Michael Collins, el hombre que experimentó “el silencio de los espacios infinitos” en el ‘Apolo 11′
El fallecido astronauta de la misión espacial afrontó el total aislamiento mientras orbitaba la cara oculta de la Luna y sus compañeros pisaban el satélite
Durante 22 horas Michael Collins, el integrante de la misión Apolo 11 que falleció este miércoles a los 90 años, fue el hombre más solitario. A bordo de su cápsula Columbia, cada vez que sobrevolaba la cara oculta de la Luna, mientras sus compañeros hacían historia en Base Tranquilidad, 3.500 kilómetros de roca se interponían entre él y las estaciones de seguimiento. Ninguna señal de radio podía atravesar e...
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Durante 22 horas Michael Collins, el integrante de la misión Apolo 11 que falleció este miércoles a los 90 años, fue el hombre más solitario. A bordo de su cápsula Columbia, cada vez que sobrevolaba la cara oculta de la Luna, mientras sus compañeros hacían historia en Base Tranquilidad, 3.500 kilómetros de roca se interponían entre él y las estaciones de seguimiento. Ninguna señal de radio podía atravesar esa barrera. La Tierra quedaba al otro lado. Durante esos minutos pudo experimentar de primera mano lo que hace tres siglos y medio Pascal llamó “el silencio de los espacios infinitos”
Pese a su popularidad como el tercer miembro de la tripulación del primer viaje a la Luna, Collins siempre estuvo a la sombra de sus dos famosos compañeros. Armstrong y Aldrin, los dos nombres que acostumbran a pronunciarse juntos asociados a la primera huella humana en nuestro satélite. Y eso es muy injusto. Como piloto del módulo de mando, era el principal responsable de numerosas tareas críticas como la navegación hacia y desde la Luna para mantener el rumbo correcto hasta ejecutar él solo la maniobra de atraque con la cabina del módulo lunar a su regreso de la Luna.
Collins se encargó de diseñar el conocido emblema del Apollo 11. Era un trabajo que encajaba mejor con su carácter que con el de sus compañeros, más preocupados por los aspectos técnicos del vuelo que por asuntos de relaciones públicas.
Desde la época del programa Gemini, la tripulación de cada vuelo podía elegir el diseño que mejor se adaptase a sus gustos. La NASA se limitaba a dar –o no- su visto bueno. Solo en una ocasión ejerció cierta censura: En el caso de la misión Gemini 5 prohibió el lema Ocho días o reventar que Cooper y Conrad habían propuesto, cuando una semana en órbita parecía un objetivo difícil de alcanzar. La dirección entendía que en caso de que el vuelo terminase antes, el público podría interpretarlo como un fracaso. Al final, los astronautas llevaron en su traje la versión políticamente correcta, pero también embarcaron unos cuantos ejemplares sin censurar a modo de recuerdo.
En su libro Carrying the fire, Collins explica cómo fue el proceso de diseñar su propio escudo. La idea de incluir un águila en él –el emblema nacional estadounidense- surgió ya desde el principio. Encontró el modelo apropiado ojeando un libro sobre pájaros editado por National Geographic: Un águila cerniéndose sobre el suelo, con las garras a punto de capturar su presa.
Collins calcó el dibujo sobre papel de seda y sustituyó el suelo por un croquis del paisaje lunar cubierto de cráteres con una Tierra en lo alto, iluminada desde un ángulo equivocado. Y añadió el nombre de la misión Apollo eleven. Pero Neil Armstrong planteó un problema: Eleven podía no ser comprendido por gente de otras culturas o idiomas. Las cifras romanas XI se desecharon por el mismo motivo. Al final, quedó en 11.
Para recalcar la naturaleza pacífica de la misión, Collins dibujó una rama de olivo en el emblema de la misión ‘Apolo 11′
Para recalcar la naturaleza pacífica de la misión, Collins dibujó una rama de olivo en el pico del águila. Pero cuando el proyecto llegó a la dirección, ésta planteó objeciones: Las garras, extendidas en posición de aterrizaje, parecían demasiado agresivas. El departamento artístico de la NASA encontró la solución: Trasladó la rama de olivo desde el pico a las garras. El diseño quedaba así suficientemente suavizado. Por supuesto, el haz de flechas que también figura en el emblema nacional estadounidense había desaparecido desde el primer momento.
También a sugerencia de Armstrong, el diseño final no incluía los apellidos de los tres tripulantes que tradicionalmente habían figurado siempre en todos los emblemas. Era una forma de dar énfasis al carácter universal de la misión, sin concesiones a personalismos.
Y, por supuesto, el águila del escudo contribuyó a decidir el nombre de la primera nave en posarse en la Luna: Eagle
Rafael Clemente es ingeniero industrial y fue el fundador y primer director del Museu de la Ciència de Barcelona (actual CosmoCaixa). Es autor de Un pequeño paso para [un] hombre (Libros Cúpula).
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