El coste de la moral

Europa ha sido ineficaz con las vacunas. Costará tres billones

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante una rueda de prensa, el pasado 25 de marzo.Aris Oikonomou (AP)

En comparación con la gran potencia que quiere ser, la Unión Europea se ha revelado como una mera provincia del mundo durante la crisis pandémica. Mientras el 38% de los estadounidenses y ―peor aún— el 58% de los británicos han recibido la vacuna, Europa pedalea en el pelotón de cola con un anodino 14%. Los europeos sabemos que somos unos privilegiados en el gran marco de las cosas, pues hay muchos países que no disponen aún de una sola dosis, con la posible excepción de algún sátrapa marrullero, pero ir cuatro veces por...

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En comparación con la gran potencia que quiere ser, la Unión Europea se ha revelado como una mera provincia del mundo durante la crisis pandémica. Mientras el 38% de los estadounidenses y ―peor aún— el 58% de los británicos han recibido la vacuna, Europa pedalea en el pelotón de cola con un anodino 14%. Los europeos sabemos que somos unos privilegiados en el gran marco de las cosas, pues hay muchos países que no disponen aún de una sola dosis, con la posible excepción de algún sátrapa marrullero, pero ir cuatro veces por detrás de un Reino Unido que acaba de abandonarnos en la aventura de la Historia revela con balcones a la calle que los de overseas (allende el mar), como nos llaman los británicos, tenemos que repensar sobre la moral y la eficacia.

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Las razones del retardo europeo van estando bastante claras. El subcontinente está organizado mayormente en núcleos de gran densidad de población, donde la relación cercana es casi obligatoria, y ha fracasado repetidamente en detectar, trazar y contener sus brotes, como han hecho China y otros países asiáticos en cuyo régimen, desde luego, pocos querríamos inspirarnos. La población está muy envejecida, y eso la hace más vulnerable al SARS-CoV-2.

Respecto a las vacunas, Bruselas se ha comportado como uno más de los clientes en la cola de la industria farmacéutica, en lugar de financiarla desde el principio y asumir algunos de sus riesgos, como el desastre que supone para una empresa que su fármaco no funcione o, todavía peor, que tenga efectos secundarios imprevistos. No basta llenarse la boca sobre la necesidad de que el sector público y la industria colaboren. Hay que construir los puentes precisos para que eso ocurra. Eso nos habría ahorrado de paso un broncazo entre la presidenta Ursula von der Leyen y la multinacional AstraZeneca, que ha servido sobre todo para mosquear a la población sobre una vacuna que tiene todos los papeles en regla.

En comparación con la gran potencia que quiere ser, la Unión Europea se ha revelado como una mera provincia del mundo durante la crisis pandémica

Es cierto que el estilo europeo de hacer política exhibe una moralidad más presentable que la de sus socios anglosajones. Europa no se ha garantizado las dosis de vacuna, sino que ha acudido con candor al mercado farmacéutico global. También ha donado parte del fármaco a los países en desarrollo, a diferencia de Estados Unidos y el Reino Unido, que han optado por vacunar cuanto antes a su población. Aquí la decisión de Bruselas no solo se guía por la ética, sino también por la ciencia, pues la pandemia no acabará mientras no hayamos vacunado al planeta.

Pero las consecuencias sobre la economía europea del aparato saurópsido que rige sus destinos, o debería regirlos, son vastas. Según los datos de The Economist, la economía norteamericana será en 2022 un 6% mayor que en 2019, en la era prepandémica, mientras la riqueza europea seguirá estancada. Sumando el coste de la crisis financiera de 2008 y la derivada de la pandemia, Europa perderá tres billones de euros. Es el coste de la moral. O quizá de la torpeza.

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