El mundo desde la ventana de un zepelín
Con veinticinco años, Arthur Koestler realizó un reportaje fundacional que es un diario de a bordo con profusión de detalles y de comentarios científicos
En un principio fue el globo; tiempo después vendría el zepelín a conquistar los cielos, o por lo menos a intentarlo. Pero los pioneros de la nave aerostática fueron, sin duda, los hermanos Montgolfier cuando descubrieron que la ligereza del humo hacía subir las bolsas de papel invertidas con las que jugaban frente a una hoguera. Decididos a utilizar su descubrimiento, los dos hermanos experimentaron con materiales ligeros hasta conseguir un globo de lino y papel. Su invento fue pre...
En un principio fue el globo; tiempo después vendría el zepelín a conquistar los cielos, o por lo menos a intentarlo. Pero los pioneros de la nave aerostática fueron, sin duda, los hermanos Montgolfier cuando descubrieron que la ligereza del humo hacía subir las bolsas de papel invertidas con las que jugaban frente a una hoguera. Decididos a utilizar su descubrimiento, los dos hermanos experimentaron con materiales ligeros hasta conseguir un globo de lino y papel. Su invento fue presentado al público en París, en el Campo de Marte, el 27 de agosto de 1783.
Bien podríamos señalar que la historia de nuestra ciencia contemporánea empezó en el momento en el que aquel globo de aire caliente ascendió a los cielos. Días después, en Versalles, ante el rey Luis XVI, los hermanos Montgolfier elevaron un globo del que colgaron una cesta. Dentro de la cesta iba una oveja, un gallo y un pato. En menos de diez minutos, el globo cayó en un bosque cercano al palacio. Los animales apenas sufrieron el impacto y Luis XVI dio permiso para que se utilizaran humanos en los siguientes experimentos con el globo aerostático.
Con todo, por mucho que se perfeccionó, el globo aerostático no dejaba de tener sus limitaciones. Lo más importante es que el viento condicionaba su vuelo, por eso mismo se hacía necesario idear un globo dirigible. Se tardará poco más de un siglo en hacer volar el primero. La fecha: 9 de octubre de 1896. El lugar: aeropuerto de Tempelhof. El dirigible llegó a subir 400 metros y se mantuvo en el aire unos minutos. Luego cayó en picado. Algo fallaba. Sin embargo, entre el público estaba un militar retirado: el conde Ferdinand von Zeppelin, cuya inquietud lo llevaría a invertir todo su dinero en conseguir un prototipo de dirigible rígido que no fallase. Al final se consiguió y fue bautizado como Luftschiff Zeppelin.
A partir de aquí se suceden distintos episodios donde el dirigible va a tomar protagonismo. Uno de ellos va a ser el episodio escrito por el periodista húngaro Arthur Koestler, un todoterreno cuya experiencia vital es, en sí misma, una novela. Su vida parece una ficción donde cabe la realidad entera del siglo XX. Su compromiso humanitario lo llevó a enfrentarse con Hitler y con Stalin, y abandonar el Partido Comunista. Fiel retratista de la época, llegó a ser apresado por el ejército nacional en la guerra civil española. Para aproximarse más a la figura de Arthur Koestler, baste aquí recomendar sus memorias editadas por Lumen.
Con poco más de veinticinco años, Koestler escribió un reportaje fundacional que ha sido traducido al castellano por Francisco Uzcanga Meinecke para Libros del K.O. Se titula El Ártico desde la ventana de un zepelín y es un diario de abordo con profusión de detalles y de comentarios científicos. Cuando su ojo se acostumbra a la blancura, Koestler empieza a diferenciar el hielo grisáceo del agua del mar con ese otro hielo, más azulado, que es el de la tierra firme. El zepelín donde viajó Koestler era un laboratorio donde no solo se medía la cantidad de partículas de polvo en un centímetro cúbico de aire, sino que también se filosofaba acerca de la soledad y de la falta de nicotina. Hay que advertir que fumar en un dirigible solo está permitido a los suicidas.
Con prosa clara y agilidad narrativa, Koestler nos ilustra acerca del primer amerizaje del dirigible en mitad del Ártico. Para ello se abren válvulas y se suelta gas. “Una decisión dolorosa- advierte Koestler- pues cada centímetro cúbico de gas sacrificado tiene que compensarse soltando lastre en el ascenso, y la cantidad de lastre es limitada”.
En su reportaje, Koestler viene a demostrarnos que el método científico no solo sirve para obtener ideas, sino para tratarlas. De esta manera, con una prosa clara, Koestler descubre que el cielo es un apunte, un esbozo bajo el cual se desarrolla la gramática histórica que guillotinó la cabeza de Luis XVI; el momento en el que da comienzo el mundo contemporáneo.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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