas científicas, deja de publicarse.
Durante más de diez años he tenido el placer y el privilegio de colaborar con el equipo de Materia, magistralmente dirigido por Patricia Fernández de Lis, y de contar con la asidua participación de un gran número de lectoras y lectores, cuyos generosos comentarios (algunas entregas llegaron a suscitar más de tres mil) han hecho de El juego de la ciencia mucho más que una mera sección de acertijos lógicos y matemática recreativa. A todos ellos y ellas mi más sincero agradecimiento.
Y hablar de gratitud me lleva directamente a recordar a mi maestro y amigo Martin Gardner, el principal responsable de mi temprana vocación de divulgador, así como del nombre de esta sección.
La primera vez que vi expuesta de forma explícita la noción de que la ciencia es un juego fue en un artículo de Isaac Asimov (aunque probablemente fuera Karl Popper el primero en formularla); pero la más bella expresión de esta idea que conozco es la siguiente:
“¿Jugamos una partida? Esta es la antigua pregunta que el universo, o algo detrás del universo, empezó a hacerles a los desconcertados bípedos implumes que proliferaban en el tercer planeta del Sol, tan pronto como sus simiescos cerebros pudieron comprender el juego de la ciencia. Es un juego curioso. No hay ningún conjunto de reglas definitivo, y parte del juego consiste en tratar de descubrir cuáles son las reglas básicas. Parecen ser matemáticamente simples, hermosas, variadas, arbitrarias y cada vez más difíciles de descubrir. El juego nunca ha sido tan apasionante y tan peligroso como ahora”.
Es una cita del libro Orden y sorpresa, de Martin Gardner, cuyo título expresa con certera elegancia el binomio —la dialéctica— realidad-percepción, materia-mente, universo-reflexión: el cosmos —el orden— se mira en el espejo de su culminación evolutiva, que es la consciencia, y se sorprende sin cesar ante su propia armonía. Y en la modesta medida de mis posibilidades, con esta sección he intentado ofrecer un vislumbre de esa sorprendente armonía, de la que las matemáticas son, seguramente, la expresión más prístina (como dijo la poeta Edna St. Vincent Millay, solo Euclides ha contemplado la belleza desnuda).
Pero si la mala noticia es que se acaba El juego de la ciencia, la buena noticia es que, a partir de enero, empezaré a publicar una sección similar en la revista digital Jot Down, en la que espero seguir contando con la participación de mis amables lectoras y lectores. Así pues, esta despedida, aunque inevitablemente dolorosa, no es un adiós, sino un hasta luego. O mejor aún: hasta siempre.