Béla Hamvas, filósofo húngaro con radiación cósmica de fondo
Nuestras percepciones de los colores y los sonidos se pueden contabilizar igual que si los colores fuesen números visibles y los sonidos fuesen números audibles
Béla Hamvas (1897-1968) fue un pensador húngaro dotado de una intensa sensibilidad. En su último libro, que acaba de aparecer en castellano con el título La obra de una vida, nos lleva de la mano por un viaje infinito entre olivos y jazmines, recorriendo las estaciones de siembra y de cosecha con la calma y sabiduría del que sabe descifrar el lenguaje de la bóveda celeste.
En un estilo sencillo, pongamos que cristalino, nos cuenta que la realidad, con todo su peso, tiende a la ilusión en ese punto del espacio donde habitan los números. Porque, con el signo matemático que expresa ...
Béla Hamvas (1897-1968) fue un pensador húngaro dotado de una intensa sensibilidad. En su último libro, que acaba de aparecer en castellano con el título La obra de una vida, nos lleva de la mano por un viaje infinito entre olivos y jazmines, recorriendo las estaciones de siembra y de cosecha con la calma y sabiduría del que sabe descifrar el lenguaje de la bóveda celeste.
En un estilo sencillo, pongamos que cristalino, nos cuenta que la realidad, con todo su peso, tiende a la ilusión en ese punto del espacio donde habitan los números. Porque, con el signo matemático que expresa el número, los kilos de materia que la realidad contiene quedan convertidos en un concepto abstracto. De esta manera, nuestras percepciones de los colores y los sonidos de la naturaleza se pueden contabilizar igual que si los colores fuesen números visibles y los sonidos fuesen números audibles.
Con la profundidad de su escritura, Hamvas consigue una forma poética y bella de transportarnos hasta el resplandor de la creación, hasta el calor primigenio, esa temperatura que hoy se conserva de fondo y que se descubrió gracias a una antena de microondas.
La cosa ocurrió por casualidad, en Crawford Hill, año 1964, cuando Arno Penzias y Robert Wilson, ingenieros de los laboratorios Bell, trabajaban con una antena de comunicaciones que daba problemas por culpa de un maldito ruido de fondo. En un principio, se pensó que la causa del ruido eran los excrementos de unas palomas que habían anidado en la antena. Montaron una trampa, atraparon a las palomas y limpiaron la instalación de excrementos. Pero el maldito ruido seguía allí. Fue cuando empezaron a sospechar.
Ambos ingenieros conocían la hipótesis acerca de la radiación del fondo cósmico, que no es otra cosa que el calor que permanece desde el momento de la explosión que dio origen al universo. Dicho calor es conocido científicamente con el nombre de Fondo Cósmico de Microondas (CMB). La hipótesis mantenía que si el Big Bang se hubiese producido por causa natural y no teológica, quedaría su rastro igual a una huella que viaja por el tejido cósmico en forma de radiación. Con esto, la casualidad vino a despejar dudas y Dios quedó fuera de los planes de la creación del Universo por culpa de una antena.
Arno Penzias y Robert Wilson escribieron una página brillante en el libro de los descubrimientos científicos cuando sus sospechas pasaron a ser certezas, y las hipótesis realidades. Habían encontrado el Santo Grial, el calor primitivo con el que se formaron los primeros átomos de materia. Y esto es algo que sentimos cuando leemos a Hamvas. Gracias a sus libros nos damos cuenta de que formamos parte de ese ruido original, de esa realidad que la ilusión lleva hasta el punto del espacio donde va a pesar unos dos billones y medio de trillones de cuatrillones de kilos de materia.
Para terminar, como colofón, cabe apuntar aquí que Penzias y Wilson recibieron el Premio Nobel de Física en 1978, y que la trampa para pájaros que utilizaron a la hora de atrapar a las palomas se encuentra en el Instituto Smithsonian, en Washington DC, como si de una pieza de museo se tratase, y que los libros de Hamvas los podemos encontrar en cualquier librería gracias a editoriales como Acantilado o Ediciones del Subsuelo. Siempre es buen momento para acercarse a este pensador que ha sabido mostrar como nadie los aspectos más profundos del mundo orgánico.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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